viernes, 29 de febrero de 2008

¡ZAS!

Un día, en 1972, al doctor Rosenhan se le ocurrió una extraña idea. Llamó por teléfono a ocho amigos y les preguntó si tenían algo que hacer durante el próximo mes. Cuando Rosenhan les explicó lo que se proponía, todos dejaron de lado su agenda, sus trabajos y sus vidas familiares y respondieron que no. No tenían nada que hacer en absoluto durante el próximo mes.


La semana siguiente fue extraña para David Rosenhan y sus ocho amigos. Ninguno de ellos se duchó, afeitó, depiló ni lavó los dientes. Además, es probable que el experimento que se proponían llevar a cabo los estuviera poniendo bastante nerviosos. Por fin, una mañana, se levantaron de la cama y se vistieron con ropa manchada o vieja. Salieron de sus casas y se dirigieron, cada uno de ellos, a un hospital psiquiátrico con servicio de urgencias. Eran hospitales de todo tipo, desde los más lujosos a los más baratos. Hospitales psiquiátricos repartidos por todos los Estados Unidos.


Cuando fueron atendidos solo mintieron en su nombre y en su residencia. El resto de datos que proporcionaron eran completamente ciertos. Por fin, en todos los casos, en todos los hospitales, el médico les hacía la pregunta crucial.

    -¿Por qué está usted aquí, señor?

    -Oigo voces -respondían todos.

    -¿Voces? ¿Y qué dicen?

    - ¡Zas! -respondieron todos.

Estar cuerdo en sitios de locos


Rosenhan estaba convencido de que la psiquiatría tenía problemas graves. En los años setenta hablar de psiquiatría era casi sinónimo de hablar de psicoanálisis. Y éste tiene más de filosofía -siendo amables- que de ciencia. Licenciado en psicología y en derecho, Rosenhan se dispuso a preparar un experimento con el que averiguar la fiabilidad de los diagnósticos psiquiátricos: infiltrar un grupo de falsos pacientes. Las instrucciones que dio a sus amigos fueron bien simples. Solo debían mencionar las voces imaginarias en el momento de su ingreso. Inmediatamente después de ingresar, aquellos que ingresaran, debían decir que ya estaban bien. Lo único que tuvieron que ensayar antes del experimento era como esconder pastillas bajo la lengua.


A todos ellos se les diagnosticaron enfermedades graves: esquizofrenia paranoide y psicosis maniacodepresiva. Todos ellos fueron ingresados. Los psiquiatras que los trataron explicaron su locura en base a las experiencias personales de cada uno de ellos. En todos los casos, para los médicos que diagnosticaron a los falsos pacientes, sus problemas eran consecuencia de sus experiencias personales. Un único y absurdo síntoma, ¡Zas!, era explicado igual en un grupo de pacientes completamente diferentes.


Una vez ingresados todos los participantes en el experimento se comportaron de forma completamente normal. Dijeron a los médicos que ya estaban bien. Que ya no escuchaban las voces. Eran educados, comían y, en teoría, tomaban su medicación, un montón de pastillas que ocultaban bajo la lengua y luego escupían en el váter. Sin embargo todos permanecieron ingresados una media de 19 días, 7 días el que menos y 52 el que más. Todos fueron dados de alta por “una buena reacción al tratamiento y una remisión de los síntomas


Ni los médicos ni las enfermeras se dieron cuenta de que sus pacientes estaban completamente sanos. Los locos sí. Uno de ellos le dijo a Rosenhan: “Tú no estás loco. Eres periodista o profesor” Y otro: “Estás espiando el funcionamiento del hospital


En 1973 Rosenhan publicó un artículo en la revista Science sacando a la luz su experimento y dejando a la psiquiatría con el culo al aire. Se títulaba “On Being Sane in Insane Places(Estar cuerdo en sitios de locos) y con él, Rosenhan se ganó el desprecio de multitud de psiquiatras.


Un hospital negó la validez científica del experimento y aseguró la completa eficiencia de su servicio de urgencias. Lanzaron un reto a Rosenhan: durante los tres meses siguientes debía enviar uno o más pacientes falsos al hospital y éste se comprometía a detectarlos con facilidad. Sus psiquiatras no erraban en los diagnósticos. Rosenhan recogió el guante. Los resultados no pudieron ser más favorables para el hospital ya que sus psiquiatras detectaron con suma facilidad y sin género de duda a 41 impostores. Sin embargo, Rosenhan no había mandado a nadie... Habría sido interesante contemplar las caras de los psiquiatras cuando conocieron esto, así como saber que fue de los pacientes que, con algún problema grave (alguno habría entre los 41), fueron enviados a casa acusados de farsantes.


