martes, 30 de junio de 2009

Y, sin embargo, no se mueve. 2


Y, sin embargo, no se mueve 2
Tres tramposos




La verdad es muy bonita

Bruce Willis (El último Boyscout)


¡Lisa! En esta casa se respetan las leyes de la termodinámica

Homer J. Simpson


Castillo de Weissenstein, Suiza, 1721

Movimiento Perpetuo no asalariado

Daniel Schumacher no sabía muy bien como se había metido en aquella situación. Él, que no era más que un simple bibliotecario, se encontraba de pronto de viaje por Europa con la misión de recopilar todo el saber disponible en temas de ciencia que hubiera en el mundo y llevarlo a su país. Y todo por la manía que le había entrado a su señor con aquello de modernizar el país.


Pedro I el Grande estaba poniéndolo todo patas arriba. Primero se había empeñado en incorporar a las mujeres a la vida pública. ¡Incluso les recomendaba que dejaran de cubrirse la cabeza! Más tarde le dio por popularizar eso que llamaban prensa y que ponía al alcance de cualquiera el conocimiento que antes tenían unos pocos. Finalmente, el zar puso su ojos en un creciente grupo de gente que medraba en Europa y que en los últimos tiempos estaban haciendo bastante ruido, sobretodo en Francia e Inglaterra. Se llamaban a si mismos filósofos naturales y se habían propuesto descubrir como funciona el mundo. Lo curioso es que, al parecer, lo estaban consiguiendo.


Schumacher observó todos los cambios que sacudían su país con la seguridad y la tranquilidad que le proporcionaba el hecho de saber que, fuera cual fuera la siguiente locura que se le ocurriese al zar, al último que iba a elegir para llevarla a cabo era a un bibliotecario. Se equivocó. Pedro I necesitaba a alguien inteligente y educado para fisgonear en los círculos científicos europeos; pero, por desgracia, su afición a las fiestas, a las orgías y a competiciones que incluían trenzas, alcohol y lanzamiento de hachas, le había llevado a rodearse de una corte poco interesada en la filosofía natural. Debió pensar entonces que quién puede ser más inteligente y educado que un bibliotecario. Como Terry Pratchett, Pedro I debía pensar que si pones a la gente junto a un montón de libros el suficiente tiempo; al final, el conocimiento acaba fluyendo de unos a otros. Y así acabó Daniel Schumacher, bibliotecario de la corte que, en efecto, era inteligente y tenía una solida formación aunque no en ciencias, de gira por Europa, entrevistando a científicos, metiendo las narices en las recién creadas Academias y acumulando todo el saber que podía para llevarlo a Rusia. Hasta que llegó a un remoto castillo en Suiza.



Pedro I había proporcionado al bibliotecario una lista de tareas entre las que estaban comprar libros, invitar a los científicos a visitar Rusia o “traer un maestro que pueda hacer experimentos”. Una de las tareas era visitar a un tal Orffireus y ver si su máquina perpetua, esa de la que tanto se hablaba, podría tener alguna utilidad para Rusia.

Johann Bessler, alias Orffireus, era un extraño personaje que había paseado su móvil perpetuo por toda Europa. Se decía que su invento era auténtico ya que nadie había logrado descubrir trampa alguna, pero lo cierto era que Bessler nunca había permitido a nadie examinar el interior de su “rueda eterna”. Cada vez que algún escéptico entrometido insistía en examinar su máquina, Orffireus la destruía y se mudaba a otra ciudad donde volvía a construir su maravilloso invento. Con el tiempo, estos cambios de domicilio eran cada vez más frecuentes. Orffireus, enemigo de la falsa modestia, publicó un libro titulado «El célebre móvil perpetuo de Orffireus» y aseguró que solo dejaría examinar su rueda a quien le pagara una elevada suma de dinero.


El lugar donde Daniel Schumacher esperaba encontrar a Orffireus era el castillo de Weissenstein, una de cuyas salas era el último lugar conocido donde se había construido el móvil perpetuo. Por desgracia, Schumacher llegó tarde. Cuando el bibliotecario apareció por el castillo, la máquina no era más que un montón de astillas. El físico holandés Willem Jacob's Gravesande había mostrado un inquietante interés en conocer los mecanismos internos de la rueda de Orffireus y éste decidió destruirla y cambiar de nuevo de residencia.


