miércoles, 28 de noviembre de 2007

El jardinero fiel de Stalin


En 1940 el gran genetista ruso Nikolai Ivanovich Vavilov se encontraba en las montañas de Ucrania recogiendo muestras de plantas. Cualquiera que lo viera ese día podría pensar que estaba ante un campesino, cargado con bolsas de trigo, pero Nikolai Vavilov era un personaje trascendental en la Rusia estalinista y un científico de importancia mundial. Había viajado a lo largo y ancho del planeta recogiendo muestras para su colección botánica, una de las más importantes del mundo. En Europa estudió y realizó investigaciones con los mejores biólogos, incluyendo a William Bateson, uno de los padres de la genética. Su teoría sobre los orígenes geográficos de los cultivos domésticos sigue vigente hoy en día. Entre los cargos oficiales que Vavilov podía subrayar en su currículum estaban: director del Instituto de Botánica Aplicada de Leningrado, presidente de la Academia de las Ciencias Agrícolas de Leningrado, miembro de la Royal Society, director y fundador del Instituto de Genética de la Academia de las Ciencias de la URSS, presidente de la Sociedad Geográfica de la URSS...


Ese mismo día, en Ucrania, Vavilov se llevó una agradable sorpresa. Había descubierto una especie nueva de trigo silvestre, nunca vista hasta entonces. Con la bolsa llena de muestras de este prometedor descubrimiento, el científico ruso se encaminó montaña abajo pero un coche le cerraba el paso. Varios hombres de paisano se acercaron a Vavilov y le dijeron que se requería su presencia en Moscú inmediatamente.


Pocos volvieron a ver a Vavilov con vida. En Moscú fue condenado a muerte, pena que fue posteriormente rebajada a 40 años de trabajos forzados en la estepa siberiana. Allí murió el científico dos años después, completamente olvidado.

¿Qué había hecho el gran genetista darwinista ruso para merecer este destino? Precisamente, ser genetista y darwinista. Pues, como había dejado bien claro el agrónomo Lysenko, la genética y el darwinismo no eran más que invenciones del malvado capitalismo.




Hay muy pocas cosas más dañinas para la ciencia que el qué la religión se inmiscuya en sus asuntos. Esta historia trata de una de esas pocas cosas peores: cuando es la política la que se inmiscuye.




Antes de conocer el drama de Lysenko debemos tener claros un par de detalles sobre la selección natural. De forma muy resumida, la selección natural planteada por Darwin sostiene que existen variaciones entre los individuos de una determinada población, dado que los organismos se reproducen en mayor número de lo que el medio es capaz de mantener siempre existirá un número de estos organismos que perezca antes de haber podido reproducirse. Las variaciones mejor adaptadas al medio se verán beneficiadas al poder transmitir sus características a su descendencia. Un pequeño ejemplo: imaginemos una población de jirafas en un ambiente escaso de alimentos. En esta población nacen jirafas un poco mas altas de lo normal y jirafas un poco mas bajas. Las más altas llegaran a zonas de los árboles a las cuales el resto no tienen acceso, por lo tanto tienen más posibilidades de conseguir alimento y llegar a reproducirse. Con el paso del tiempo, los genes de las jirafas más altas serán más abundantes que el resto dando lugar a que la media de altura de las jirafas aumente. Dejando de lado, claro, los miles de otros factores ambientales, como los depredadores, el clima, etc.

Los más importante para entender el asunto Lysenko es tener bien claro que la selección opera sobre caracteres heredados, no adquiridos. Esto suponía un grave problema para Stalin que, como tantos otros dictadores, tenía la extraña percepción de que hasta la mismísima naturaleza debía seguir los dictados de sus ideas políticas. Y, claro está, eso de que todo dependiera de unos genes heredados no sonaba muy marxista, más bien al contrario. Por no hablar de que esos mismos genes determinaran las posibilidades de supervivencia del individuo. ¿Qué es eso de que las jirafas con cuellos más largos tenían más posibilidades que sus hermanas solo por tener la suerte de haber heredado determinados genes? ¿Dónde estaba la igualdad? ¡Si sonaba hasta a monárquico!

Los biólogos y genetistas rusos pudieron, sin embargo, desempeñar su trabajo sin demasiadas injerencias políticas. Ésto cambió cuando un oscuro personaje, aprovechando el malestar causado por las hambrunas del 29, hizo acto de presencia en la corte del zar. Trofim Denisovich Lysenko era un campesino ucraniano, sin ninguna formación científica, elevado a la categoría de agrónomo durante la colectivización debido a varias cosechas exitosas gracias a la vernalización, una antigua práctica consistente en enfriar las semillas antes de plantarlas.


Lysenko no era más que un charlatán y, como tal, su especialidad consistía en decirle a la gente lo que querían oír. Así lo describía la revista Pravda:

Si hay que juzgar a un hombre por la primera impresión, Lysenko da la sensación de un dolor de muelas; Dios le dé salud, pero tiene un porte abatido. Es mezquino en palabras y de rostro insignificante; todo lo que uno recuerda es su aspecto adusto arrastrándose por la tierra como si, cando menos, estuviera dispuesto a cargarse a alguien. Sólo una vez este científico descalzo dejó caer una sonrisa, y eso ocurrió al mencionar el pastel de cerezas de Poltava con azúcar y crema amarga.


Lysenko sostenía que la genética era una superstición burguesa y el darwinismo una idea fascista. En su lugar, Lysenko abogaba por el lamarckismo. ¿Quien era Lamarck y por qué sus teorías sonaban a gloria en los oídos de Stalin?




Jean-Baptiste Lamarck fue un excelente naturalista francés que ha pasado a la posteridad no gracias a sus múltiples aciertos si no a su más sonado error. Lamarck tenía una teoría sobre el modo en que opera la evolución cuyo principal rasgo era la herencia de caracteres adquiridos. Como ejemplo serviría bien el caso de un culturista. Según la teoría de Lamarck, sus hijos serán mas fuertes de lo normal, heredando características que su progenitor ha obtenido en vida: los músculos hiperdesarrollados. La teoría de Lamarck no era una tontería, era apoyada por multitud de científicos y combatió de igual a igual con el darwinismo, que era la teoría correcta. Sin embargo, fue perdiendo la batalla contra la selección natural poco a poco hasta sucumbir por completo con el redescubrimiento de la genética mendeliana que confirmaba sin lugar a dudas el darwinismo.