Spitzer, un importante psiquiatra psicoanalista fue uno de los críticos más duros con el trabajo de Rosenhan calificándolo de acientífico. Es curioso que un psicoanalista acuse a nadie de acientífico, pero Spitzer parecía llevar bien la contradicción. Confiaba por completo en los nuevos métodos de diagnóstico psiquiátrico recogidos en el DSM-III 1980 (Manual diágnostico y estadístico de los trastornos mentales), usado por prácticamente todos los psiquiatras de Estados Unidos y de Europa. Sin embargo, el DSM no era ni tan riguroso ni tan científico como afirmaba Spitzer. La homosexualidad dejó de ser considerada una enfermedad mental en la edición de 1968 (DSM-II) y lo extraño no es la fecha tan tardía, lo extraño fue que está decisión fue tomada mediante votación de los miembros de la Asociación Americana de Psiquiatras. Desde luego es un método muy democrático, pero de científico no tiene nada. ¿Alguien puede imaginarse a un grupo de físicos sometiendo a votación cual es la velocidad de la luz? ¿O la forma de la molécula de ADN?



Feynman va al loquero

Lo que le sucedió al físico Richard Feynman (Informe minoritario, El jardinero fiel de Stalin) cuando acudió al examen médico para decidir si era apto para el ejército habría encantado sin duda a Rosenhan. Feynman fue una de las mentes más lúcidas del siglo XX y un científico de primera línea. Fue llamado a filas ya que la ocupación de Alemania tras la Segunda Guerra Mundial requería de una fuerza importante. Pero antes de ingresar en el ejército, todos los reclutas debían pasar un examen médico. Y esto incluía también un examen psiquiátrico.


Las conversaciones de Feynman con los psiquiatras están recogidas en sus memorias “¿Está usted de broma, sr. Feynman?” y, la verdad, no tienen precio. Aquí reproduzco algunas de ellas:


Tomo asiento frente a él, en la mesa, y el psiquiatra empieza a ojear mis papeles, “¡Hola, Dick! -me dice con voz alegre-. ¿Dónde trabajas?”

Yo estoy pensand: “¿Quién se cree este tío que es para llamarme por mi nombre de pila?” Y respondó fríamente: “Schnectady”

[...]

¿Crees que la gente va por ahí hablando de ti?”, me pregunta en voz baja y con tono serio.

Yo me animo y contestó en seguida: ”¡Desde luego! Cuando voy a casa de mi madre no hace más que contarme lo que sus amigas dicen de mí” Pero el tío no está escuchando mi explicación. En cambio, se pone a anotar algo en mi papel.

Después en tono grave e igualmente serio, me dice: “¿Te parece que la gente se te queda mirando?”

Estoy a punto de decir que no, cuando va él y añade: “Por ejemplo, ¿crees que alguno de los chicos que esperan en los bancos está mirándote ahora?”

[...]

Psé. Creo que habrá un par de ellos mirándonos”

Él me dice: “Bueno, vuélvete y compruébalo”, ¡pero él no se molesta siquiera en averiguarlo él mismo!

Me vuelvo, y no falla, dos tíos mirándonos. Así que los señaló y digo: “Sí, nos está mirando aquél y también aquél otro” Y, claro, cuando me vuelvo y los señaló los demás empiezan a mirarnos también, así que digo: “Y ahora también aquél, y el otro, y el de más allá...¡ahora todos!” Pero el psico no se molesta en levantar la vista y mirar. Está ocupado en escribir más cosas en mi papel.

[...]

¿Habla usted solo, consigo mismo?” me dice.

Pues sí. A veces, cuando me estoy afeitando o pensando; a veces, pero muy de cuando en cuando.” Sigue escribiendo cosas en mi informe.

[...]

¿Cree usted en lo supranormal?”

Respondo: “No se que es “lo supernormal”

¿Cómo? ¿Es usted doctor en física y no sabe lo que es lo supernormal?”

