domingo, 6 de diciembre de 2009

Internet, el hierro y las letras


LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS

Próximo Oriente. 1500 años antes de nuestra era. Unos avances revolucionarios parecían destinados a cambiar el mundo. Dos nuevas tecnologías estaban a punto, listas para revolucionar la cultura, la economía y la industria. Por un lado, en Asia Menor, los artesanos hititas habían descubierto la forma de obtener y trabajar un nuevo material: el hierro. Este metal, mucho más duro y flexible que el bronce, iba a permitir herramientas y armas de una calidad nunca vista. Un poco más al sur, en la franja siriopalestina, los cananeos empezaban a experimentar con una nueva forma de escritura: el alfabeto, un método sencillo y práctico que supondría un avance en la transmisión cultural, en el almacenamiento e intercambio de información, impresionante.


Teniendo en cuenta que aquellos pueblos que antes dominaran estas nuevas tecnologías iban a gozar de una gran ventaja, tanto económica como militar, sobre sus rivales, parecía solo cuestión de tiempo que ambos avances se extendieran por toda el área. Pero el tiempo pasó y no pasó nada. Transcurrieron años, luego décadas y finalmente siglos, y las herramientas seguían siendo de bronce. En los templos y en los palacios los escribas continuaban usando los jeroglíficos y la escritura cuneiforme, mientras que las letras fenicias eran desconocidas. ¿Qué había sucedido?


Lo que pasó fue la inercia. Aquella era una tierra antigua. Hace 35 siglos había ciudades en Oriente Próximo que ya tenían más de 35 siglos a sus espaldas. Cuando una profesión, clase social o institución lleva tanto tiempo haciendo las cosas a su manera suele ser bastante complicado convencer a sus integrantes de que existe una nueva forma de hacerlas.



El bronce era un material sobre el que existía una gran demanda y que requería una gran especialización. Los artesanos que lo trabajaban vivían en las ciudades bajo la protección del Palacio y gozaban de un nivel social bastante elevado. Además, las materias primas necesarias, cobre y estaño, eran escasas. Chipre era el principal exportador de cobre, aunque también existían minas en Anatolia, los montes Zagros y la península del Sinaí, mientras que el estaño procedía en su mayor parte del país de Elam. Esta situación hacía necesaria la existencia de una extensa red comercial y, en un mundo donde el medio de transporte era el burro y los territorios entre ciudades estaban habitados por nómadas especialistas en saquear caravanas, una red comercial segura necesitaba contar con el apoyo del estado para mantenerse en funcionamiento.


El caso del hierro era muy distinto. Una vez conocida la técnica, su fabricación era más sencilla que la del bronce por lo que no era necesaria una gran inversión para formar forjadores. Además, aunque los yacimientos de hierro eran más pequeños que los de cobre, eran mucho más abundantes y estaban repartidos por toda la zona. La fabricación de útiles de hierro podía ser desarrollada a escala local, sin el apoyo del palacio y sin la necesidad de ricos comerciantes que financiaran las caravanas. Las ventajas del hierro frente al bronce, aun sin tener en cuenta su mayor resistencia, parecían evidentes. El problema era que para un reducido porcentaje de la población estas ventajas eran más bien inconvenientes. Un buen número de comerciantes, funcionarios y artesanos estaban destinados a desaparecer si el hierro sustituía al bronce. Puesto que estas minorías gozaban del favor del Palacio, cuando no formaban parte del mismo, el bronce continuó siendo el material empleado pese a las desventajas que presentaba con respecto al hierro.


En esa misma época, en torno a la mitad del segundo milenio, el alfabeto ya era conocido por los comerciantes cananeos. Era un método mucho más sencillo y práctico para escribir una lengua que el cuneiforme o los jeroglíficos. Gracias al alfabeto, la capacidad de leer y escribir dejaba de ser una profesión altamente especializada para convertirse en una habilidad que cualquier persona podía aprender. Es cierto que, incluso tras la expansión de la escritura alfabética, la gente analfabeta seguía siendo la mayoría mientras que la enseñanza de la letras se reservaba para las clases sociales con recursos, los comerciantes y el clero. Pero aún con estas reservas el alfabeto suponía un gran avance con respecto a la situación anterior.


Los jeroglíficos y la escritura cuneiforme estaban reservados para aquellos que habían estudiado la profesión de escriba, que constituían una élite social en si mismos. Ni siquiera entre las clases más altas era común leer. En las estelas donde se recogían los logros de los reyes, el saber leer era una hazaña que se situaba al lado de las victorias militares. Y muy pocos reyes tenían esa habilidad listada en su estela.


Los escribas y sus escuelas dependían directamente del Palacio o del Templo. La función del escriba era estar ahí cuando fuera necesario redactar un tratado, un código legal, una estela o un contrato, y llevar a cabo su trabajo con fidelidad y exactitud. Su profesión era la mejor considerada y el acceso a la misma estaba reservado a las élites. Eran tan escasos que constituían un artículo de lujo: en las cartas que los reyes se mandaban unos a otros solicitando oro o princesas casaderas, los escribas eran un bien muy demandado, aunque siempre como préstamo. La principal preocupación de un rey cuando mandaba sus escribas a un país extranjero era que éstos no volvieran nunca.



Escritura cuneiforme.


Los escribas eran guardianes de la cultura y la historia. Ellos eran los que se encargaban de fijar en piedra los hechos más importantes de un determinado reinado y solo ellos estaban capacitados para leer estas crónicas a los demás. Las tablillas de arcilla almacenadas en las bibliotecas reales, con sus textos litúrgicos, sus archivos comerciales, sus cartas entre soberanos, etc., eran administradas directamente por los escribas. Es difícil hoy en día hacernos una idea del poder que tenían los escribas. Y todo ese poder desaparecería de la noche a la mañana si el alfabeto se popularizaba.