En el momento en que Lysenko presentó sus ideas ante Stalin el lamarckismo ya era una teoría obsoleta. La genética era una ciencia en auge en todo el mundo y el darwinismo ya no se discutía. Stalin se dejó engatusar por un adulador que ponía ante sus ojos una teoría que decía que la evolución no esta dirigida por una fuerza ciega si no que el esfuerzo de cada cual repercutía en su herencia. ¡Stalin ya tenía ante si una teoría de la evolución comunista! Lysenko se ganó la simpatía de la cúpula soviética pese a que el resto de sus ideas eran tan fantasiosas como el lamarckismo, o más. Por ejemplo, decía que las especies surgían por mera transformación de unas en otras. Puestas en práctica, estas ideas supusieron un desastre absoluto para la agricultura de la URSS. Mientras en el resto del mundo la genética había abierto de par en par las puertas de la hibridación de cultivos, mejorando expectacularmente las cosechas, en Rusia las hambrunas se sucedían. Las cosechas eran desastrosas y los muertos por hambre, durante la época en que Lysenko ejerció su influencia se multiplicaban. Sin embargo, Stalin lo nombró presidente de la Academia de las Ciencias Agrícolas.


Así describía la situación el físico y premio Nobel Richard Feynman durante unas conferencias en Washington:

El gran Mendel, que descubrió las leyes de la genética y los principios de la ciencia, está muerto [en Rusia]. Sólo se le puede seguir en los paises occidentales, porque en Rusia no tienen libertad para analizar las cosas. Tienen que discutir y argumentar contra nosotros continuamente. Y el resultado es interesante. No es este el único caso en que se ha paralizado la ciencia de la biología que, dicho sea de paso, es la ciencia más activa, más excitante y con un desarrollo mas rápido en Occidente. En Rusia la biología no está avanzando nada. Ustedes pensarán que una cosa así es imposible desde el punto de vista económico. Pero, en cualquier caso, al tener las teorías incorrectas acerca de la herencia y de la genética, la biología de la agricultura en Rusia permanece atrasada. No han desarrollado correctamente el maíz híbrido. No saben como desarrollar mejores especies de patatas. Antes lo sabían. Antes de Lysenko, en Rusia, tenían mejores cosechas de patatas y productos similares que en cualquier otra parte del mundo. Pero hoy no tienen nada. Sólo discuten con occidente”


Lysenko no sólo impuso sus ideas sobre biología, también se encargó de silenciar a cualquiera contrario a ellas. Hasta la estatua de Mendel, que había en su pueblo natal, fue derribada. Las ideas del jardinero perduraron durante tres décadas. En este tiempo, pese a los fracasos de sus técnicas, Lysenko lastró la agricultura rusa dejándola muy por debajo de los niveles de producción del resto del mundo.


Lysenko no perdió su poder hasta los años sesenta y fue gracias a las presiones ejercidas por los físicos soviéticos, los únicos que habían permanecido firmes en su oposición a las ideas del jardinero. Pero el daño ya estaba hecho y la agricultura rusa aun no se ha recuperado de la influencia del nefasto campesino ucraniano.


Se cuenta que, durante una conferencia de Lysenko, el físico Lev Landau se levantó y preguntó:

  • ¿Así pues, usted argumenta que si cortamos una oreja a una vaca, y a su descendencia, y así sucesivamente, tarde o temprano nacerán vacas desorejadas?

  • En efecto -respondió Lysenko.

  • Entonces, señor Lysenko, ¿cómo se explica usted que en Rusia sigan naciendo muchachas vírgenes?


Excelente pregunta a la que Lysenko no supo responder.



EPÍLOGO

El problema del asunto Lysenko no fue si el lamarckismo era correcto o no. El problema fue convertir la ciencia en un instrumento político. En Occidente se cometieron también estupideces semejantes pero en este caso siguiendo una teoría correcta, el darwinismo. Pervirtiendo la selección darwiniana y la genética para que sirvieran a los intereses de grupos racistas de extrema derecha se llevaron a cabo campañas de eugenesia en Inglaterra y EEUU, entre otros países. Por no hablar de lo que el nazismo y Hitler hicieron con la genética en nombre de la pureza de la raza.

Parece ser que da igual la ideología, si la política interfiere con la ciencia el resultado es un desastre absoluto.


FUENTES

FEYNMAN, RICHARD P., Qué significa todo eso, 1998, pp. 64-66

GOULD, STEPHEN JAY, El pulgar del panda, 1980, pp. 84-93

GRATZER, WALTER, Eurekas y euforias, 2002, pp. 213-217

JUDSON, HORACE FREELAND, The Great Betrayal Fraud in Science, 2004, p 194

http://www.historiasdelaciencia.com/?p=146

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viernes, 23 de noviembre de 2007

El hombre que hablaba con el agua



En 1988 un artículo en la revista Nature causó un enorme revuelo en la comunidad científica y una gran alegría entre los homeópatas de todo el mundo. Por fin, tras décadas siendo tratados como curanderos, los practicantes de la homeopatía tenían un respaldo científico. El biólogo francés Jacques Benveniste había probado en un laboratorio, nada más y nada menos, que la memoria del agua. Esto vendría a ser como la Piedra Filosofal de los homeópatas.
Pero vamos a ir un poco hacia atrás.

Esta historia trata de un supuesto fraude, el cometido por Jacques Benveniste, y de un error, el que cometió John Maddox, editor de la revista Nature.



Historia del agua
Hahnemann vs Avogadro



La homeopatía fue inventada en 1810 por el médico alemán Christian Friedrich Samuel Hahnemann basándose en tres pilares: el tratamiento personalizado, la ley de los infinitesimales y la ley de los similares. Nos centraremos en los dos últimos por ser los desencadenantes de esta historia.



La ley de los infinitesimales es algo así como “cuanto menos, más”. O, cuanto menor es la dosis de algo, mayor efecto produce. ¿A qué ya empieza a sonar a gato encerrado? Pues queda la mejor, la ley de los similares o, lo que es lo mismo, las enfermedades son curadas por sustancias naturales que producen sus mismos síntomas.

¿Como llegó Hahnemann a estás conclusiones? Bien simple, observó que la quinina producía fiebre y vómitos, síntomas similares a la malaria, enfermedad que se trataba con quinina. Ya está. Eso es todo. De la observación de una simple coincidencia, Hahnemann extrapoló la base de la homeopatía: la ley de los similares.

¿Y la ley de los infinitesimales? Se podría decir que Hahnemann inventó esta ley para proteger su propia vida. Una vez dado el salto de fe con la quinina y su anterior ley, el médico alemán se dedicó a probar multitud de sustancias naturales (plantas y minerales, hablando claro) para observar sus síntomas y emparejarlos con enfermedades que produjeran reacciones similares. Pero había un problema, gran parte de esas sustancias naturales eran potentes tóxicos. Para no morir intoxicado, Hahneman utilizó la dilución. Disolvía las medicinas en agua en relación 1:10, es decir una parte de medicina y diez de agua. Después de agitar la solución, repetía el proceso volviéndola a mezclar con diez partes de agua con lo que la relación quedaba 1:100. Y así una y otra vez hasta que lo único que ingería el médico era simple agua. En los envases de productos homeopáticos actuales podemos encontrar estas leyendas: 30X, 50X, 100C, 200C, etc. La X significa que la dilución se ha hecho con diez partes de agua y la C con cien, es decir, una dilución 200C significa que se ha diluido el producto “curativo” entre cien partes de agua y se ha repetido el proceso doscientas veces. Hahneman, en contra del sentido común, postuló que un principio activo era más efectivo cuanto mas diluido estaba... Tal cual.