Exactamente”

Es lo que sir Oliver Lodge y su escuela defienden”

No es que fuera de gran ayuda pero ya sabía de que se trataba. “Usted se refiere a lo sobrenatural”

Puede llamarlo así si lo desea”

Perfectamente, lo haré”

¿Cree usted en la telepatía mental?”

Yo no. ¿Usted sí?”

Bueno, procuro mantener la mente en disposición receptiva”

¿Cómo? ¿Un psiquiatra como usted, en disposición receptiva? ¡Ja!”

El diálogo siguió así durante largo rato.

Ya casi al final de la entrevista me dice: “¿Qué valor da usted a la vida?”

Sesenta y cuatro.”

¿Por qué ha dicho usted sesenta y cuatro?”

¿Pues en cuánto supone usted que se debe medir el valor de la vida?”

¡NO! ¡Lo que quiero saber es por qué ha dicho usted sesenta y cuatro y no setenta y tres, por ejemplo!”

Aunque yo le hubiera dicho setenta y tres, usted, me habría hecho la misma pregunta”



Feynman, por supuesto, fue declarado “INÚTIL PARA EL SERVICIO”



BIBLIOGRAFÍA

Slater, Lauren, Cuerdos entre locos, 2004

Feynman, Richard, ¿Estad usted de broma, señor Feynman?, 1985



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jueves, 28 de febrero de 2008

Concurso de creación cultural UA

El día 26 la Universidad de Alicante entregó los premios a la creación cultural como viene haciendo cada año. Este blog quedó en segunda posición en la categoría "Blogs Culturales" :-)

Lista de ganadores.

Mi enhorabuena a los ganadores del primer premio, los creadores de Alicante Vivo, un magnífico blog sobre la provincia de Alicante y su historia. Echadle un vistazo: http://www.alicantevivo.org

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domingo, 17 de febrero de 2008

El antropólogo indecente

¡Oh, soy un mentiroso! ¡Oh, cómo me gusta contar trolas!

Carlos Castaneda, gurú de la Nueva Era




Los paisajes exóticos y las costumbres extrañas hacen que la antropología sea más atractiva al público general que la mayoría de las ciencias. Esto ha permitido que algunos libros de antropología se hayan convertido en auténticos bestsellers. Entre estos grandes éxitos de los antropólogos podemos encontrar verdaderas joyas como Vacas, cerdos, guerras y brujas de Marvin Harris o El antropólogo inocente de Nigel Barley.


Sin embargo, y probablemente en relación con este carácter comercial, muy pocos científicos cargan con una cruz tan pesada como la que descansa sobre los hombros de los antropólogos. Entre sus filas, para desesperación de la gran mayoría de ellos, el número de embaucadores y charlatanes también es mucho mayor que en el resto de ciencias. A raíz de la desafortunada asociación de un importante número de antropólogos a los movimientos New Age, a la Contracultura y a corrientes sectarias como Conciencia III surgió la llamada Antropología de la Nueva Era. Este nefasto aumento de la pseudociencia entre los antropólogos tiene un comienzo muy claro: la publicación, en 1968, del bombazo editorial Las enseñanzas de Don Juan, escrito por Carlos Castaneda.




Don Juan, el indio hippie


La contracultura contribuye claramente a la consolidación o estabilización de las desigualdades contemporáneas merced a toda su inocencia alegre. Millones de jóvenes educados creen seriamente que la proposición de eliminar con besos al Estado corporativo como si fuera un “encantamiento maligno” es tan eficaz como cualquier otra forma de conciencia política

Marvin Harris, antropólogo


Carlos Castaneda tuvo una vida plagada de mentiras. Los periodistas del Times que investigaron su vida se encontraron con que todos los datos proporcionados por el antropólogo de moda eran falsos. Él afirmaba ser brasileño, sin embargo en su ficha de inmigración se puede comprobar que era peruano. Nació en 1925 no en 1935, no estudió en Milan sino en Lima y su padre no era profesor de literatura. Su ex-mujer, Margaret Runyon, cuenta en su libro My Husband Carlos Castaneda como éste desaparecía durante largos periodos de tiempo y la llamaba siempre desde cabinas telefónicas. Cada semana afirmaba tener un trabajo distinto y le solía regalar cajas con botellas de licor o vestidos carísimos sin explicar nunca de donde los sacaba.