Y el alfabeto no se popularizó. Muchos siglos después de su descubrimiento, los escribas seguían manteniendo su monopolio y la lengua acadia escrita en cuneiforme continuaba siendo la lengua franca. Los restos que tenemos de escritura alfabética en ese periodo se limitan a la franja siriopalestina y son, sobre todo, marcas de propiedad sobre objetos y un tipo de expresión literaria completamente nuevo: los graffiti. Los graffiti eran algo impensable con los sistemas de escritura anteriores. Grabar en una roca “¡Sargón mamón!” en cuneiforme o “Sinuhé estuvo aquí” en jeroglífico no tenía mucho sentido, además de ser algo demasiado difícil de hacer para que tuviera gracia.


Los textos oficiales, religiosos, comerciales o las composiciones literarias siguieron siendo monopolio de los escribas durante muchos siglos. Eso de las letras era demasiado peligroso. Nada bueno podía salir de un sistema que permitía a cualquier indocumentado hacer copias de las aventuras de Gilgamesh o, ¡peor aún!, hacer sus propias versiones. ¿Quién iba a garantizar la pureza de los textos si cualquiera podía escribirlos? El alfabeto pondría a los escribas a la altura de simples músicos o actores. La élite de las élites al nivel de vulgares artistas. Era intolerable.





LOS PUEBLOS DEL MAR

Por supuesto, la mayoría de historiadores coincidirán en que establecer un paralelismo entre una situación actual y otra de hace milenios es completamente descabellado. Absurdo. Pero, si algún lector piensa, como yo mismo, que el ser humano ha sido básicamente el mismo a lo largo de toda su historia, con los mismos problemas, las mismas inquietudes y los mismos desafíos a los que enfrentarse, es posible que llegue a la siguiente conclusión: finalmente el hierro desbancó al bronce y los poderosos escribas sucumbieron ante la popularización del alfabeto, así que no hay problema. Quizá la historia nos enseñe cómo vencer la inercia social y abrir las puertas de par en par a las nuevas tecnologías...


"Batalla del Delta". Egipto contra los Pueblos del Mar.




En efecto, el hierro y el alfabeto se impusieron finalmente, pero la forma en que esto sucedió es de complicada aplicación en la actualidad. Durante el siglo XII las sociedades de Oriente Próximo vivían inmersas en una grave crisis. El endeudamiento de las clases bajas y el enriquecimiento desmesurado de los palacios habían conducido al despoblamiento de las ciudades. Cuando alguien no podía hacer frente a sus deudas, la única salida que le quedaba era entregar a sus hijos, a su mujer o a si mismo al acreedor como esclavos. O bien, abandonar la ciudad, unirse a los clanes nómadas y dedicarse al saqueo y el pillaje. Esto llevó a una crisis demográfica y económica sin precedentes. Y, precisamente, en este momento de debilidad, aparecieron los invasores.


Poco sabemos de ellos, aparte del nombre de algunos de los pueblos que los formaban. Sus contemporáneos los llamaban simplemente “Pueblos del Mar”, pues por mar llegaron. Nadie sabe de donde salieron. Quizá fueran egeos, o a lo mejor eran grupos de piratas formados por la gente que había abandonado las ciudades huyendo de las deudas. No lo sabemos y hay pocas esperanzas de que lo sepamos algún día. Lo que sí sabemos es que los Pueblos del Mar arrasaron con todo lo que encontraron a su paso. Las ciudades, con sus palacios, fueron reducidas a cenizas. Los reinos cayeron y la antigua clase gobernante, con sus funcionarios y su modelo económico, desapareció por completo. Los grandes imperios se tambalearon y algunos, como el poderoso Imperio Hitita, fueron borrados del mapa por completo. Egipto consiguió aguantar aunque perdió todas sus posesiones en Asia y nunca volvió a recuperarlas. Los faraones vieron como su reino era reducido a su núcleo tradicional en el valle del Nilo y para el resto del mundo dejaron de ser una potencia a tener en cuenta para convertirse otra vez en “ese reino aislado de gente rara y dioses extraños con el que no conviene relacionarse”.


Con el paso del tiempo, sobre las cenizas de las antiguas ciudades se levantaron otras nuevas. Nuevos palacios, nuevas administraciones y nuevos funcionarios surgieron en una sociedad distinta. Y esta sociedad, sin nada que la atara a su pasado, no tuvo ningún reparo en adoptar el hierro y el alfabeto. Desde el nuevo mundo que nació del desastre, las nuevas tecnologías se extendieron a a aquellas zonas que, alejadas del mar, se habían visto menos afectadas por los Pueblos del Mar, como Asiria o Babilonia. El hierro sustituyó al bronce y la lengua escrita aramea (alfabética) reemplazó al acadio escrito en cuneiforme como lengua universal. Cuanto más a salvo de las invasiones y más aislado estaba un reino, más complicado le resultó aceptar los avances. Por ejemplo, Egipto siguió usando el bronce y los jeroglíficos hasta un milenio después del ataque de los Pueblos del Mar.


La historia nos enseña que si queremos que determinadas clases sociales sean conscientes del cambio que supone una tecnología revolucionaria y lo acepten sin reservas solo es necesario que una confederación de pueblos alienígenas aparezca de repente, arrase la mayor parte de la Tierra, destruya los gobiernos y acabe con los antiguos modelos culturales. Es posible que de las cenizas surja una nueva sociedad que comprenda las consecuencias de un avance como una red de intercambio de información libre y mundial. No hay que perder la esperanza.