Aunque Schumacher no pudo ver el móvil perpetuo si que llegó a tiempo de entrevistar a Orffireus, que todavía no había abandonado Weissenstein, con intención de averiguar que interés podría tener para el zar el famoso invento. Schumacher aseguró al inventor que su patrón podría gastarse mucho dinero en una máquina semejante pero que antes debían mostrársele pruebas de su funcionamiento. La respuesta fue clara: «Ponga en un lado 100 000 rublos y en el otro yo pongo la máquina» (Brodianski, Móvil perpetuo antes y ahora)


Antes de volver a Rusia Schumacher tuvo tiempo de entrevistar a Christian Wolff sobre la veracidad de las afirmaciones de Orffireus y de su máquina. Las opiniones negativas del Wolff quedaron reflejadas en el informe que presentó al zar. También en dicho informe figura la sensata opinión del propio bibliotecario sobre el asunto: «De este escrito Su Majestad Imperial puede ver que este móvil perpetuo no es muy perfecto»


Es posible que, años después, una vez el zar le había concedido el honor de ser el primer director de la recién creada Academia de las Ciencias de San Petersburgo, Schumacher tuviera noticia del destino de Orffireus. De ser así, probablemente no se habría extrañado al conocer que el inventor había caído en desgracia tras descubrirse que su famosa rueda era un fraude. Sus criados y su mujer lo denunciaron públicamente. Ellos eran quienes, instalados en la habitación contigua a la máquina, giraban una rueda que, conectada mediante ejes ocultos, hacia moverse la máquina. La razón por la que decidieron contar la verdad era que Orffireus nunca había compartido con ellos el dinero que ganaba exponiendo su invento. Ni siquiera les pagaba un sueldo por el trabajo extra.

El caso de Orffireus podría servir como ejemplo de la primera ley de la termodinámica aplicada al mundo laboral: el trabajo no es gratis.



California, 1966

El motor semestral de Mr. Papp y el físico impertinente




Puede que Mr. Papp fuera un tramposo más en la larga lista de inventores de máquinas perpetuas pero no se puede negar que tenía estilo. A la hora de hacer una puesta en escena impactante Mr. Papp no tenía rival.


La historia de Mr. Papp comienza en el mar, una noche de verano de 1966, a escasa distancia de las costas francesas. Un barco pesquero que salía a faenar del puerto de Brest se encontró con una balsa hinchable a la deriva. Al acercarse descubrieron que estaba ocupada por un hombre al que se apresuraron a subir a bordo. El náufrago iba vestido como un piloto de la segunda guerra mundial, incluyendo el casco y las gafas, y se presentó como Josef Papp, ingeniero canadiense (aunque luego se descubrió que era húngaro). Cuando los pescadores le interrogaron sobre su situación, el naufrago relató como acababa de escapar por los pelos de una muerte segura ya que su submarino había sufrido un accidente. Los marineros preocupados le preguntaron por el resto de la tripulación pero Mr. Papp se apresuró a tranquilizarlos: no había ninguna tripulación. Josef Papp aseguró que acababa de cruzar el Atlántico en solitario, en un viaje de tan solo trece horas de duración, a bordo de un submarino a reacción que había construido en el garaje de su casa.


La prensa no tardó en dar una gran cobertura al caso Papp. Poco importó lo increíble que resultaba el submarino que afirmaba haber construido y que, según él, alcanzaba los 500 km/h. Tampoco se tuvo en cuenta el hecho de que los marineros que lo rescataron encontraron dos billetes de avión en la chaqueta del ingeniero. Eran para el vuelo Montreal-París. Ida y vuelta. Y el de ida había sido usado. Ni siquiera se prestó atención a los pasajeros del vuelo que reconocieron a Mr. Papp y afirmaron haber viajado con él de Canada a Francia. La verdad no importó demasiado a la prensa, la historia que contaba Josef Papp era mucho más interesante.


Una vez convertido en celebridad, Mr. Papp anunció al mundo su nuevo invento: el motor eterno. Bueno, eterno, lo que se dice eterno no era. Más bien semestral. Pero a efectos prácticos podemos tratarlo como una máquina de movimiento perpetuo. Según Papp, un coche equipado con uno de sus motores podría funcionar durante seis meses a pleno rendimiento antes de necesitar repostar. El repostaje consistía en la inyección de una mezcla de gases directamente en los cilindros y otorgaba al vehículo seis meses más de autonomía.


Eran los años sesenta y Mr. Papp supo adaptar a la perfección el fraude del movimiento perpetuo a los nuevos tiempos. Por primera vez encontramos elementos que luego serían comunes en este tipo de fraudes. Papp hacía hincapié en las virtudes ecológicas de su motor. Según él, su máquina no producía ningún tipo de contaminación atmosférica y los gases que necesitaba para funcionar se obtenían de manera sencilla sin destruir el medio ambiente. Además del ecologismo, otro movimiento hijo de los sesenta era clave en la historia del ingeniero: el conspiracionismo. Papp aseguraba haber estado negociando la venta de su motor con algunos fabricantes de automóviles pero, a pesar del interés que tenían varias marcas en adquirir su producto, las compañías petroleras habían presionado para que las creaciones de Papp no encontraran comprador.