Poco más sabemos de Castaneda, quien se preocupó siempre de mantener su pasado oculto. Nunca se dejaba grabar por las cámaras ni fotografiar y sus apariciones públicas eran escasas aun cuando sus libros se vendían a millones por todo el mundo. Sabemos que estudió antropología en la Universidad de California. Durante sus años de estudiante, según cuenta él mismo, conoció casualmente a Don Juan en una estación perdida de Arizona. Este extraño personaje resultó ser un poderoso chamán yaqui con impresionantes poderes. Castaneda decidió convertirse en aprendiz del hechicero y escribió años después sus vivencias en forma de libro. Presentó el libro como tesis en un máster de antropología y la editorial universitaria lo publicó con el título de Las enseñanzas de Don Juan.

El impacto del libro en plena efervescencia de los movimientos new age fue impresionante convirtiéndose en superventas al instante. Al igual que los siete u ocho más que Castaneda, ya multimillonario, escribió después continuando la narración de sus peripecias con Don Juan. Mientras todo hippie tenía el libro de Castaneda en su mesita de noche, los antropólogos normales se llevaban las manos a la cabeza ante la imagen de la antropología que el mentiroso confeso estaba ofreciendo al mundo.


¿De qué habla, exactamente Carlos Castaneda en su libro para causar esas reacciones contrarias? Las enseñanzas de Don Juan se asemeja más a un libro de hechizos que a un ensayo antropológico. Castaneda se sumerge por completo en la cultura estudiada, asumiendo como válidas todas sus premisas y ansiando aprender a realizar los hechizos del brujo. Juntos consumen yerba del diablo y peyote, se transforman en animales y vuelan grandes distancias en pocos segundos. Lo de que se transforman en animales y vuelan no es metáfora ni alucinación, realmente Carlos Castaneda afirma haber realizado esos prodigios.


Por no hablar de inexactitudes. Don Juan se parece a un indio yaqui lo que un huevo a una castaña y los rituales descritos por Castaneda tampoco se corresponden con los de este pueblo que ni siquiera usa el peyote. La opinión general entre los antropólogos es que Don Juan nunca existió y que los únicos viajes que Carlos hacía cuando afirmaba irse con su maestro eran a la biblioteca pública a rapiñar textos íntegros de otros autores que luego introducía en sus libros. Richard de Mille, el hijo del famoso director, publicó un libro en el que encontramos nada menos que 47 páginas llenas de citas de Don Juan acompañadas de la fuente de donde Castaneda las había copiado. Y, la verdad, no es que se esforzara mucho en documentarse ya que no llegó a conocer ni una palabra del idioma nativo de los indios yaqui: supuestamente había pasado años junto a un ancestral chamán y no sabía el nombre de ninguna planta o animal del desierto.


Para mayor desesperación de los auténticos interesados en la cultura yaqui y de los propios indios el enorme éxito de Las enseñanzas de Don Juan provocó auténticas oleadas de jóvenes que se adentraban durante los fines de semana en los territorios yaqui en busca de peyote y chamanes para poder convertirse en cuervos y volar sobre las montañas. Es de esperar que se sintieran desilusionados al comprobar que los yaqui no tenían peyote.


Los últimos libros de Castaneda son aun más místicos que los primeros y el autor se inventa una serie de movimientos copiados del kung fu y que según él son movimientos de poder aprendidos del viejo chamán, a pesar de que en los primeros libros no se hace mención de ellos. Llamó a esos movimientos tensegridad (tansegrity), copiando el nombre de un término usado en arquitectura, aunque solía referirse a ellos como pases mágicos. A pesar de que Castaneda los vendía como movimientos realizados por los indios nativos mesoamericanos, lo cierto es que los propios indios no tienen en su cultura nada ni remotamente parecido a la tansegridad. Esto no impidió que los libros del millonario Castaneda en los cuales describía esta técnica se vendieran como rosquillas. Incluso fundó una organización -o secta, en este caso son sinónimos- para difundir los pases mágicos llamada Cleargreen. Mediante Cleargreen, Castaneda se fue rodeando del grupo de acólitos obligatorios para cualquier gurú que se precie. Sus más fieles seguidoras eran un grupo de mujeres llamadas Las Brujas que desaparecieron cuando Castaneda murió de cáncer en 1998. Aunque su destino parece evidente si tenemos en cuenta, según algunos antiguos seguidores de Castaneda, que éste siempre hablaba de suicidio, al que se refería como El Salto y que ejercía un control absoluto sobre todos sus seguidores hasta el punto de que si querías unirte a ellos debías renunciar a discutir con él y estabas obligado a darle la razón en todo.