EPÍLOGO: CARTAS DESDE UGARIT

Si hay un testimonio que refleja lo que supuso la llegada de los Pueblos del Mar son las cartas de los soberanos de la ciudad de Ugarit en las que piden ayuda a sus vecinos. Resulta estremecedor comprobar como unas cartas escritas hace miles de años pueden reflejar un sentimiento de desesperación semejante. En las últimas de estas cartas, el rey de Ugarit pide ayuda hasta a sus tradicionales enemigos: los egipcios. En la última afirma que sus barcos han sido hundidos, sus tropas salieron a defender el Imperio Hitita y nunca regresaron, las ciudades vecinas han sido destruidas y el enemigo se encuentra ante sus puertas. Las cartas hacen pensar en un soldado rodeado de enemigos, pidiendo ayuda por radio sin saber que al otro lado ya no queda nadie escuchando. Poco después de mandar su última carta, Ugarit fue reducida a cenizas y desapareció para siempre.

A pesar de que en Ugarit se conocía el alfabeto desde cuatro siglos antes, las cartas estaban escritas en cuneiforme.

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martes, 6 de octubre de 2009

LA CIENCIA EN ESPAÑA NO NECESITA TIJERAS...

¡Que inventen ellos!

Miguel de Unamuno



ca. 5.000 a.C.

Un sumerio ideó la rueda.


ca. 3100 a.C.

Un egipcio usó por primera vez el sistema decimal.


ca. 250 a.C.

Un griego descubrió que era la Tierra la que giraba en torno al Sol y no al contrario.


ca. 50

Un romano publicó el primer compendio de Historia Natural.


830

Un árabe desarrolló el álgebra.


1619

Un alemán descubrió como se mueven los cuerpos celestes.


1688

Un inglés formula las leyes de la física.


1745

Un ruso establece la Ley de la Conservación de la Masa.


1851

Un francés prueba la rotación de la Tierra.


1859

Otro inglés publica la teoría que explica como evolucionan los seres vivos.


1863

Un austriaco descubre las leyes de la herencia.


1873

Un escocés formula las leyes del electromagnetismo.


1905

Un alemán/suizo/estadounidense publica la Teoría de la Relatividad Especial.


1927

Un belga expone la Teoría del Big Bang.


1942

Un italiano consigue la primera reacción en cadena por fisión nuclear.


1953

Un norteamericano y un inglés descubren la estructura del ADN.


2002

Un japonés demuestra que los neutrinos tienen masa


Este post responde a una iniciativa del blog La aldea irreductible donde se proponía, a todo aquel que quisiera participar, publicar un artículo exponiendo una razón por la cual no se debe reducir el ya escaso presupuesto en investigación en España. Este país siempre ha dado la espalda a la ciencia y descuidado, por no decir maltratado a sus científicos, así que razones para suscribir esta iniciativa hay mil. Pero me quedo con ésta, que más que una razón es un deseo: que, por una vez, inventemos nosotros.


NO AL RECORTE DEL PRESUPUESTO EN I+D

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jueves, 10 de septiembre de 2009

Las bocas inútiles 3

Parte 3: las bocas inútiles

Dicen que el sufrimiento es el precio que pagamos por nuestros pecados. Si eso es cierto, decidme, ¿por qué son siempre los inocentes los que más sufren cuando vosotros, los grandes señores, jugáis a vuestro juego de tronos?

George R. R. Martin



Roger era un militar y, desde un punto de vista militar, dejar entrar a aquella gente era una locura. Las provisiones que podrían alimentar a sus hombres durante un año apenas durarían un mes o dos si entraban dos mil personas al castillo. Además, tantos civiles por en medio no harían más que entorpecer la defensa. Pero Roger ya no era únicamente un militar. También era el castellano de Château-Gaillard y como tal tenía unas obligaciones. La gente de Les Andelys eran sus vasallos. Los habitantes del pueblo pagaban impuestos, servían al castillo llevando a cabo todo tipo de trabajos y ofrecían parte de sus cosechas para alimentar a la guarnición. A cambio, el señor que gobernara el castillo solo tenía protegerlos. Ellos habían cumplido con su parte del contrato y allí, ante las puertas de Château-Gaillard, pidieron a Roger Infierno Lacy que cumpliera la suya.


Las puertas del castillo se abrieron para permitir pasar a los civiles.


Es posible que Roger de Lacy no esperase un asedio largo y éste fuera el motivo para dejar entrar a los civiles. Château-Gaillard era una plaza demasiado importante como para que Juan la dejase caer en manos de Felipe sin luchar por ella. Ricardo habría mandado a todos sus hombres, con él al frente, para proteger su querida fortaleza. Pero ya hemos dicho que Juan no era Ricardo y mientras Roger de Lacy esperaba refuerzos, lo que llegaron fueron malas noticias.


Juan no iba a mandar refuerzos. Ni siquiera tenía en mente hacerlo a largo plazo. Se excusaba alegando tener que tratar otros asuntos más importantes y no poder prescindir de ningún hombre. Château-Gaillard y todos los que en él se refugiaban eran abandonados a su suerte. Cuando Infierno Lacy recibió las negras noticias tenía a dos mil civiles en su castillo, un ejército de seis mil franceses a sus puertas, las despensas vacías y se acercaba el invierno.


Cualquier otro castellano probablemente hubiera tomado la opción más sensata: rendir el castillo a Felipe. Pero a Lacy no lo importaba que su rey lo hubiera abandonado ni que no tuviera esperanzas de resistir, le habían dado la orden de defender Château-Gaillard y él iba a defender Château-Gaillard.