Mr. Papp, con los medios dando cobertura a todo lo que decía, anunció al mundo su motor perpetuo semestral y fijó una fecha para la presentación oficial de su invento. Sería ese mismo año en California. Cualquiera podría asistir a la puesta de largo del motor y, tras ese día, las compañías petroleras no podrían seguir negando la existencia de la máquina que iba a cambiar el mundo. Lo que no sabía Josef Papp era que en California iba a encontrarse con la horma de su zapato.

Un grupo de estudiantes de física de Caltech se enteraron de las hazañas de del ingeniero del submarino a reacción y decidieron acudir a la presentación de su motor. Para horror de Mr. Papp los estudiantes convencieron a uno de sus profesores para que fuera con ellos.


El día en cuestión llegó y Mr. Papp y su invento se encontraron rodeados por decenas de interesados. Estudiantes, inversores, ingenieros y simples curiosos rodeaban al inventor y al coche en marcha que, en teoría, funcionaba gracias al maravilloso motor semestral. Entre todos ellos había una persona que estaba poniendo de los nervios a Josef Papp. Había llegado con los estudiantes de física y no paraba de burlar las medidas de seguridad para meter su nariz por todas partes. Además, mientras que el resto de la gente manifestaba su asombro, el entrometido no hacía más que formular preguntas incómodas del tipo: ¿Cómo es que, siendo un motor de combustión, suena como un motor eléctrico? ¿Qué encontraré si sigo esos cables que salen del coche y entran en esa construcción? ¿Puedo desenchufar ese cable? ¿Por qué solo va a estar funcionando un par de horas el coche? ¿Podría dejarlo en marcha un poco más?


Mr. Papp estaba desquiciado. Él quería impresionar a la prensa y aquel físico entrometido no hacía más que ponerlo en evidencia. El profesor no era otro que Richard Feynman y estaba consiguiendo que Papp se arrepintiera de haber elegido California para presentar su motor. En un momento dado, poco antes de que llegara la hora prevista para poner fin al acto de presentación, Josef Papp desapareció en el interior de un edificio y el infierno se desató. Una gran explosión convirtió en chatarra el motor semestral. Varias personas resultaron heridas, dos de ellas de gravedad, y una murió a causa del impacto de una de las piezas del motor que le atravesó el pecho.


La investigación posterior no consiguió determinar la causa de la explosión. Mr. Papp acusó a Richar Feynman de trabajar de forma encubierta para las petroleras y haber saboteado su invento. Feynman, por su parte, escribió un artículo relatando lo sucedido y expresando sus sospechas de que el autor de la explosión había sido el propio Josef Papp que veía así reforzada su tesis conspiracionista.


Mr. Papp y su motor se fueron disolviendo en el olvido con el paso del tiempo aunque hoy en día aun existen varios grupos de defensores del inventor. Afirman que Papp se llevó a la tumba su secreto y nunca podremos disfrutar de su motor ya que alguien (lease petroleras, CIA, Illuminatis, masones, o cualquier otro grupo a gusto del consumidor conspiranóico) se había encargado de eliminar los registros de sus patentes. Lo cierto es que las patentes de Josef Papp no han sido eliminadas, siguen a disposición de cualquiera en la Oficina de Patentes Americana: Patente 1, Patente 2, Patente 3. Después de treinta años siguen esperando a que alguien consiga hacerlas funcionar.


Nueva Orleans, 1984

El astronauta que acabó con el movimiento perpetuo


El Superdome de Nueva Orleans es un gran estadio con capacidad para casi setenta mil espectadores. Suele ser escenario de acontecimientos deportivos, conciertos o actos políticos durante las campañas electorales. Recientemente su nombre se hizo popular debido al papel que jugó durante el desastre causado por el Katrina. En su interior se refugiaron miles de personas y, pese a sufrir considerables daños, el edificio aguantó.



En 1984 un mecánico llamado Joseph Newman alquiló el Superdome durante una semana completa. Cada día, miles de personas acudían a ver al hombre destinado a cambiar el rumbo de la historia. Newman estaba librando una cruzada y necesitaba la ayuda de la opinión publica. Los espectáculos en el Superdome eran la culminación de una campaña que había consistido en apariciones en televisión, radio y numerosas entrevistas en periódicos y revistas. En el Superdome, Newman aparecía ante su público subido en un coche y daba varias vueltas saludando a la gente que no dejaba de aplaudirle. Después detenía el vehículo y pronunciaba la frase que hacia enloquecer al público: “Este coche podría estar dando vueltas de forma indefinida. ¡No necesita combustible!”