En 2002, Janice Emery, otra seguidora de Carlos se decidió a dar El Salto ella también. Se arrojó al vacío desde un cañón del Rio Grande.


Viendo la maraña de mentiras y el ambiente sectario y completamente enrarecido que rodeaba al antropólogo parece extraño el éxito millonario de Castaneda -incluso en la actualidad sus libros se siguen reeditando- y su influencia y popularidad entre un sector de los antropólogos, mínimo eso sí. ¿Cómo pudo llegar a tanta gente este gurú mentiroso confeso? A lo mejor, simplemente, Castaneda apareció en el momento oportuno.



La realidad ya no es lo que era


El relativismo, último refugio de la inseguridad moral y de los antropólogos

Nigel Barley, antropólogo


Finales de los sesenta. Vietnam, drogas, flores y contracultura. Este era el ambiente en el que apareció Las enseñanzas de Don Juan y además lo hizo en pleno centro del movimiento hippy, en California. No es extraño que se convirtiera en éxito de ventas al instante. Castaneda había sustituido a los típicos gurús de la contracultura, que solían venir del lejano oriente disfrazados de sabios budistas, por otro mucho más cercano, del desierto de Sónora, que postulaba los mismos principios ideológicos y que venía disfrazado de chamán indio (el envase es lo de menos) Por si esto fuera poco, este nuevo gurú al que seguir... ¡tomaba peyote!


Visto que Castaneda se limitó a copiar en su libro las bases de la contracultura, me limitaré las carencias de éstas y, por extensión, las de Las enseñanzas de Don Juan, basándome en los trabajos que el antropólogo Marvin Harris y el filósofo Martin Gardner han realizado sobre el tema.


En primer lugar, y por paradójico que parezca, la contracultura es movimiento que tiende a consolidar el poder establecido. Lejos de ser un movimiento afín a los grupos partidarios del cambio social como se suele pensar, es más bien una garantía para cualquier estado conservador. Esto es debido a sus métodos de actuación. El modo en que la contracultura pretendía -o pretende- cambiar el mundo es mediante un cambio de conciencia. Piensan que el mundo será mejor y el mundo será mejor, con eso basta. No hay que hacer nada más, tan sólo tener una actitud positiva. Don Juan insiste en animar a Castaneda a despreocuparse de los problemas mundanos; no le preocupan los niños hambrientos ni la situación precaria del pueblo yaqui, tan solo se centra en preparar su mente para las otras realidades. El cambio en la conciencia llevará a un cambio en la realidad. Cualquier gobierno se frotaría las manos al descubrir que los grupos que se le oponen piensan hacerlo no con movilizaciones ni con argumentos políticos, sino simplemente pensando bien y sonriendo.


Lo extraño de esto es que nadie se diera cuenta de que la Iglesia Católica ha venido intentando esto mismo durante los últimos dos milenios sin el más mínimo resultado. Cuando la realidad se empecinó en... pues en ser real, simplemente, con su Tierra girando alrededor del Sol, su evolución, en fin, sus cosas; entonces, hasta la Iglesia tuvo que admitir que tal vez iba ser mejor adaptar la conciencia a la realidad y no al contrario, al menos ante las mayores evidencias.

La contracultura no. La contracultura contraataca a estos argumentos agarrándose al relativismo más absurdo. El mismo que los antropólogos seguidores de Castaneda enarbolan para defenderlo en lugar de usarlo como herramienta de trabajo. Los descubrimientos científicos son considerados como cadenas, un modo de atarnos al mundo material, la realidad no es una sino muchas. Cada uno tiene su realidad. ¿Qué Castaneda dice que es capaz de convertirse en cuervo? Pues será capaz. A lo mejor tú no lo ves por que no estas preparado para acceder a ese otro mundo, pero en su realidad Castaneda era un cuervo.