Aproximadamente en octubre de 1203 Lacy expulsó al primer grupo de civiles. Con la comida a punto de agotarse y sin la esperanza de un pronto rescate, no había forma de mantener a toda la gente. Afortunadamente para ese grupo de exiliados, los franceses se apiadaron de ellos y les dejaron atravesar sus líneas. Días después, las puertas del castillo se abrieron de nuevo para que saliera otra parte de los habitantes de Les Andelyes y, otra vez, el ejército francés los dejó ir en paz.


El tercer y último grupo no tuvo tanta suerte. Cuando a Felipe II le llegó la noticia de que los civiles estaban abandonando el castillo y su ejército los estaba dejando pasar montó en cólera. Inmediatamente envió una orden a sus generales: nadie, bajo ningún concepto, fuera cual fuera su condición, debía abandonar la fortaleza asediada.


Los refugiados fueron recibidos con una nube de flechas cuando se acercaron a las posiciones de los soldados franceses. Asustados, corrieron de vuelta al castillo pero las puertas no se abrieron y desde las murallas les llovían piedras. “No os conocemos, ¡largaos de aquí!” fue la respuesta a sus súplicas que recibieron de los guardias de Château-Gaillard. Muchos de los hombres de la guarnición eran de Les Andelys y es seguro que tendrían amigos y familiares entre los cientos de personas que imploraban por volver a entrar; pero el invierno estaba al caer y no había comida en el castillo para alimentar tantas bocas. Ni siquiera había comida suficiente para la guarnición.


Felipe II había querido que los civiles acabaran con las existencias del castillo pero la nueva situación tampoco le desagradaba. La moral de los ingleses quedó destrozada cuando tuvieron que abandonar a su suerte a sus propias familias.


Más de medio millar de personas, entre las que había ancianos y niños se refugiaron en la tierra de nadie. A mitad de camino entre sitiados y sitiadores, se desperdigaron por las rocas sobre las que se alzaba el castillo. Sin comida ni refugio, las gente de Les Andelys vieron como los días pasaban, el invierno llegaba y el sitio no terminaba. Se escondían al abrigo de las peñas y se agrupaban para mantenerse en calor. El único sustento que tenían eran las pocas hierbas que crecían entre las rocas.

Los meses fueron pasando y Lacy no rendía la fortaleza ni los franceses hacían ningún movimiento. Los civiles morían de hambre y frío a los pies del castillo Gallardo. La única ayuda que recibieron fue una manada de perros que los ingleses echaron del castillo. Aunque eran animales escuálidos, fueron devorados. Guillermo el Bretón, cronista oficial de Felipe Augusto y testigo presencial del asedio, relata como una mujer embarazada parió a su bebe muerto y el resto de supervivientes, que a esas alturas ya no eran muchos, se lo comieron al instante.


Llegó la primavera y con ella Felipe II. Hasta la última villa, castillo, pueblo o granja de Normandía estaba ya en su poder. Solo resistía Château-Gaillard y al rey francés se le había terminado la paciencia. Lo primero que hizo al llegar a la zona fue permitir el paso a los civiles que habían sobrevivido al invierno en tierra de nadie, ya solo un centenar a esas alturas. Los alojó en su campamento y ordenó que se los alimentara de forma abundante. Los cronistas franceses ven en esta acción un ejemplo de la benevolencia de Felipe Augusto. La mayoría de los historiadores sostienen una versión menos romántica: Felipe se había cansado de esperar y tenía planes para tomar el castillo. Todas aquellas personas no harían más que entorpecer esos planes. Además, con el calor llegaban las plagas, que en la edad media eran el peor enemigo de un campamento militar, los exiliados del castillo eran un foco de peste seguro y el rey los quería lejos de sus hombres lo antes posible.

Aún aceptando la poco creíble versión francesa sobre los motivos de Felipe, su forma de obrar tuvo funestas consecuencias. Más de la mitad de los refugiados supervivientes murieron a causa de las úlceras pépticas y de las hemorragías gastrointestinales que la abundante comida repentina causó en sus estómagos.


Felipe dio una última oportunidad de rendición a Lacy y éste contesto que solo lo sacarían del castillo arrastrándolo por los pies. El rey se puso a ello.


Felipe ordenó a sus ingenieros que acelerasen las labores de zapa y les proporcionó más trabajadores para la tarea. Al poco, los túneles franceses llegaron bajo la muralla del primer baluarte y socavaron sus cimientos de tal modo que una de las torres se vino abajo. Mientras los franceses entraban, Infierno Lacy ordenó a sus hombres que se replegaran al segundo recinto y prendió fuego al primero.


Las llamas acabaron con las construcciones inglesas de madera pero la piedra permaneció en pie, por lo que los franceses pudieron usar el baluarte recién conquistado como nuevo asentamiento. Desde allí, en mejor posición, las catapultas y los trabuquetes franceses bombardearon sin descanso las murallas del castillo hasta conseguir abrir brecha. Una vez los ingenieros llenaron el foso, los franceses asaltaron el segundo recinto de la fortaleza.


Roger de Lacy y sus hombres, incapaces de frenar la marea de soldados franceses que se colaban por la grieta (aunque les causaron importantes bajas) se replegaron al último recinto: la torre del homenaje y la espléndida muralla que la rodeaba, el corazón de Château-Gaillard.

Torreón principal


Lacy y sus hombres podrían haber resistido bastante en aquella robusta minifortaleza, pero la ineptitud de Juan Sin Tierra fue su perdición. Mientras que Ricardo había puesto el máximo cuidado en mantener operativa su fortaleza -su hija, la llamaba él-, Juan no tenía ni idea de batallas ni asedios y había descuidado importantes detalles. Cuando visitó el castillo, años atrás, hizo que se construyera un edificio de dos plantas descansando junto a la última muralla, quizá pensando que ningún enemigo llegaría tan lejos. La construcción, que constaba de una capilla en su planta inferior y unas letrinas en la superior (Guillermo el Bretón, en su crónica dedica unas líneas a recriminar a los ingleses su mal gusto, al construir unas letrinas sobre una capilla), sirvió a los franceses para encaramarse a los muros y reducir a los últimos ingleses que resistían.


