martes, 26 de mayo de 2009

Y, sin embargo, no se mueve. 1

El juego


No puedes ganar

No puedes empatar

Ni siquiera puedes abandonar la partida

Anónimo






Imagina un juego. El único jugador, que tengamos constancia, se llama ser humano. La partida es bastante larga, lleva en marcha unos cuantos miles de años. El objetivo es simple: crear trabajo. Cuanto más trabajo y de forma más eficiente produzcamos, mejor. Nadie nos obliga a jugarlo y, sin embargo, no existe grupo humano que no lo haya jugado a conciencia a lo largo de su historia.


Imaginemos ahora una comunidad humana que está empezando a jugar. Al principio la partida no pinta nada bien, únicamente disponemos de nuestro cuerpo para producir trabajo y, seamos sinceros, nuestro cuerpo no es gran cosa. La potencia que podemos ejercer por nosotros mismos es, más o menos, de medio caballo de vapor. No es mucho. Poco trabajo podemos producir con eso. Los “machos alfa” de nuestro grupo imaginario a lo mejor llegan a 1 cv de potencia (ser potente es uno de los requisitos para el oficio de “macho de alfa”) pero eso tampoco es para tirar cohetes. Además, solo podemos desplegar nuestra máxima potencia durante un breve periodo de tiempo. Después quedamos agotados porque resulta que, además de poco potente, el ser humano tampoco dispone de mucha energía para gastar.


Por si todo esto fuera poco, empleamos cerca de un veinte por ciento de nuestras reservas de energía en mantener en funcionamiento un extraño aparato. Se le suele calificar como el nova mas de la perfección en el mundo natural, un milagro, un ordenador maravilloso y preciso que nos ha regalado la evolución: el cerebro humano. El caso es que, cuanto más sabemos sobre el cerebro, menos se parece a la imagen clásica de supercomputador. De hecho, si continuamos con las analogías informáticas el cerebro se parecería mas a un PC destartalado y obsoleto al que le hemos ido añadiendo memoria y procesadores, lleno de parches, bucles, empalmes y remiendos con cinta aislante. Además, todavía no tenemos mucha idea de como funciona el software; ni el que trae de serie, ni el que vamos instalando con el paso del tiempo. Sea como sea, flamante computador o cacharro al borde del colapso, el cerebro funciona. Y funciona lo suficientemente bien para recuperar con creces ese veinte por ciento de energía que invertimos en él. Lo cierto es que el cerebro es nuestra mejor baza en el juego del trabajo.


A estas alturas supongo que te estarás preguntando sobre la importancia de este supuesto juego y, sobretodo, por qué hablo de él en un blog sobre errores o trampas. La respuesta a la segunda pregunta es simple: yo quería hablar de un grupo de tramposos pero no puedo hacerlo sin antes explicar el juego al que intentaron hacer trampas. Y respecto a la primera pregunta la respuesta es que este juego es muy importante. Tanto que si pudiéramos estar presentes en los momentos de cambio o desarrollo más significativos, para bien o para mal, de la humanidad y nos permitieran echar un vistazo entre bastidores descubriríamos algo sorprendente. Allí, ocultos en las páginas de los libros de historia tras los reyes y los generales, están los jugadores. Cada gran cambio histórico esconde una apasionante partida de este juego.





Las primeras civilizaciones humanas fueron posibles gracias a grandes jugadores. Ellos fueron los que consiguieron la rueda, la polea, la palanca, la grúa, la organización del trabajo o el plano inclinado. Otros pensaron que lo mejor era poner en nómina a la naturaleza y que ella se encargara del trabajo duro. Así se ganó la partida de la domesticación del buey (que tiene la potencia de varios seres humanos y además recarga él solo sus reservas de energía pastando) y la del uso de las crecidas de los ríos para irrigar los campos sin mover un dedo. Por primera vez, se producían alimentos para un porrón de gente con el trabajo de muy pocos. Esto condujo a una situación completamente nueva para el ser humano: un montón de personas, un número nunca antes visto, se habían establecido juntas de forma permanente y la gran mayoría de ellas no tenía nada que hacer. Aquellos que no tenían que trabajar en la obtención de sustento se dedicaron a sus hobbies: inventar la escritura, los gobiernos, los números, los oficios, el comercio, la religión organizada, los ejércitos, la arquitectura, las leyes y, también, descubrir nuevas formas de producir trabajo. El juego no se detiene y estábamos empezando a pillarle el tranquillo.



Las reglas del juego

La termodinámica es curiosa. La primera vez que te enfrentas a ella, no la entiendes del todo. La segunda vez, crees que la has entendido, salvo algún detalle sin importancia. La tercera vez te das cuenta de que no la entiendes en absoluto pero estás tan acostumbrado a ella que ya no importa.

Arnold Sommerfeld



Las máquinas no crean fuerza, sólo la transforman,y todo aquel que espere otra cosa no entiende nada de mecánica.

Galileo



El juego no traía manual de instrucciones. Las reglas debían descubrirlas los jugadores por ellos mismos. Esto, en realidad, nunca supuso mayor problema: aunque las leyes generales no se descubrieran hasta hace relativamente poco, los seres humanos siempre han intuido las escasas reglas que gobiernan el juego del trabajo. Hemos tenido mucho tiempo para acostumbrarnos a ellas.