Esta forma de pensar lo podemos encontrar ya en occidente hace siglos y puesta en práctica por gente que nada tenía de hippies. Era la regla que aplicaba la Inquisición. Cuando un antropólogo defendía a Castaneda alegando que lo importante era que él creyera que se transformaba en cuervo, no si se transformaba o no, estaba usando los mismos argumentos que la Santa Inquisición. Cuando las brujas se colocaban, con sustancias similares a las usadas por Don Juan y su pupilo, afirmaban haber sobrevolado pueblos y bosques. En el Malleus Malleficarum, libro de cabecera del buen inquisidor, los autores llegan a la conclusión de que es irrelevante si las brujas volaban realmente o solo lo hacían dentro de su cabeza. Si ellas creían que habían volado, era suficiente para condenarlas a la hoguera por brujería.


Este desprecio por las formas racionales de acceso al conocimiento, por la ciencia al fin y al cabo, no impedía a los seguidores de la contracultura pasearse en furgonetas con motor de explosión, poner a todo volumen sus equipos de música, ir al cine o llamar por teléfono. Tampoco impedía a los Antropólogos de la Nueva Era exigir ser considerados científicos -y sus argumentos tenidos en cuenta como tales- y, al mismo tiempo, negar los métodos de la ciencia por considerarlos insuficientes para tratar ciertos temas (pronunciese ciertos temas con tono misterioso) En Las enseñanzas de Don Juan nos encontramos con la misma paradoja: pese al desprecio inherente por la tecnología al considerarla un mecanismo del poder para perpetuarse, Don Juan es un tecnócrata de la peor calaña. Posee unos conocimientos secretos y tiene acceso a técnicas y habilidades negadas al resto de los mortales. Además usa este poder de un modo completamente egoísta, despreciando la situación de su pueblo y negándose a compartir su magia con los demás.

Poco importó que los antropólogos reales pusieran el grito en el cielo ante esta reducción al absurdo de una herramienta tan importante en su profesión como es el relativismo. Un antropólogo debe evitar juzgar a otras culturas en base a conocimientos o motivos morales de su propia cultura. Usado de este aséptico modo el relativismo se convierte en una herramienta imprescindible para acceder a un conocimiento objetivo de las costumbres ajenas. Es un modo de acercarse a la realidad. Usado fuera de este contexto, tal como hace la contracultura o los Antropólogos de la Nueva Era, pierde todo su sentido y se convierte en lo contrario, en una excusa para justificar cualquier creencia, postura o visión del mundo, por alejada que esté de la realidad. Este relativismo absurdo otorga la misma credibilidad a los conocimientos astronómicos establecidos por la ciencia que a la gente que sigue diciendo que la Tierra es plana. Todos tienen razón.


Resultaría interesante ver estas ideas aplicadas a la enseñanza, o a la justicia. Todos los testigos tendrían razón. Ya no habría quién, cómo o cuando; sino distintas versiones de los hechos todas igual de válidas. No habría diferencia entre victima o asesino, entre estafador o estafado.


Cuando los antropólogos reclamaron que se dejase de usar el relativismo para defender un libro completamente falso y fantasioso y exigieron a la Universidad de California que retirase a Castaneda el título de doctor, los responsables de la universidad manifestaron no tener motivos para hacer tal cosa. Al fin y al cabo, los libros de Castaneda editados por esa misma universidad se siguen vendiendo como rosquillas...


Refiriéndose a Castaneda, Kathryn Lindskoog escribió en su libro Imposturas, fraudes y otras fullerias: “Su única hechicería consistió en convertir a la Universidad de California en un asno



EPÍLOGO



Resulta difícil creer que algunos antropólogos todavía crean que Castaneda fue un investigador serio y competente de las asombrosas maravillas de los indios yaquis

Martin Gardner, filósofo y periodista



Los antropólogos contraculturales no sólo siguen existiendo sino que parece que aumentan. Por ejemplo, en Berkley se celebran congresos anuales de una asociación llamada Sociedad para la Antropología de la Conciencia. Estos son los extractos de algunas de sus conferencias:


Castaneda nos ha liberado del capitalismo, el comunismo, el consumismo, la racionalidad eclesiástica (¡!), el cientifismo fundamentalista marxista y su modalidad de elitismo, que condena al pueblo; y, por último, del nihilismo, la guerra eterna de venganza contra los pecados de muchas sociedades, que jamás se pueden perdonar. Gracias a Castaneda, se nos permite hablar con empatía, por ejemplo, sobre el sagrado personaje nigeriano Bori, sobre el gurú hindú, la mae de santo brasileña, Rumi, el oráculo tibetano, Jesús, el Bal Shem Tov, el Dalai Lama, Alce Negro y, por último, Don Juan.