La fortaleza inconquistable había sido conquistada.


EPILÓGO


El castillo Gallardo siguió sirviendo de fortaleza durante muchos siglos y muchas guerras. Paso de manos inglesas a francesas y al contrario en multitud de ocasiones. Fue asediado por nuevos ejércitos y defendido por nuevos castellanos, pero ningún sitio fue tan terrible como el primero. En el siglo XVII, Enrique IV ordenó su destrucción. Hoy, junto al pueblo de Les Andelys solo quedan las ruinas.


Felipe Augusto vapuleó a Juan Sin Tierra en todos los frentes y le arrebató todas sus posesiones en el continente. Consolidó el poder de la monarquía francesa, unificó a sus vasallos y, tras años de guerra, consiguió una época de paz y prosperidad como no se veía en mucho tiempo, con un superávit de cientos de miles de libras. Murió durante un viaje en 1223. Tenía 58 años. Fue enterrado en París y a sus funerales acudieron casi todos los nobles del reino.


Juan Sin Tierra continuó siendo un incompetente el resto de su vida. El Papa lo excomulgó por imponer como Arzobispo de Canterbury a uno de sus hombres de confianza. Los franceses le vencieron en todas las batallas. Sus señores se sublevaron y apoyaron la subida al trono de Luis VIII, un títere de Felipe II con dudosos derechos a la corona. Contrajo disentería mientras escapaba de los franceses y murió en 1216, a los 50 años, escondido en el castillo de Newark. Algunos sostienen que fue envenenado. Su cuerpo descansa en la catedral de Worcester.


Roger Infierno Lacy luchó en Château-Gaillard hasta el último aliento. Como había prometido solo consiguieron sacarlo de allí a rastras y encadenado. Él y sus hombres se habían comido los caballos hace tiempo y llevaban días alimentándose del cuero de sus zapatos y armaduras. Su familia pagó el rescate que pedía el rey francés y Roger volvió a las islas donde fue nombrado sheriff de Lancashire. Murió a los 31 años y fue enterrado en la abadía de Stanlow.


Guillermo Marshal nunca traicionó a la corona inglesa, aquella que lo había nombrado caballero. Siguió luchando toda su vida, primero al lado de Juan Sin Tierra y luego de su hijo Enrique III. Fue nombrado miembro del consejo real y durante la niñez de Enrique fue regente del reino. Pero ni sus cargos ni su edad lo apartaron del campo de batalla y plantó cara a Felipe II hasta sus últimos días. Con 71 años llevó a los ingleses a la victoria en la batalla de Lincoln, donde encabezó una carga de caballería y luchó al lado de sus hombres. Murió en la cama a a los 73 años de edad. En su lecho de muerte pidió ser nombrado caballero templario en virtud a sus victorias en las cruzadas. El deseo le fue concedido y su cuerpo enterrado en la Iglesia del Temple de Londres.


De los refugiados de Château-Gaillard nada más se supo. No se conocen sus nombres ni donde fueron enterrados. El único homenaje que recibieron fue el cuadro que Francis Tattegrain realizó en 1895. La obra, actualmente en un museo, decoró durante décadas las paredes del ayuntamiento de Les Andelys. Se titula Las bocas inútiles.

Las bocas inútiles


Fuentes y más información:

Sobre el castillo Gallardo y su asedio:

McGlynn, Sean, A HIERRO Y FUEGO, 2008

The Stronghold of Richard the Lionheart

Château Gaillard

HOW TO CAPTURE A CASTLE


Sobre reyes, caballeros y la guerra medieval:

Asimov, Isaac, LA FORMACIÓN DE INGLATERRA, 1969

Duby, Georges, GUILLERMO EL MARISCAL, 1984

Flori, Jean, LA CABALERIA, 1998

Kenn, Maurice (ed), HISTORIA DE LA GUERRA EN LA EDAD MEDIA, 1999

Painter, Sidney, WILLIAM MARSHAL,KNIGHT­ERRANT, BARON AND REGENT OF ENGLAND, 1982

Strickland, Matthew, WAR AND CHIVALRY: THE CONDUCT AND PERCEPTION OF WAR IN ENGLAND AND NORMANDY, 1996

Tyerman, Christopher, LAS GUERRAS DE DIOS, 2006



Las fotos están sacadas en su mayoría de Wikipedia, excepto la reproducción del castillo en 3d que es obra de Jacques Martel y está sacada de aquí.

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Las bocas inútiles 2

Parte 2: los señores



Un muro vale tanto como los hombres que lo defienden
George R. R. Martin


Roger de Lacy no era un gran señor, eso lo tenía asumido. Su título de barón era más simbólico que otra cosa, ya que su baronía se reducía a un pueblucho perdido y minúsculo al norte de Cheshire. Roger nunca se consideró a si mismo más que un soldado y durante toda su vida sirvió fielmente a la corona inglesa. Cuando recibió la orden de convertirse en castellano de Château-Gaillard, Roger, pese a sus escasos veinte años, ya era un veterano que había demostrado con creces su eficacia y su lealtad. Entre otras muchas batallas, Roger había luchado en Acon al lado de Ricardo y, allí, sus hombres le otorgaron el apodo de Infierno Lacy.