Sin embargo, es lógico el éxito de la homeopatía en sus inicios teniendo el cuenta como funcionaba la medicina de la época, a base de sangrías y otras técnicas aun más peligrosas. El 60% de las dolencias acaban desapareciendo solas, así que era preferible un médico que te recetaba agua y te convencía de que te ibas a curar a otro que agravaba tu enfermedad a base de desangrarte. El problema es que, una vez curados, los enfermos lo agradecían a Hahneman y no al simple efecto placebo. Es como si le diéramos las gracias al gallo pues a causa de a su canto, amanece.

Aquí es donde entra en escena el Conde de Quaregna e Cerregno, más conocido como Amadeo Avogadro. El químico italiano estableció la famosa ley que lleva su nombre y que viene a decir que la masa atómica de cualquier elemento contiene el mismo número de átomos. Ese número, calculado años más tarde, es el número de Avogadro: 6,02214199x1023. Bien, esto, que puede sonar a chino, aplicado a lo que nos ocupa da lugar a una idea interesante: el límite de dilución, esto es el punto en que en una dilución no queda ni una sola molécula del compuesto diluido. Por ejemplo, en una dilución 30X, de las menores empleadas en homeopatía, deberíamos ingerir 30.000 litros de agua para tomar una sola molécula de principio activo. En palabras del físico Robert L. Park: “El Oscillococcinum, un remedio homeopático estándar para la gripe, es un derivado del hígado de pato, pero su uso en homeopatía no amenaza a la población de patos. Su dilución estándar es de 200C. La C significa que el extracto está diluido en proporción 1:100 y agitado en 200 ocasiones. Como resultado tenemos una dilución con una molécula del extracto por cada 10400 moléculas de agua, es decir, un 1 seguido por 400 ceros. Pero sólo hay 1080 (un 1 seguido por 80 ceros) átomos en el universo entero. Una dilución 200C va mucho más allá del límite de dilución de todo el universo visible.”

Esto no es lo más gracioso. Se supone que Oscillococcinum es un microbio que vive en el hígado de los patos pero resulta que... Oscillococcinum no existe. Ningún científico lo ha visto jamás ni, por supuesto, se encuentra en ningún libro de medicina o de biología. En realidad solo existe como nombre patentado por la empresa homeopática francesa Boiron, cuyos ingresos anuales, solo gracias a este medicamento inexistente, superan los 300 millones de euros.

Así pues, tendríamos que tomarnos varias píldoras de preparado homeopático de Oscillococcinum del tamaño del universo para tener una pequeña posibilidad de ingerir una sola molécula activa de un microbio que ni siquiera existe.

Los homeópatas conocen la ley de Avogadro y están conformes con que sus preparados no contienen ni una sola molécula de sustancia curativa. ¿Cómo, entonces, pueden defender la homeopatía? Fácil, afirman que el agua “recuerda” las moléculas con las que ha estado en contacto aunque estas hayan desaparecido hace tiempo. Si, de verdad, y lo dicen en serio sin reírse ni nada. Antes de analizar las implicaciones de esto, que son muchas y muy absurdas, vamos, por fin, a hablar de uno de los protagonistas de esta historia, Jacques Benveniste.




El agua se acuerda
Benveniste hace experimentos



Durante la segunda mitad del siglo XX la medicina había avanzado a pasos de gigante y la homeopatía, que seguía, y sigue, estancada en el libro de Hahnemann y sin ningún descubrimiento en su curriculum, estaba un poco olvidada. Era una más en la larga lista de medicinas alternativas y pocos científicos habían siquiera oído hablar de ella. Esto cambió de la noche a la mañana el 30 de junio de 1988.

Ese día apareció en Nature un artículo firmado por un equipo de investigadores, entre los que se encontraba Jacques Benveniste, titulado: “Desgranulación de basófilos humanos activada por un antisuero contra IgE muy diluido”. Parece más complicado de lo que es. Los basófilos no son más que glóbulos blancos e Ige es un anticuerpo que produce reacciones alérgicas en todos los seres humanos. El Ige proviene de las cabras y se le podría considerar una especie de alérgeno universal. Si los basófilos entran en contacto con un suero en el que haya Ige diluido presentarán una reacción alérgica.

El experimento de Benveniste era bien simple. Iba a diluir un gramo de Ige en un litro de agua. Luego repetiría esta operación 20 veces, lo que en términos homeopáticos se conoce como una dilución 20C. Luego pondría esta dilución en contacto con los basófilos para ver si había reacción alérgica. Sabemos, gracias a Avogadro, que en una solución 13X ya no quedan ninguna molécula del diluido por lo tanto no debería producirse reacción alguna. Las conclusiones del experimento publicado en Nature decían lo contrario. Se produjo reacción alérgica (unas pocas veces).


Benveniste aventuraba una explicación: el agua conserva una especie de molde de la molécula. Esta teoría fue conocida como memoria del agua. Benveniste llegó a hacer afirmaciones tan absurdas como la que recoge Federico di Trocchio:
“[Benveniste]Declaró, por ejemplo, que se podrían lanzar las llaves del coche al Sena y recoger luego en Le Havre las moléculas que conservan el molde que permitiría volver a hacer las llaves y encender el motor. Cuando escuchaban este ejemplo, los colegas de Benveniste, físicos y químicos, sacudían la cabeza”
Benveniste recibió en 1991 un premio ig Nobel por su artículo. Los premios ig Nobel son lo contrario a los Nobel y se dan cada año a los estudios mas absurdos e inútiles.

Algo que olvidó el científico homeópata fue explicar como decidía el agua de que se acordaba y de que no. El agua que bebemos lleva millones de años pululando por el planeta y ha estado en contacto con practicamente todos los tóxicos conocidos. ¿Cómo es que no morimos entre horribles dolores cuando bebemos un vaso de agua? Al fin y al cabo se acuerda de todos esos venenos con los que ha estado en contacto.




Agua estancada
¿Qué has hecho, John Maddox?


¿Por qué publicó Maddox un artículo tan absurdo en una revista del prestigio de Nature? Lo cierto es que el artículo fue rechazado en un principio por el editor que lo consideraba falto de credibilidad. Sin embargo, Maddox decidió más tarde que sería bueno iniciar un debate en torno al tema. Publicó el artículo de una forma inaudita en Nature, incluyendo una nota suya en la que instaba a los investigadores que lo leyeran a repetir el experimento de Benveniste para contrastar los resultados.

