La catedral gótica de L... había perdido todos sus frescos. Se contaba que las pinturas de la iglesia del siglo XIV eran dignas de admiración, pero el tiempo y, sobretodo, la guerra las habían destruido por completo. Todo lo que quedaba eran manchas y líneas sin sentido, nada que recordara los dibujos de santos y peregrinos que antaño cubrían las paredes y techos del templo.
No obstante, existía una pequeña esperanza para los habitante de L... Un fotógrafo había tomado algunas instantáneas de los frescos cuando aún eran medianamente visibles, antes de la gran guerra. Un pintor local que ya había trabajado en algunas restauraciones semejantes aseguraba que, usando las fotos y las manchas que quedaban en las paredes, era capaz de reconstruir los frescos de la catedral.
El pintor, al que llamaremos M, fue contratado por el ayuntamiento de la ciudad. Pese a que acababan de salir de la más horrible y brutal de las contiendas y estaban sufriendo una dura posguerra, los ciudadanos de L... no dudaron en pagar a aquel pintor todo el dinero que pedía, que no era poco, ni en poner a su disposición todos los medios necesarios. Se recolectó una cantidad de dinero desorbitada para costear aquella tarea, la restauración de los frescos de L...
M trabajó durante meses en la catedral. Se pasaba horas y horas subido a los andamios reconstruyendo las pinturas línea a línea. Con el tiempo las figuras fueron apareciendo. Rescatados del pasado, los santos y monjes medievales fueron cubriendo de nuevo las paredes del templo. Los frisos recuperaron los diversos animales que los decoraban y las paredes volvían a relucir con imágenes de peregrinos.
Para la presentación de la obra acabada acudieron a la ciudad ilustres figuras de todos los ámbitos. Artistas, políticos, periodistas, embajadores, incluso varios ministros de la nación estaban presentes cuando los frescos revividos fueron mostrados por fin. Se realizaron cuatro millones de estampas religiosas ilustradas con las pinturas restauradas. Y el resultado no era para menos. M había realizado un trabajo maravilloso. Los colores brillaban como si los acabaran de pintar, los santos relucían en las esplendidas pinturas medievales. Era un auténtico milagro. M había obrado un prodigio. Y la ciudad lo amaba.
Por eso cuando, años más tarde, algunos señalaron que M era un estafador pocos dieron crédito a las acusaciones. Ni siquiera cuando el propio M admitió públicamente que no había restaurado nada y que directamente se había inventado los frescos la gente estuvo dispuesta a creerlo. Aquello era imposible.
Sin embargo las pruebas del fraude habían permanecido cuatro años ante los ojos de todos. Cualquiera podría haber destapado la estafa. M, además de un estupendo falsificador de obras de arte, era un bromista. No solo se había inventado las pinturas sino que había dejado una serie de pistas para que el fraude estuviera ante los ojos de todos.
Todo esto sucedió de verdad y, si habéis leído hasta aquí, vosotros también deberíais ser capaces de descubrir el fraude. Ha estado todo el tiempo ante vuestros ojos también. La solución, así como la bibliografía, los enlaces y los nombres de los protagonistas, a finales de agosto. Aunque es muy fácil, supongo que en algún comentario aparecerá la respuesta en breve. ¡Hasta septiembre!
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