Edith Turner, Universidad de Virginia

Ahí es nada.


La conciencia es esa parte de la conciencia de la que somos conscientes: Cómo los antiguos videntes y chamanes cortocicuitaron el cuerpo energético

Título de la conferencia de Roy Wagner, también de la Universidad de Virginia


Las enseñanzas de lingüística antropológica incluyen el conocimiento de la telepatía en la comunicación natural entre indígenas y el descubrimiento de idiomas humanos en su totalidad.

Dan Moonhawk Alford, Universidad Estatal de California


Las manifestaciones culturales de la conciencia humana son el resultado de los aspectos inmanentes y trascendentes de un principio de acción que surge de la tensión filosófica inherente en la naturaleza de la conciencia.

Ralph Allison de Los Osos, California.



Aunque estos cuatro ejemplos son suficientes para apreciar el daño que Castaneda ha causado a la antropología y para entender el resentimiento general hacía él y hacía su obra que manifiestan la mayor parte de antropólogos decentes, no podría acabar este artículo sin mencionar el último reportaje sobre Castaneda aparecido en el programa del misteriero (vendedor de misterio) Iker Jiménez. En el programa se presentaron los libros de Castaneda como trabajos científicos a la vez que dos invitados, un profesor de antropología y un psicólogo, dejaban patente que la contracultura no ha muerto ni mucho menos. El profesor afirmaba que, en clase, ponía a sus alumnos a buscar su Sitio de Poder en el aula. El psicólogo, por su parte, se tenía bien aprendidos los postulados contraculturales y afirmaba que no es posible un acercamiento científico a Castaneda pues nos habla de realidades distintas a la nuestra que solo se pueden alcanzar alterando la conciencia. Por supuesto, a pesar de esta negativa a usar el método científico, este señor fue presentados como científico por el conductor del programa.

La sombra de Don Juan es alargada.



BIBLIOGRAFIA

Castaneda, Carlos, Las enseñanzas de Don Juan, 1968

Gardner, Martin, ¿Tenían ombligo Adán y Eva?, 2000

Harris, Marvin, La cultura norteamericana contemporanea, 1981

Harris, Marvin, Vacas, cerdos, guerras y brujas, 1980

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lunes, 11 de febrero de 2008

El niño medieval

Fray Thomas Rowley fue un monje poeta del siglo XV en Bristol. La ciudad, durante los años en que sir William Canynge fue alcalde y mecenas de multitud de artistas, fue un importante centro cultural donde florecían las letras y las artes. Allí, Rowley escribió un gran número de obras de diversa importancia, la mayoría de las cuales fueron encontradas en la iglesia de St. Mary Redcliffe durante el siglo XVIII. Diálogo de Elionora y Juga, un misterio medieval, fue la primera en salir a la luz pero fray Thomas fue un escritor prolífico; se han encontrado poemas románticos, églogas, operetas, poesía épica y religiosa. Según el escritor Dennis Mercury “Entre las más destacadas figuran, a juicio de los críticos actuales, Balada de Caridad, escrita en un perfecto lenguaje arcaico; las Canciones de Aella, de una belleza que supera las otras producciones de esa clase;la Oda a la Libertad, vibrante expresión de poesía épica; y la Tragedia de Goddwyn, de la que sólo se conserva un fragmento


A pesar de algunas obras notables, Rowley no habría dejado de ser un secundario en las páginas de las historias de poesía medieval si no fuera por su característica más notable. Y es que fray Thomas Rowley nunca existió.



Bristol 1752-1770

Durante varias generaciones, los Chatterton se habían encargado de la sacristía de la iglesia de St. Mary Radcliffe. En 1752, estando su mujer embarazada de cinco meses, moría Thomas Chattertonn. Su hijo, llamado también Thomas, nació pues huérfano de padre y fue cuidado, en la iglesia gótica en la que vivía su familia, por su madre, por su hermana cuatro años mayor que él y por su tío, Richard Phillips, vicario de la iglesia.




Al los siete años, el pequeño Thomas fue enviado a la escuela de caridad de Colston´s Charity, una institución para niños de familias modestas. Sin embargo, poco tiempo después, el niño regresó a su casa. Según los profesores de Colston´s Charity era retrasado mental y no había posibilidad de meter conocimiento alguno en su cabeza.