El revuelo causado por el artículo fue impresionante. Salieron homeópatas hasta de debajo de las piedras. Desde ese momento la homeopatía está en todas las farmacias del mundo, se celebran congresos anuales en universidades. Incluso en España varias universidades ofertan cursos de homeopatía, lamentablemente.
¿Qué había pasado? ¿Nadie fue capaz de refutar a Benveniste? ¿Dieron resultado positivo las repeticiones del experimento? Al contrario, los resultados de Benveniste no pudieron ser reproducidos en ningún laboratorio. El propio Maddox junto al mago James Randi y el caza fraudes Walter Stewart inspeccionaron el laboratorio de Benveniste y encontraron numerosas irregularidades así como indicios de fraude, tal como publicaron en Nature el 28 de julio. El propio equipo de Benveniste repitió el experimento ante los tres investigadores y no obtuvo ningún resultado; el Ige inexistente no produjo reacción alguna, parecía que el agua había perdido la memoria. Por si esto fuera poco, se descubrió que Boiron (si esa gran empresa homeopática que vende microorganismos inexistentes infinitamente diluidos) se encargaba de pagar los sueldos y manutención de parte del equipo de Benveniste.


La revista Lancet ha publicado desde entonces numerosos eartículos serios sobre homeopatía y ninguno de ellos ha sido favorable. El más reciente, en 2005, comparaba todos los experimentos en condiciones realizados sobre el tema, unos 140, llegando a la siguiente conclusion: “No hay evidencias convincentes de efectos superiores a placebo”


Hoy en día en cualquier en farmacia de España se puede encontrar un jarabe para la tos que ha tenido que demostrar su eficacia en numerosos test antes de poder ser puesto a la venta. En esa misma farmacia también se podrá comprar, probablemente mas caro, un jarabe homeopático que no ha tenido que pasar ningún control y que principalmente está compuesto de agua. En la historia de los rayos N vimos como inmediatamente después de ser descubierto el fraude eran olvidados. Sin embargo no ocurrió esto con la homeopatía, que es un negocio mas boyante cada día y que incluso es practicada por médicos. Han pasado cien años y nuestra credulidad lejos de menguar, ha crecido. El experimento de Benveniste, una vez publicado en Nature, dio la vuelta al mundo, apareció en todos los periodicos con grandes titulares, así como en la radio y en la televisión. Las pruebas de que todo fue un fraude no han aparecido practicamente en ningún medio...



Evidentemente, John Maddox se equivocó al publicar el artículo.









EPÍLOGO
Benveniste es la única persona que puede presumir, o podría de estar vivo, de tener dos premios ig Nobel. Sí, en 1998 volvió a ganarlo por su afirmación de que el agua no solo tiene memoria si no que también habla por teléfono y usa el ordenador. Según Benveniste la memoria del agua podría ser codificada por teléfono y almacenada en discos duros... Como dice Robert Park: “Ése es el punto en el que se supone que todo el mundo se da cuenta de lo ridículo del asunto y se echa a reír a carcajadas. Pero los homeópatas no se ríen.”



FUENTES:
PARK, ROBERT L., Ciencia o vudú, 1999, pp. 82-91
TROCCHIO, FEDERICO DI, Le bugie della scienza, 1995, pp. 165-174
CABA MARTÍN, PEDRO, Ciencia y pseudociencia: realidad y mitos, pp. 363-373

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domingo, 18 de noviembre de 2007

Atrapados en Stanford

Palo Alto es una ciudad residencial de California. Situada en un extremo del Silicon Valley, es una de las zonas más caras de Estados Unidos y está formada por miles de esas pequeñas casas unifamiliares con jardín que tanto hemos visto en las películas. Además, tiene el honor de albergar una de las más prestigiosas universidades del mundo, la Universidad de Stanford, cuyo lema es: “Sopla el viento de la libertad”...

Una calurosa mañana de agosto de 1971 varios coches patrulla de la policía local, con las sirenas encendidas a todo volumen, realizaron una espectacular redada. Varios jóvenes residentes en Palo Alto, todos ellos estudiantes, fueron detenidos esa mañana acusados de robo y atraco a mano armada. Los sacaron de sus casas y los cachearon mientras permanecían con las manos sobre los coche patrulla. Los vecinos, curiosos, salían de sus casas a observar el raro espectáculo que estaba sucediendo en su tranquilo barrio. Los detenidos fueron esposados y llevados a comisaría. Allí les tomaron las huellas dactilares y los encerraron en los calabozos con los ojos vendados.




Los detenidos aquella mañana no formaban parte de ningún tipo de banda organizada, ni estaban asolando el pueblo con actos vandálicos. Los estudiantes arrestados eran voluntarios en un experimento subvencionado por la Armada de los Estados Unidos que se estaba llevando a cabo en la Universidad de Stanford por un equipo de psicólogos encabezado por Philip Zimbardo. Los “conejillos de indias” habían firmado un contrato renunciando a algunos de sus derechos civiles. El experimento, conocido como el de la Cárcel de Stanford, pretendía estudiar el efecto de la vida en prisión sobre reclusos y guardas. O, en palabras de Zimbardo; “¿Qué sucede cuando se pone a personas buenas en un sitio malo? ¿La humanidad gana al mal, o el mal triunfa?”


El experimento iba a durar dos semanas así que, para acelerar la sensación de aislamiento y perdida de identidad, Zimbardo tomó una serie de medidas. Los reclusos fueron llevados a la “cárcel” (los sótanos debidamente acondicionados con rejas y cámaras de la facultad de psicología) con los ojos vendados, allí los desnudaron y rociaron con polvos desparasitantes. Los vistieron con una especie de saco, sin ropa interior, les ataron una cadena en el tobillo y les pusieron unos gorros de media que simulaban el pelo rapado. Además se les dio a cada uno de ellos un número que seria su único nombre desde ese momento. Por otro lado, a los que hacían el papel de guardias se les proporcionaron uniformes, porras de la policía y unas gafas típicas de sheriff americano. Zimbardo sacó esta última idea de la película “La leyenda del indomable”. No se les dio ninguna instrucción sobre como hacer su trabajo salvo que no podían ejercer la violencia física.

A pesar de ser este un blog dedicado a los fracasos es difícil decidir si el Experimento de la Cárcel de Stanford fue un fracaso o, en realidad y a pesar de ser cancelado solo seis días después de empezar, tuvo demasiado éxito.

El primer día las cosas sucedieron de forma tranquila, incluso hubo risas y bromas. El segundo día empezaron las sorpresas. Los guardias habían estado despertando a los reclusos por la noche y oblingándoles a hacer flexiones. Por la mañana, estos últimos decidieron rebelarse montando un motín en toda regla que los guardias resolvieron usando los extintores contra ellos. Desde ese momento los guardias fueron ideando formas cada vez mas ingeniosas y efectivas de someter la voluntad de los reclusos. Les negaban la comida, así como el derecho a ir al baño, se subían sobre ellos mientras hacían flexiones e incluso idearon formas de desunir al grupo de presos, como crear una celda de privilegios. En ella, tres reclusos disfrutaban de mejor tratamiento y comida que el resto, que pensaban que sus compañeros eran “colaboradores”. Los asesores del experimento, auténticos guardas y reclusos, afirmaron que métodos similares eran puestos en práctica en prisiones reales.