La primera regla es fácil: nada es gratis y el trabajo, menos. Y ahora, un breve inciso. Por trabajo me estoy refiriendo al proceso de transformar un tipo de energía en otra. Me explico. Pongámonos en la piel de un arquitecto egipcio (egipcio de los de antes, de los que construían estatuas de cuatro dedos). Le han encargado construir una pirámide. El tipo está un poco agobiado porque se le está echando el tiempo encima, apenas tiene dos o tres décadas para acabar la obra y ni siquiera han aparecido visitantes del espacio exterior para hacerle el trabajo. El caso es que nuestro arquitecto necesita mover unos pedruscos enormes y para eso hace falta mucha energía. Por supuesto él no puede hacerlo por si mismo, ya hemos visto que el cuerpo humano tiene escasas reservas de energía... Pero, ¿qué pasa si tenemos un montón de “cuerpos humanos”? Los egipcios tenían esclavos abundante mano de obra. El método, el cruel método, era sencillo: pon a tropecientos trabajadores a empujar la piedra. Cada uno ellos perderá energía en el proceso pero esa energía no desaparece, tan solo se transforma. Mediante el trabajo (empujar) la energía de los trabajadores esclavos pasa a la piedra transformada en energía cinética y, si ésta es suficiente, el pedrusco se moverá. El arquitecto podrá dormir tranquilo y los trabajadores esclavos planear un éxodo.


Un ejemplo más actual y menos bárbaro. Imaginemos que tenemos una lata de gasolina. Con simplemente aplicar una chispa al líquido tendremos grandes cantidades de calor pero resulta que lo que nosotros queremos no es calentarnos sino movernos. No pasa nada, tan solo tenemos que inventar una máquina que sea capaz de llevar a cabo el trabajo necesario para convertir calor en movimiento (motor de combustión interna). Es recomendable, si no queremos tener problemas, que nos proveamos también de una máquina que se encargue del trabajo inverso: volver a convertir el movimiento en calor. Se suelen llamar frenos.

Bien, vuelvo a las reglas del juego. La primera es simple: es imposible construir una máquina que, tras realizar un trabajo, produzca más energía de la que gasta. Sería como intentar hacer aparecer la energía de la nada y eso no esta bien. No es jugar limpio. Si esta regla no existiera podríamos construir un motor con un rendimiento energético de, por ejemplo, el 105%. Eso significa que el motor sería capaz de abastecerse a si mismo, conectando la salida a la entrada, y aun produciría un excedente energético del 5%. Con máquinas así la energía sería gratis, se acabó pagar la factura de la luz.


Pero, ¿y si no queremos excedente de energía?. A lo mejor solo queremos una máquina que se autoabastezca. Una máquina que se mantenga a sí misma en funcionamiento pero no produzca excedente de energía. Un rendimiento del 100% no viola la primera regla del juego. Aunque una máquina así no produciría trabajo útil, pues gastaría toda su energía en mantenerse a si misma, siempre la podríamos usar como adorno. Desgraciadamente la segunda regla del juego nos priva de tener un móvil perpetuo adornando nuestro despacho. Esta regla dice que, a no ser que consigamos temperaturas de 0º absoluto, tampoco podemos construir nada con un rendimiento del 100%.


No existen máquinas perpetuas simplemente porque la energía se escabulle por todas partes. Volvamos a nuestro motor de combustión. Nosotros queríamos conseguir energía cinética, es decir movernos, pero eso es solo una parte de lo que en realidad obtenemos cuando ponemos en marcha el motor. Una parte muy alejada del 100%. Gran cantidad de energía se desperdicia en formas de ondas sonoras o de calor, tanta que hemos tenido que inventar mecanismos como el radiador, el tubo de escape o el silenciador para lidiar con toda esa energía desbocada. Y nosotros solo queríamos movimiento.


Por último, por si alguien tenía pensado agarrarse a la letra pequeña de la segunda regla, está la tercera regla del juego. Es también clara y nos impide salirnos por la tangente: nunca, jamas, de ninguna manera, se puede alcanzar el 0º absoluto.


Ya conocemos el juego y sus instrucciones. En el próximo artículo hablaré de los tramposos.

En breve:

Y, sin embargo, no se mueve. 2

Los tramposos.


Notas:

- La cita de Galileo está sacada de aquí.

- La de Sommerfeld de Wikipedia


Disculpas:

- A los lectores habituales. Por no incluir ningún fraude en esta primera parte y salirme así de la temática del blog. Prometo que en la segunda parte hay estafadores de sobra para compensar.

- A los físicos por las patadas que acabo de darle a la termodinámica, por las simplificaciones imperdonables y por los errores que haya podido cometer.

- A los historiadores, por ventilarme la revolución neolítica con un par de frases chorras. Ah, y por poner una estatua de atrezzo al hablar de los egipcios (No he podido evitarlo)


Perdón a todos, pero necesitaba este artículo para poder escribir el siguiente. :-P

Corrijo el error de los esclavos egipcios. Cortesía de dos comentarios anónimos. ¡Gracias!

Para saber más sobre egipcios y esclavos: Construcción de pirámides



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