El niño, analfabeto, se encontró de nuevo en el siniestro escenario en el que habían vivido siempre los Chatterton, la iglesia de St. Mary Redcliffe y el cementerio que la rodeaba. La iglesia medieval era un auténtico hogar para su familia; durante siglos habían sido sus guardianes y la consideraban casi como una herencia familiar. Thomas creció entre tumbas, catacumbas y gárgolas. Sus lugares de juego eran las estancias de la alta aguja de la iglesia, los sótanos y el cementerio.


El niño buscó en su casa la educación que le habían negado en la escuela. Aprendió a leer leyendo las inscripciones que había en las lápidas medievales y acompañando a su madre en sus lecturas de la biblia. A escribir aprendió con unos fragmentos que encontró en los sótanos y que resultaron pertenecer a una crónica perdida de la Guerra de las Dos Rosas. Chatterton copiaba una y otra vez las letras capitales y las miniaturas que las acompañaban aprendiendo la caligrafía de los copistas medievales mientras el resto de niños seguía con su educación típica en la escuela.

Nunca llegó a ser niño sano y a medida que crecía era más enfermizo y se distanciaba más de la realidad. El pequeño Thomas vivía en un mundo habitado por estatuas de obispos y santos y aprendía leyendo las crónicas de antiguas guerras. Se acondicionó el desván de la iglesia como si fuera la celda de un monje. Allí se encerraba con sus libros y pergaminos, con su tintero y con sus rollos de papel, durante horas y horas. No tenía ningún amigo y sus únicas actividades eran leer y escribir. Apenas dedicaba tiempo siquiera a comer o dormir.

No es extraño que el joven enfermara y fuera ingresado a los doce años en el Hospital de Colston aquejado de desnutrición física y desequilibrio mental. En aquel hospital nació fray Thomas Rowley: Chatterton le enseñó al conserje del hospital un manuscrito que, según él, su tío había encontrado en la iglesia de St. Mary. Era Diálogo de Eleonora y Juga, la primera obra de Rowley que veía la luz y que sería vendida a buen precio a un librero local.


Desde ese día y hasta la muerte de Thomas, no dejaron de aparecer obras del monje poeta de Bristol. A las ya citadas anteriormente hay que sumar numerosas otras no tan bien consideradas por la crítica. Sin embargo, el dinero que el joven se ganaba vendiendo los manuscritos medievales de Rowley era escaso y éste también escribía artículos para el Bristol Journal. Haciendo alarde de una dignidad caballeresca, propia de algún personaje de los escritos de Rowley, cuando el periódico le devolvió sin publicar su Balada de Caridad, Thomas cesó su colaboración.


Su salud y su estado mental empeoraban y en 1770, tras anunciar su intención de suicidarse, viajó a Londres, financiado por su familia, con la esperanza de que el cambio de aires supusiera una mejoría en la enrarecida vida de Thomas.


Londres 1770

No le fueron mal las cosas durante el comienzo de su estancia en la capital inglesa. Vendía obras de Rawley, así como de otros autores medievales, también inventados, colaboraba con algunos periódicos e incluso tuvo éxito, por primera vez, con una obra propia, La Venganza. Sin embargo, mandaba todo el dinero que ganaba a su familia en forma de regalos y el vivía en una buhardilla en Holborn, un suburbio londinense. Al igual que hacía en Bristol, Thomas apenas salía de casa y se pasaba horas y horas leyendo manuscritos medievales o escribiéndolos, casi sin probar bocado.

El 24 de agosto de ese mismo año, Thomas, que aun no había cumplido los dieciocho, compró un frasco de arsénico en la farmacia del señor Cross, en su misma calle. Regresó a su buhardilla, quemó todos sus escritos, escribió una breve nota y se tomó el frasco completo. Fue encontrado por la casera a la mañana siguiente junto a la nota en la que expresaba su deseo de ser enterrado en una cripta medieval.

Thomas Rowley y Thomas Cahetterton acababan de suicidarse.


Hasta 1871, cien años después, se siguió considerando a Rowley un personaje real y así es citado en multitud de libros. En ese año, W. W. Skeat, en La obra poética de Thomas Chatterton, esclareció el asunto definitivamente. Desde entonces, la obra de Rowley es publicada como salida de la pluma de Thomas Chatterton.

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