La situación se fue agravando e incluso uno de los reclusos sufrió una crisis nerviosa y fue sustituido por otro voluntario. Los presos se metieron tanto en su papel que cuando se celebraron reuniones de “libertad condicional” y les fue denegada muchos de ellos sufrieron profundas depresiones. Uno de los presos incluso hubo de ser liberado a causa de un ataque de histeria. Los investigadores censuraban el correo de los voluntarios y descubrieron que uno de ellos era un activista radical que pretendía escribir una noticia cuando saliera de allí, pero incluso él estaba tan absorto en su rol que en la carta a su novia alardeaba de ser el cabecilla de los presos problemáticos.

El ambiente llego a influenciar también sobre el equipo de investigadores. Les llegó el rumor de que el preso liberado estaba reuniendo gente para asaltar la facultad y liberar al resto. Zimbardo fue inmediatamente a hablar con el jefe de policía para preguntarle si podían meter allí a sus presos pero el seguro no lo cubriría y la policía de Palo Alto no quería problemas. Zimbardo decidió luego trasladar todo el experimento a otra zona y él se sentó en la antigua cárcel a oscuras esperando a unos asaltantes que nunca llegaron. En ningún momento se comportó como un investigador, estaba actuando como el alcaide de una prisión intentando evitar una fuga. Y con cierto dramatismo, todo hay que decirlo. En ese momento Zimbardo había saltado dentro de su experimento.


La situación fue empeorando aun más. Los guardas eran cada vez más brutales en sus métodos y, sobretodo, más humillantes. Los presos eran desnudados y les ponían bolsas de plástico en la cabeza. O les obligaban a limpiar con las manos los váteres. Por las noches, cuando creían que no eran vigilados, los guardas sometían a los presos a tratamientos aun más humillantes y pornográficos. Los ataques de histeria entre los convictos aumentaban, cada vez estaban peor. No tenían absolutamente ninguna identidad como grupo. Ante la pregunta de si preferían renunciar a sus mantas una noche o dejar a un compañero encerrado en la celda de castigo (un diminuto armario) decidieron quedarse con las mantas. Algunos de ellos desarrollaron llagas psicosomáticas que les cubrieron el cuerpo.

Finalmente, el sexto día, una compañera de Zimbardo, doctorada en psicología, acudió a ver el experimento y quedó horrorizada al ver la situación en la cárcel, con los presos desnudos desfilando encadenados hacia el baño. Esto por fin abrió los ojos del investigador que se dio cuenta de que aquello se le había ido de las manos y el experimento fue cancelado.

Desde entonces se ha criticado mucho el experimento de Stanford. Muchos han manifestado que los voluntarios estaban asumiendo roles, como en un juego de rol. O que la muestra del experimento era muy pequeña. Sin embargo, comparando unas fotografías del experimento con otras tomadas en Iraq, parece que los resultados del experimento no eran muy alejados de la realidad. Respondiendo a la pregunta de Zimabardo, si pones a personas normales en una situación mala, el mal gana.


Se publicó en Alemania una novela inspirada en el experimento: “Black Box”, de Mario Giordano. En el 2001 se estrenó Das Experiment, dirigida por Oliver Hirschbiegel y basada en la novela.

El doctor Zimbardo tiene una página web donde detalla el experimento paso a paso y expone sus conclusiones:

Http://www.prisonexp.org/


EPÍLOGO

Zimbardo podría haberse hecho una idea de cual iba a ser el resultado de su estudio si hubiera echado un ojo a otro experimento clásico: el experimento de Milgram. En él un voluntario debía darle descargas eléctricas cada vez más potentes a otro, que en realidad era un actor, cada vez que fallaba una pregunta. Al voluntario se le pedía que no dejara de producir las descargas, ni siquiera cuando el otro gritaba de dolor, se caía al suelo o incluso fingía quedar en coma. El 65% llegó a los 450 voltios a pesar de que se les aviso que era letal. Los actores aullaban de dolor y escupían a partir de 270 voltios y caían en coma y dejaban de responder a partir de los 300 voltios. Ningún voluntario dejó de pulsar el botón antes de los 300 voltios.

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miércoles, 14 de noviembre de 2007

El hombre con rayos N en los ojos



LA ERA DEL RAYO

Si existe un fenómeno que ha servido al cine y a la literatura de ficción para representar el poder de la ciencia sin duda ese ha sido el rayo. Es prácticamente imposible encontrar una película de ciencia ficción en la que el extraterrestre de turno no amenace a la humanidad con su poderosa arma de rayos: rayos de la muerte, rayos controladores, rayos que disminuyen el tamaño, rayos que lo aumentan, rayos desintegradores... Lo cierto que es que el paulatino descubrimiento de las diferentes longitudes de onda del espectro electromagnético era una fuente de maravillas a la altura de cualquier serie B de marcianos. Los rayos X, capaces de atravesar materiales opacos, o las microondas que, al igual que el rayo calórico de los extraterrestres en pijama de “Invasores de Marte”, eran capaces de producir calor agitando moléculas de agua, hacían pensar a la gente que existía un rayo para cualquier ocasión, tan solo había que descubrirlo.

Un físico del presente que pudiera viajar a la Francia de comienzos del siglo XX contemplaría esta “fiebre del rayo” en todo su esplendor. Se encontraría además con uno de los más versátiles y maravillosos rayos descubiertos por la ciencia: el rayo N.

Retrocedamos hasta 1895. El físico alemán Wilhelm Conrad Roentgen se encontraba haciendo experimentos con un tubo de rayos catódicos cuando descubrió algo asombroso. Roentgen observó como una plancha de bario cercana emitía luz fluorescente cada vez que el tubo entraba en funcionamiento a pesar de que el físico lo había cubierto con cartón negro. Sin duda, algún tipo de radiación estaba atravesando el cartón. Roetgen no tenía ni idea de que tipo de rayos podrían estar causando el fenómeno por lo que decidió llamarlos X en espera de una mejor definición. Así nacieron los rayos X. Más tarde, Roetgen comprobó que la nueva radiación podía usarse para impresionar fotografías de cuerpos colocados dentro de otros de distinta densidad. La primera fotografía realizada gracias a los rayos X fue de la mano de la mujer de Roetgen, en ella se veían claramente los huesos y el anillo de boda.

Heinrich Rudolf Hertz, máxima autoridad de la época en electromagnetismo, se propuso descubrir si los rayos X eran ondas o partículas (hoy sabemos que la radiación electromagnética puede comportarse como una onda o como una partícula), para ello intentó polarizarlos. Según la teoría clásica, los rayos X solo podrían polarizarse si fueran ondas. Sin entrar en detalles acerca del experimento de Hertz, baste decir que su objetivo era medir la intensidad de la chispa producida por unos electrodos dispuestos a lo largo de ejes ortogonales y que el científico no obtuvo éxito en sus mediciones.