La historia de Newman era una buena historia para la prensa. El clásico enfrentamiento de David contra Goliat que encanta a los medios. Joseph Newman aseguraba haber descubierto un motor que no necesitaba combustible. Su máquina, afirmaba, producía mas energía de la que consumía. Era la clase de descubrimiento que pondría al mundo patas arriba, una revolución energética mucho más importante que cualquiera de las precedentes. Pero había un problema: la Oficina de Patentes no quería aceptar el diseño de Newman.


Desde principios del siglo XX la Oficina de Patentes de los Estados Unidos no admite diseños de móviles perpetuos. Era una cuestión práctica, el aluvión de este tipo de diseños durante el siglo XIX fue tal que en la oficina de patentes decidieron establecer una norma para cerrar el grifo. Solo serían aceptadas patentes de este tipo si el inventor en cuestión era capaz de mostrar su máquina en funcionamiento. El motor de Papp consiguió eludir esta regla ya que no era un móvil perpetuo propiamente dicho al necesitar una inyección de gas cada seis meses. Pero el invento de Newman fue rechazado.


Newman denunció a la Oficina de Patentes pero perdió. El juez decidió aprender termodinámica por su cuenta durante el juicio y llegó a la conclusión de que el motor de Newman era un móvil perpetuo y por lo tanto no tenía derecho a patente a no ser que demostrara su funcionamiento. Newman inició entonces su campaña publicitaria por diversos medios de comunicación. Quería conseguir los apoyos necesarios para que el Congreso de los Estados Unidos forzara a la Oficina de Patentes a aceptar su invento. Y los consiguió.


Joseph Newman se presentó para hablar ante el Congreso el 29 de julio de 1986 de la mano del senador por Misissipi Thad Cochran y con el apoyo de varios senadores más. Después de perder su anterior juicio Newman modificó la teoría según la cual funcionaba su dispositivo. Ahora aseguraba que no era un móvil perpetuo lo que había inventado. Explicó a los congresistas que su máquina sí que consumía energía, de hecho se devoraba a si misma según la ecuación de Einstein (E=mc2), debido a lo cual podía permanecer en funcionamiento miles de años sin poder ser considerado un móvil perpetuo estrictamente hablando. Aunque esto no era más que una argucia para burlar la norma de la Oficina de Patentes la mayoría de los congresistas eran incapaces de apreciar la trampa. Su formación era en derecho o en economía y no tenían ni idea de formulas, móviles perpetuos o máquinas que se devoraban a si mismas. Lo único que veían era a un amable y sincero mecánico al que la gente adoraba y cuyo invento supondría un ahorro de miles de millones de dólares. Además su creación estaba avalada por un informe del ingeniero electrónico William Schuyler.

Fue entonces cuando un astronauta carraspeó y pidió la palabra. John Glenn, antiguo heroe de la NASA y primer americano en órbita, era por aquel entonces senador por Ohio y, probablemente, el único en toda la sala con los conocimientos necesarios para olerse el engaño de Newman. La pregunta de Glenn dejó a Newman sin habla por primera vez en toda su comparecencia:

-Se trata de un problema bastante sencillo -dijo-. Se mide la energía de entrada y la energía de salida, y se mira cual de las dos es mayor. ¿Estaría el señor Newman de acuerdo con esto? Si lo está -continuó Glenn sin esperar respuesta-, ¿qué laboratorio le gustaría que hiciera las mediciones?”

Robert L. Park, Ciencia o vudú


La única respuesta que Newman consiguió articular consistió en algunos balbuceos sobre el insulto que tal prueba supondría para los científicos que ya habían examinado su invento. A pesar de todo, no fue la pregunta de Glenn lo que hizo que el Congreso rechazara la petición de patente de Newman sino una carta que pasaron al astronauta en la que quedaba probada la relación personal de Joseph Newman con William Schuyler, que había realizado el informe favorable a su máquina. Como ya he dicho, la mayoría de congresistas eran abogados y no tenían la mas mínima idea de física, pero sabían oler un conflicto de intereses a kilómetros. No fueron las leyes de la termodinámica las que desbarataron el negocio de Newman, sino las leyes federales.




EPÍLOGO

Los tramposos del movimiento perpetuo han sido muchos y siguen apareciendo en los medios regularmente. Después de prometer la solución a los problemas energéticos de la humanidad en algún informativo veraniego suelen caer en el olvido, incapaces de mostrar sus inventos en funcionamiento (Vease el caso Steorn)


Brodianski, V.M., Movimiento perpetuo antes y ahora

Cronología de las máquinas de movimiento perpetuo

Orffireus

Artículo de Feynman sobre el incidente de Mr. Papp

Relación de inventores de móviles perpetuos

Kilty, Kevin T., Perpetual Motion

Kaku, Michio, Física de lo imposible

Park, Robert L., Ciencia o vudú



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