El 10 de agosto de 1203, Infierno Lacy y los 180 hombres que formaban la guarnición del castillo se despertaron rodeados por un ejército francés de más de seis mil soldados. Aunque la diferencia de fuerzas era grande, Lacy no pensó en ningún momento en rendir la plaza. Un hombre sobre una muralla, vale por muchos bajo ella y aquel formidable castillo era muy fácil de defender con pocas tropas. Si los franceses se decidían por un asalto frontal, tendrían que avanzar bajo las murallas por una estrecha franja de tierra hasta llegar a la puerta, y durante todo el camino una lluvia de flechas, piedras y fuego caería sobre sus cabezas. La única opción era sitiar el castillo.


Felipe ordenó montar un campamento fortificado a los pies de la fortaleza. Se construyeron zanjas defensivas y empalizadas alrededor del mar de tiendas y estandartes que era el ejército francés, de los bosques cercanos se empezó a traer madera para la construcción de armas de asedio y ambos ejércitos, el de doscientos hombres y el de seis mil, se prepararon para el sitio, uno de los más largos y crueles que se verían en toda la Edad Media.


Roger de Lacy no temía al ejército de Felipe. Los sótanos del castillo contenían provisiones suficientes para que él y sus hombres aguantaran el asedio durante más de un año. Tiempo más que suficiente para que el rey Juan enviara refuerzos. Roger confiaba en su rey, no le quedaba otra opción. No tenía tierras en el continente, ni sabía nada de aquella región que todos deseaban y que él debía proteger. Él solo era un soldado inglés, cuyas posesiones en las islas (aunque fueran unas tierras casi sin valor) y las de toda su familia dependían de su lealtad al trono, se sentará en él quien se sentara. Le habían encomendado mantener aquel castillo y, ya podía tener al mismo Felipe Augusto con miles de hombres a sus puertas, que Infierno Lascy iba a defender Château-Gaillard con uñas y dientes.


La ayuda llegó, un par de meses después de que comenzara el asedio, y fue una grata sorpresa para los defensores descubrir a quien había enviado el rey en su ayuda: el mismísimo Guillermo Marshal, según algunos “el más grande caballero que jamás ha existido”


Guillermo Marshal, como hijo menor en una familia de nobles menores, no tenía muchas expectativas. Cuando no era más que un niño, el rey escoces Stephen lo tomó como rehén para rendir el castillo de su padre. Frente a las murallas, puso un cuchillo en el cuello del joven Guillermo y amenazó con cortarle la garganta si las puertas del castillo no se abrían. El padre de Guillermo gritó su respuesta desde lo alto del muro: “Todavía tengo el martillo y el yunque con los que forjar más y mejores hijos que ese” Por fortuna para Guillermo, Stephen no cumplió su amenaza, pero el niño descubrió que para su familia no era nadie y tendría que buscarse la vida por sus propios medios.



Guillermo carecía de títulos, tierras, dinero... lo único que tenía era su talento. Un talento para luchar, según algunos sobrehumano, al que consagró toda su vida. Sirvió como soldado en multitud de batallas hasta que, a los veinte años, fue hecho prisionero por Leonor de Aquitanía, madre de Ricardo y Juan. La reina, impresionada por las palabras que escuchó sobre el valor y la destreza de aquel joven, no solo le perdonó la vida sino que lo nombró caballero. Desde entonces, poniendo su espada al servicio de unos y otros, pero nunca contra la familia que lo había armado, Guillermo se ganó la vida como caballero errante. En pocos años amasó una fortuna gracias a los rescates que obtenía de los parientes de sus prisioneros en batalla y a los premios en los torneos. En el siglo XII los torneos todavía no eran la pantomima en la que se convertirían siglos después, eran enfrentamientos brutales en los que no era raro acabar tullido o muerto. Los participantes, además del premio que obtenían si ganaban, tenían derecho a quedarse con las armas y monturas de los adversarios vencidos. De Guillermo se decía que participó en más de quinientas justas y no perdió jamás. Puede que no fueran tantas, pero lo que sí que es cierto es que Guillermo fue de los pocos caballeros que se hicieron ricos en los torneos, llegando a igualar a Ricardo Corazón de León como protagonista de leyendas y canciones.



Al comienzo de la guerra entre Juan y Felipe, Guillermo se puso de parte de Juan Sin Tierra. Hay quien dice que si Juan no hubiera contado con el prestigio y la fama de la Flor de la Caballería, como llamaban a Guillermo, nunca habría conseguido hacer triunfar su causa. En 1203, Juan lo puso al mando del ejército encargado de romper el sitio de Château-Gaillard.


Gullermo Marshal hizo lo que pudo pero el espectáculo que ofreció a Infierno Lacy y a sus hombres, que lo observaron todo desde las murallas, no fue el que éstos esperaban. Atacó a los franceses por el río y los atacó por tierra; y en ambos frentes fracasó.


La flota no tuvo en cuenta el macareo del Sena (le mascaret), una especie de marea fluvial en forma de ola que solo se da en unos pocos ríos. Cualquier capitán de la zona hubiera sabido de este fenómeno, pero el hombre que puso Juan al mando de sus barcos no reaccionó a tiempo ante la gran ola que venía corriente arriba y las barcazas inglesas acabaron desperdigadas. La mayoría terminó en manos francesas aunque unas pocas pudieron huir.


En tierra no le fueron mejor las cosas al ejercito de caballeros comandados por Guillermo. Felipe II había dirigido la construcción del campamento de asedio francés (aunque luego abandonó la zona para dedicarse a otros asuntos) y se aseguró de que su ejército tuviera las mejores defensas. Las tropas de Guillermo cargaron varias veces, siempre con el mismo resultado. La caballería inglesa se estrellaba una y otra vez contra el muro que formaba la infantería francesa, o caían en las zanjas defensivas, o sus caballos se empalaban en las estacas que rodeaban el campamento. Finalmente Guillermo y sus hombres huyeron de la zona sin haber cumplido con su misión. El asedio continuaba y los franceses prácticamente no habían tenido bajas.