EL RAYO MARAVILLOSO

En 1903, un físico francés llamado René-Prosper Blondlot, profesor en la universidad de Nancy, repitió el experimento de Hertz con una pequeña variación. En lugar de medir la intensidad de la chispa Blondlot iba a medir su luminosidad. En este pequeño detalle esta la clave de todo el asunto de los rayos N. Mientras que la intensidad podía ser medida con relativa precisión, la luminosidad era algo completamente subjetivo que Blondlot solo podría medir a ojo. Así, llegó a la conclusión de que, en efecto, los rayos X se polarizaban. Pero no fue esa la mas asombrosa de sus afirmaciones. Blondlot observó que los rayos que producían el aumento de luminosidad en la chispa, siempre observado a ojo, se desviaban al atravesar un prisma de cuarzo. Los rayos X no se desvían al atravesar un prisma de esas características por lo que Blondlot, sin poner en duda nunca la precisión de sus observaciones, anunció el descubrimiento de un nuevo tipo de rayos. Los llamó rayos N en honor a su universidad.

Inmediatamente el nuevo rayo causó sensación entre los físicos franceses de la época. Fueron observados por cuarenta científicos y estudiados por más de cien. Casi trescientos artículos sobre los rayos N fueron publicados entre 1903 y 1906. Entre las características de la nueva radiación estaba el poder de atravesar multitud de materiales como los metales y otros, opacos al resto del espectro. Se podían almacenar en algunos cuerpos como el cuarzo, el hierro y el agua de mar, que así se convertían en emisores de rayos N. El aluminio, la madera, el papel y la parafina eran "malos almacenadores" de rayos N. Además, eran emitidos por el Sol y por el cuerpo humano, incluso tras la muerte.

Pero esto no es todo. Los rayos X habían encontrado pronto un lugar en la fisiología y la medicina y, por supuesto, los rayos N no iban a ser menos. Blondlot descubrió que la agudeza visual de las personas aumentaba cuando el sujeto se encontraba en presencia de una fuente de rayos N. A.Charpentier, profesor de biofísica en la misma universidad que Blondlot , descubrió que jugaban un papel fundamental en el funcionamiento del cuerpo humano. El cerebro los emitía en diversas zonas en función de su actividad cerebral. También disminuían cuando el paciente era anestesiado e incluso se llegó a afirmar que ese era el efecto principal de la anestesia: disminuir la emisión de rayos N del paciente y que esto era lo que producía la sedación. Junto a E.Meyer, Charpentier publicó que los rayos N servían para medir la eficacia de algunos fármacos ya que habían observado que el corazón emitía mas rayos cuando el paciente tomaba digitalina, un fármaco para el músculo cardiaco. Un tal doctor Fabre publicó un estudio en el que establecía una relación entre la emisión de rayos N y las contracciones de una parturienta. Al parecer los rayos aumentaban su intensidad al ritmo de estas.


Incluso surgieron los obligatorios oportunistas. Gustave Le Bon afirmaba haber descubierto los rayos N siete años antes y P. Audollet afirmaba que Charpentier le había robado el descubrimiento de que los seres vivos los emitían. A estas reclamaciones se unieron también los estafadores de lo paranormal como el espiritista Carl Huter. Para despejar las dudas sobre la autoría del descubrimiento la Academia de las Ciencias Francesa le otorgó a Blondlot en 1904 el premio Leconte, dotado con 50.000 francos. El comité que había elegido a Blondlot para recibir el galardón estaba formado por el gran matemático Poincaré y el premio Nobel Becquerel.




EL RAYO QUE CESA

Pero no todo olía bien en los rayos N... La gran mayoría de físicos fuera de Francia, y alguno dentro, no habían conseguido reproducir los experimentos de Blondlot. No podían ver los rayos N. La respuesta que Blondlot daba a los escépticos era: "Algunas personas pueden observar a primera vista y sin dificultad el aumento de la luminosidad producida por los rayos N en una pequeña fuente de luz; para otros, estos fenómenos están fuera de su alcance visual y sólo después de cierto periodo de ejercicio logran verlo con claridad y observarlo con seguridad. La pequeñez de estos efectos, y la delicadeza de sus condiciones de observación, no deben obstaculizar el estudio de una radiación hasta ahora desconocida." Por si esto no fuera suficiente Blondlot también descubrió la existencia de los rayos N1, una especie de anti-rayos N que cuando estaban en presencia de aquellos disminuían su luminosidad dificultando la observación.

Los rayos N1 fueron la gota que colmó el vaso. Si un gran número de físicos europeos se habían mostrado cautelosos con el primer descubrimiento de Blondlot, con el nuevo se manifestaron abiertamente escépticos. Alguien tenía que descubrir que estaba pasando en el laboratorio de Blondlot y en los de tantos otros de sus compatriotas. Heinrich Rubens, que llevaba tiempo buscando los rayos N sin ningún resultado por encargo del gobierno alemán, le propuso a R. W. Wood, en un congreso en Cambridge, su plan para desvelar el misterio. Rubens no podía haber encontrado a nadie mejor, Wood era un eminente físico norteamericano especialista en óptica pero, sobretodo, era un caza fraudes. Se había especializado en desenmascarar médiums y videntes y había puesto al descubierto numerosos fraudes en Estados Unidos adquiriendo cierta fama. A mediados de septiembre de 1904 Wood visitó el laboratorio de Blondlot.



Wood preparó una serie de trampas a Blondlot y a su ayudante, M. L. Wirtz. En primer lugar se presentó hablando exclusivamente en alemán para dar a los científicos franceses una falsa impresión de privacidad cuando hablaran entre ellos, sin embargo Wood entendía y hablaba el francés perfectamente. El primer test que propuso a Blondlot fue identificar si se producía un aumento de luminosidad o no mientras él interrumpía aleatoriamente la fuente de los rayos; el científico galo afirmó contemplar este aumento cuando los rayos no estaban llegando a su destino y al revés, cuando Wood los dejaba pasar Blondlot no detectaba mas luminosidad. Wood, no dijo nada de sus observaciones y siguieron adelante. La siguiente prueba con la que Blondlot pretendía convencer al americano fue colocar un archivador metálico, emisor de rayos N, tras la cabeza de un observador; el sujeto afirmaba ver con claridad las manecillas de un reloj situado a gran distancia lo que probaba que los rayos aumentaban la capacidad visual del ser humano. Wood pidió entonces que se repitiera el experimento y, sin que nadie lo viera, sustituyó el archivador metálico por una estantería de madera que, según la teoría, era un mal conductor de rayos N. El sujeto volvió a afirmar que veía las manecillas con muchísima claridad. Por último, se realizó un experimento en el que los rayos N debían ser detectados por Wirtz después de ser refractados por un prisma de aluminio. Wood usó la oscuridad que el experimento requería para quitar el prisma y guardárselo en el bolsillo, con lo cual Writz no debería ver el efecto de los rayos pues estos no llegaban a su destino. Sin embargo, los vio. Wood quitaba y ponía el prisma del mecanismo, comprobando que las observaciones de Wirtz eran independientes de este hecho, hasta que el ayudante de laboratorio sospechó algo y le dijo a Blondlot en francés: "Creo que el americano ha tocado algo. No puedo ver el rayo." Pero en ese momento Wood ya había dejado el prisma en su sitio y Wirtz debería haber visto el rayo. La última prueba consistía en colocar dos cajas ópacas exactamente iguales una al lado de la otra y averiguar cual de ellas contenía un emisor de rayos en su interior. Los científicos franceses se negaron a realizarla.




Wood escribió esa misma noche, en el tren de camino a París, un artículo para la prestigiosa revista científica Nature relatando todas sus experiencias con los rayos N en el laboratorio de Blondlot. Los pocos que aun creían en el fenómeno fuera de Francia quedaron convencidos del fraude. Wood sostuvo que el autor del engaño era Wirtz y que Blondlot había pecado de ingenuo, por lo menos al principio. Poco tiempo después se publicó una traducción al francés del artículo que supuso el fin de la carrera de René-Prosper Blondlot, que abandonó el trabajo de investigación y cayó en la locura en sus últimos años.



EPÍLOGO


Blondlot escribió un artículo contestando a Wood. En él defendía a capa y espada las observaciones de su ayudante. Sin embargo, al hacerlo se cubría las espaldas pues dejaba muy claro que el autor único de las observaciones era Wirtz. Antes de retirarse donó a la universidad de Nancy un cheque que cubría el sueldo de Wirtz hasta su jubilación.



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miércoles, 7 de noviembre de 2007

En tránsito

Guillaume Joseph Hyacinthe Jean-Baptiste Le Gentil de la Galaisière es el encargado de inaugurar este blog sobre grandes infortunios.

Se conoce como tránsito de Venus el periodo durante el cual el Sol, Venus y la Tierra están alineados. Durante unas horas se puede ver a Venus como un pequeño disco negro que cruza la superficie del Sol. Kepler, observando la trayectoria de Venus, predijo que estos tránsitos se producirían con periodos de 130 años siendo el próximo en 1631. En realidad, la frecuencia de los tránsitos de Venus no es siempre de 130 años y, además, se presentan por parejas en periodos de ocho años: al tránsito de 1631 le siguió otro en 1639. La importancia de estos fenómenos radica en que se podían usar para medir una Unidad Astronómica (UA) o, lo que es lo mismo, la distancia entre el Sol y la Tierra. Conociendo esta distancia sería posible también deducir la masa aproximada del Sol. Para tomar estas medidas es necesario recurrir al paralaje, que es el ángulo que forman las visuales de un mismo objeto desde posiciones distintas. No es mas que el efecto que se produce cuando cerramos y abrimos, de forma alterna, los ojos y vemos desplazarse el objeto que miramos. El ángulo formado por las dos líneas de visión y el objeto observado es el paralaje y con él podemos conocer la distancia que nos separa del objeto en cuestión. Claro está que para medir distancias astronómicas no nos basta con abrir y cerrar un ojo, pero si que puede realizarse si se comparan las medidas tomadas por dos observadores situados en lugares alejados del globo. Si, por ejemplo, un astrónomo en Alaska y otro en Islandia observaran el tránsito de Venus no tendríamos problemas en medir el paralaje, siempre que conociéramos exactamente la distancia entre los dos astrónomos y, además, sus observaciones estuvieran sincronizadas.


Los tránsitos del siglo XVII pasaron sin pena ni gloria. El de 1631 no fue observado ya que en Europa era de noche, mientras que el de 1639 solo fue observado y anotado por el clérigo y astrónomo inglés Jeremiah Horrocks que hubo de abandonar su sermón del domingo para presenciar el fenómeno. Fue precisamente Horrocks quien descubrió que los tránsitos sucedían por parejas. Sin embargo, en el siglo XVII, todavía no se conocían con exactitud las medidas del globo terrestre ni se disponía de relojes con la precisión suficiente para mantenerlos sincronizados a un océano de distancia.



Esta situación era muy distinta para los tránsitos del siglo XVIII. Jean Picard había medido el radio terrestre en 1670 con un error de tan solo 0,44% respecto a las medidas actuales con lo que los mapas eran más precisos y ya se podía conocer con gran exactitud la posición geográfica de un observador. La medición del tiempo también había dado un enorme salto cualitativo en el periodo que separaba un tránsito de otro. El relojero británico John Harrison, en su afán por resolver el problema de la longitud (esto daría para varias entradas más) había desarrollado en 1737 un cronómetro náutico de extraordinaria precisión. Por si esto fuera poco, Edmund Halley había propuesto a la Royal Society un método preciso para medir la UA mediante el paralaje durante el transito de 1761.



La situación era la idónea y una autentica fiebre del tránsito se adueñó de los filósofos naturales. Durante los tránsitos de 1761 y 1769 multitud de paises pero sobretodo Francia e Inglaterra mandaron observadores a todos los puntos del globo: Sumatra, Santa Helena, Siberia, Viena, La India, Isla Rodríguez, Pondicherry, California... Se podría decir que fue el primer proyecto científico internacional. En total se consiguieron 70 observaciones del transito en 1761 y 150 en 1769 gracias a las cuales Johann Encke calculó la distancia al Sol en 153,5 millones de kilómetros (actualmente una UA son 149,597 millones de kilómetros). Entre toda esta marabunta de astrónomos viajando por el mundo en arriesgadas expediciones hubo grandes éxitos y grandes fracasos que quizá merezcan una futura entrada en este blog. La Royal Society de Londres preparó la mejor organizada de estas expediciones, a bordo del Endeavour y capitaneada por James Cook , su destino era Tahití. Sin embargo, nos centraremos en el mayor gafe entre todos estos aventureros: Guillaume Le Gentil.



Le Gentil nació en Francia el 11 de septiembre de 1725. Como buen ilustrado sus intereses nunca se vieron constreñidos por la astronomía si no que cultivo varias ramas de la ciencia como la zoología o la antropología. Su gran aporte a la historia de la ciencia fue el descubrimiento de la galaxia enana M32, la primera de su clase en ser observada.



El 26 de marzo de 1760 una fragata francesa partió del puerto de Brest con rumbo a Pondicherry, territorio localizado en el Golfo de Bengala y que, por aquel entonces, pertenecía al Imperio Colonial Francés. A bordo de ese barco viajaba un personaje cuyo equipaje consistía en libros, relojes y extraños instrumentos de medición, así como varios telescopios, se trataba de Le Gentil que pretendía observar y medir el tránsito desde un lugar privilegiado.