Para empeorar las cosas, días después, en una acción nocturna llevada a cabo por unos pocos hombres, las tropas de Felipe Augusto se hicieron con el control de la isla fortificada que dominaba el río. Desde allí comenzaron una ofensiva contra Les Andelys. Los habitantes del pueblo, asustados abandonaron sus casas y se dirigieron en masa al castillo a buscar protección. Con la isla y el pueblo en sus manos, los franceses recuperaban el control del Sena. Ahora Château-Gaillard había pasado a ser un objetivo secundario. Sin embargo, Felipe no estaba dispuesto a abandonar el castillo. Con la zona entera en sus manos podía limitarse a esperar a que la guarnición se rindiera o se muriera de hambre, pero el rey francés tenía un interés personal en aquella fortaleza. Era la joya de Ricardo, su castillo inexpugnable y Felipe II no iba a descansar hasta conquistarlo.


Planta del Castillo Gallardo


Por su parte, tras el contraataque francés, Roger de Lacy se encontraba ante el mayor dilema de su vida. Ante las puertas de su castillo tenía a dos mil civiles, los refugiados de Les Andelys, pidiendo que los dejasen entrar.

Fin del capítulo sengundo

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Las bocas inútiles

Dedicado a todos los seguidores de George R. R. Martin

De la historia de Europa beben los bardos de Poniente.







Parte 1: los reyes

En contra de la opinión general, la historia sí que consiste en reyes, fechas y batallas.
Terry Pratchett



Se decía que Château-Gaillard era un castillo imposible de conquistar, una fortaleza inexpugnable. Ciertamente los cronistas del medioevo eran muy dados a la exageración y el término “fortaleza inexpugnable” se usaba del mismo modo en que hoy en día se usan expresiones como “código irrompible” o “clave indescifrable”, pero aún así Châteu-Gaillard era un magnífico castillo. Lo había diseñado el mismísimo Ricardo Corazón de León por lo que, ya desde el momento de su construcción, el castillo estaba envuelto en un aura de leyenda caballeresca.



A finales del s.XII dos hombres se enfrentaron en Europa. Ricardo I de Inglaterra era uno de ellos y Felipe Augusto, rey de Francia, el otro. Felipe II era un gran estratega y un hábil político. Durante su reinado consiguió grandes victorias en el campo de batalla y su astucia le permitió reducir el poder de los señores feudales y sentar las bases para un estado francés. Si hubiera nacido en cualquier otro momento es probable que se hubiera convertido en una leyenda, pero Felipe II tuvo la desgracia de coincidir espacial y temporalmente con Ricardo Corazón de León, de cuya sombra no logró escapar nunca. Felipe ganaba las batallas dando las órdenes a sus generales desde la retaguardia (cosa normal, por otro lado) y Ricardo, en cambio, luchaba junto a sus hombres (rodeado siempre de un importante número de caballeros dispuestos a defenderlo y a sacarlo del campo de batalla si las cosas se ponían feas). Felipe era feo, tuerto, un poco enfermizo y bastante inútil con las armas; Ricardo era atractivo, alto y habilidoso con la espada. Felipe era serio y callado, gastaba poco dinero y su corte no destacaba por nada, como no fuera por su austeridad. Ricardo, al contrario, era amante de las fiestas, derrochó a manos llenas el tesoro de las arcas inglesas, le encantaban la música y los torneos, y dominaba a la perfección los medios de comunicación de la época: los trovadores, que veían en él una auténtica mina de inspiración para sus canciones. Él mismo cantaba y componía tonadas.

Ricardo Corazón de Leon


Por si todo esto fuera poco, Ricardo no había dudado en pisotear el honor de Felipe ante la vista de toda Europa. A pesar de estar prometido con la hermana del rey francés, Adela, Ricardo la rechazó aireando la relación entre ésta y su padre, Enrique II, fruto de la cual había nacido una bastarda. En Sicilia, camino de Tierra Santa, Ricardo conoció a Berenguela de Navarra y se casó con ella ignorando las amenazas de excomunión por romper su compromiso con Adela. Aunque lo cierto es que nunca le interesaron las mujeres, ni siquiera su propia esposa a la que apenas vio un par de veces en toda su vida.

Es de esperar que Felipe estuviera hasta las narices de aquel rey que se creía un héroe de leyenda. Ricardo era pendenciero y traicionero, estaba ahogando en impuestos a sus súbditos para pagar sus locuras y, si bien es cierto que era un gran general y ganaba más batallas que perdía, como estratega era nefasto: luchaba allí donde no obtendría beneficio alguno y evitaba batallas que podrían ser cruciales. Elegía el campo de batalla en función del honor y la gloria que pudiera obtener. Felipe mandaba a sus ejércitos allí donde era necesario, pero prefería usar la intriga y las maniobras políticas para conseguir sus fines, lo que implicaba un menor derramamiento de sangre. Sin embargo era a Ricardo a quien adoraba la gente, era Ricardo el que protagonizaba las canciones, el que era considerado el ideal personificado de la caballería. Las madres musulmanas asustaban a sus hijos con un ¡Qué viene Ricardo! como quien hoy dice ¡Que viene el coco!. Felipe también había luchado en Tierra Santa y también se había enfrentado a Saladino (el tercer gran héroe de la época), pero nadie asustaba a sus hijos diciendo ¡Qué viene Felipe Augusto!