Sin embargo, una larga cadena de hechos confabularon para amargar el viaje de este dedicado científico. Unos años antes, María Teresa I de Austria, madre de María Antonieta, había reclamado Silesia, en poder de Prusia desde 1748. Federico II el Grande, siguiendo a pies juntillas aquello de que la mejor defensa es un buen ataque, decidió ganar la mano a la archiduquesa y el ejército prusiano invadió Sajonia y Bohemia (aunque tuvo que retirarse al poco). Así comenzaba la Guerra de los Siete Años. Como es tradición en Europa multitud de países decidieron unirse a la fiesta, si a esto sumamos las colonias, nos encontramos con una de las primeras guerras mundiales con todas las de la ley cuyo fin último era una lucha por las colónias. Gran Bretaña, Hannover y Portugal se pusieron de parte de Federico mientras que Francia, Sajonia, Rusia, Suecia y España apoyaban a los austriacos. La guerra se libró en tres frentes principales: Europa, América y, para desgracia de Le Gentil, La India.

Cuando el barco en el que viajaba Le Gentil llegó a Isla Mauricio, frente a Madagascar, los viajeros fueron informados de que Pondicherry estaba bajo asedio de los ingleses, que impedían las comunicaciones tanto por mar como por tierra. El viaje era imposible. Le Gentil se resignó a medir el tránsito desde Mauricio a pesar de que esas medidas carecerían de valor al ser coincidentes con las que su colega Pingré tomaría desde Isla Rodríguez. La suerte pareció sonreír al astrónomo francés cuando una fragata procedente de Francia llegó a Mauricio, portaba unos documentos que debían ser entregados con la máxima urgencia en Pondicherry y su tripulación estaba dispuesta a intentar burlar el bloqueo inglés. Le Gentil vio en esta fragata su oportunidad para hacer la observación que le había hecho cruzar medio mundo y, ni corto ni perezoso, hizo valer su salvoconducto, que la Academia Francesa le había proporcionado, para obtener un pasaje en el barco. Salieron de Mauricio en marzo, justo cuando comenzaba la temporada de monzones. Casi tres meses, en medio de huracanes y tormentas, le costó a la fragata alcanzar la costa sureste de La India. Allí les informaron de que Pondicherry era ahora propiedad de los ingleses. No les quedó mas remedio que dar media vuelta y volver a Mauricio. Por el camino, con cielo limpio y despejado, Le Gentil observó impotente el tránsito de Venus. En alta mar, con el movimiento del barco y sin referencias geográficas, el científico no podía tomar ninguna medida ni hacer ningún cálculo útil. Tan solo le quedó observar, desde la cubierta del navío, al pequeño disco negro pasearse por delante del Sol como si se estuviera burlando de sus desdichas.



Pero nadie dijo que el camino de la ciencia fuera fácil. Obstinado y paciente, Le Gentil se propuso quedarse por la zona preparando el siguiente tránsito, que tendría lugar ocho años después. En Mauricio y en Madagascar estudió la fauna y la flora, así como a los indígenas, tomando abundantes notas. También realizó varios cálculos y se convenció de que la mejor zona para la observación del tránsito serían las Filipinas, bajo dominio español. La suerte pareció presentársele, por fin, bajo el nombre del Buen Consejo, un navío de guerra español en ruta de Cádiz hasta Manila y que hizo escala en Mauricio. En él se embarcó Le Gentil tan solo para ver como el gobernador español sospechaba de sus cartas de presentación y le impedía la estancia en Manila creyéndolo un espía de Francia. El astrónomo infatigable retomó los planes originales y se embarcó en un navío portugués con destino a Pondicherry que, ahora que la guerra había acabado, estaba de nuevo en manos francesas. Allí arribó en marzo de 1768.



Fue bien recibido por el gobernador y se pusieron a su disposición todas las comodidades. Además, disponía de un año entero para prepararse. Construyó su observatorio en un antiguo fortín y dedicó parte del tiempo a realizar estudios de la fauna y las gentes de la zona, como había hecho en Mauricio. Por fin, llegó el tan esperado día, el 4 de junio de 1769. En la zona había brillado el sol durante un mes entero, sin embargo, cuando Le Gentil se despertó el día del tránsito descubrió como unas espesas y oscuras nubes cubrían por completo el cielo. A las nueve de la mañana las nubes se disiparon dando inicio a un día soleado y resplandeciente pero Venus había abandonado el disco solar unos minutos antes con lo que Le Gentil no pudo ni siquiera observar el fenómeno. Estas son sus propias palabras:

Estuve mas de dos semanas presa del abatimiento y casi no tenía animo para coger mi pluma y continuar mi diario; y varias veces cayó de mis manos cuando llegaba el momento de informar a Francia sobre el destino de mis operaciones... Éste es el destino que a menudo espera a los astrónomos. Había atravesado más de diez mil leguas ; parecía que había cruzado tales grandes extensiones marinas, exiliándome de mi tierra natal, sólo para ser el espectador de una nube fatal que se situaba delante del Sol en el preciso momento de mis observación para quitarme los frutos de mis esfuerzos y mis fatigas.



Aunque el sufrido astrónomo no pudiera imaginárselo sus desgracias no hacían más que empezar. Pocos días después del tránsito Le Gentil enfermó de disentería y no le quedó mas remedio que permanecer otro año mas en La India, postrado en cama y medio loco por la fiebre. En cuanto recuperó las fuerzas consiguió pasaje en un barco que lo llevaría a Isla Mauricio. Una vez allí no le fue difícil embarcarse hacia su amada Francia. Sin embargo, el barco en el que viajaba fue sorprendido por un huracán al doblar el cabo de Buena Esperanza y a punto estuvo de naufragar. Sobrevivieron, pero el navío quedó tan destrozado que tuvieron que dar media vuelta hacia Madagascar. Persistente, Le Gentil se volvió a embarcar, esta vez en una fragata de guerra española con destino a Cádiz. Fueron sorprendidos por las tormentas de nuevo en Buena Esperanza pero consiguieron doblar el cabo y llegar en 1771 a Cádiz desde donde, sabiamente, Le Gentil decidió continuar el viaje por tierra.

Cuando el estoico francés puso el pie en su patria habían transcurrido once años y medio desde su partida. Durante todo este tiempo y a causa de las múltiples vueltas del astrónomo, llegaron a Francia rumores de su muerte por lo que ya se había firmado su acta de defunción y le habían dado su plaza en la Academia Francesa a otro. Por si esto fuera poco, sus hijos se habían repartido ya su herencia. Y así acaba el relato del hombre que inaugura este blog, un astrónomo que hipotecó más de una década de su vida en un intento por contribuir a la medición del universo.

Cualquier corrección o comentario a este texto será bienvenido.




EPÍLOGO

No todo fueron desgracias para Le Gentil. Comenzó un proceso legal kafkiano en el que el astrónomo no pedía más que se le devolviera su identidad. El mismo rey de Francia intervino a su favor en el litigio. La Academia le devolvió su puesto y se hizo bastante famoso tras la publicación de su diario. Fue reconocida su labor como astrónomo, antropólogo y naturalista. Se casó con una mujer de alta cuna con quien tuvo una hija y vivió aparentemente feliz otros 21 años. Murió el 22 de octubre de 1792 a la edad de 67 años.



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