Felipe Augusto


No es de extrañar que la noticia del cautiverio de Ricardo a manos de su enemigo, Enrique VI de Alemania, cuando regresaba de las cruzadas fuera un motivo de gran alegría para Felipe. El rey francés no tardó en aliarse con el hermano menor de Ricardo, Juan Sin Tierra, prometiéndole el trono de las islas a cambio de que entregara a Francia gran parte de las posesiones inglesas en el continente, entre ellas Normandía. Para alguien que se había enfrentado a Ricardo Corazón de León, lidiar con Juan Sin Tierra era como quitarle un caramelo a un niño. Pero la alegría de Felipe duró poco. Los numerosos partidarios de Ricardo reunieron la increíble suma de dinero que el rey alemán pedía por su rescate. El león volvía a casa y con él, los dolores de cabeza de Felipe.

Ricardo no tardó en poner en su sitio a su hermano Juan. Lo mandó a Irlanda y se volvió a proclamar rey de Inglaterra. Pronto recuperó las tierras perdidas por Juan, entre ellas la más importante: Normandía. Ricardo estaba empeñado en que Normandía permaneciera en manos inglesas y para ello decidió construir la mayor fortaleza que nadie hubiese contemplado jamás. No solo quería un castillo inexpugnable, Ricardo quería sobre todo un castillo sobre el que se escribieran canciones. Quería un castillo a la altura de su leyenda.



Para su emplazamiento eligió una meseta junto al Sena en Les Andelys, una población a 100 kilómetros de parís formada por dos aldeas fortificadas: Petit Andely y Grand Andely. Pese a que las obras duraron apenas un año, el castillo era realmente magnífico. No se parecía en nada a los pequeños castillos ingleses. Ricardo había invertido en aquella construcción más que en todos los castillos construidos en las islas durante todo su reinado. Como modelo, había usado los castillos de Tierra Santa y en su diseño se incluyeron las últimas innovaciones de la época. La gigantesca mole de piedra caliza dominaba la meseta sobre la que se alzaba, el valle a sus pies, el río Sena y toda Normandía, pues nadie controlaría jamás la región sin tomar aquella plaza. ¡Qué gallardo! se dice que exclamó Ricardo Corazón de León cuando vio acabado su castillo. Y así se llamó: Château-Gaillard, el castillo gallardo.



Château-Gaillard solo se podía atacar por el sur, ya que el resto de sus lados estaban protegidos por escarpados riscos. Los enemigos únicamente podían acceder por la suave pendiente de su cara sur pero allí se encontraba la primera fortificación: una construcción triangular con murallas de cuatro metros de grosor, tres inmensas torres y dos más pequeñas. Si se superaba esta parte se llegaba al segundo recinto, más grande y protegido por una muralla igual de imponente y cinco altas torres, todo ello rodeado por un profundo foso. Y dentro de este segundo recinto estaba el tercer obstáculo: una muralla con diecisiete torres, que protegía el torreón principal y las construcciones más importantes. Todos los muros eran festoneados con lo que se minimizaba el efecto de los proyectiles de catapulta. Bajo tierra había una red de túneles y almacenes dispuestos para guardar provisiones en caso de asedio.



Por si esto fuera poco, el cerro mismo donde se alzaba el castillo estaba protegido por una red de fosos y murallas. Además, bajo el castillo estaba Les Andelys y, junto a pueblo y castillo, había una isla fortificada que dominaba el cauce del Sena. Los tres asentamientos estaban unidos por una red de cadenas de hierro bajo el agua que, en caso de necesidad, se podían alzar y bloquear por completo el tráfico fluvial.

Ricardo quería un castillo digno de las historias de caballería y lo había conseguido.

Felipe II probablemente tardó un tiempo en creerse las noticias que llegaron a él en abril de 1199. Ricardo había acudido en persona a lidiar con un señor menor de Limoges que se había sublevado. El noble se había hecho fuerte en Chalus-Chabrol, un castillo insignificante y apenas protegido, pero Ricardo se empeñó en llevar aquel asunto en persona. Una vez en el lugar, se acercó él mismo a las murallas del castillo para inspeccionarlas y planear el asalto pero, antes de que pudiera darse cuenta, tenia una saeta clavada en el hombro y un ballestero daba saltos de alegría en la muralla enemiga. Ricardo se enfureció y ordenó el asalto inmediato al castillo. Se puso al frente de sus tropas sin detenerse siquiera a que el médico le extrajera el proyectil. La plaza cayó con facilidad pero cuando Ricardo acudió a que le curaran ya era demasiado tarde, la herida estaba infectada. La gangrena se llevó la vida de Ricardo Corazón de León pocos días después. Para Felipe aquello fue un regalo de Dios. Su archienemigo había muerto y no de una forma honorable y caballeresca, sino profundamente estúpida, en una batalla insignificante y sin gloria alguna.

El sucesor de Ricardo fue su hermano menor Juan Sin Tierra que pasó por encima del auténtico heredero al trono inglés: Arturo. Arturo era hijo de Godofredo, hermano de Juan y Ricardo. Godofredo, aunque muerto tiempo atrás, había nacido antes que Juan por lo que cualquier hijo que tuviera iba por delante de éste en la línea sucesoria. Pero el caso es que Arturo era pupilo (o rehén, según se mire) de Felipe II y, pese a ser el legítimo heredero, se le consideraba más francés que inglés. Además, las leyes de sucesión podían ser interpretadas tanto como férreas normas inquebrantables, como simples recomendaciones generales, según los intereses del aspirante en cuestión. La realidad es que Juan no tuvo problemas ni reparos en poner sobre su cabeza la corona de Inglaterra.

Felipe esperó. Juan no era Ricardo. No tenía su carisma, ni sus seguidores, ni su resolución en el campo de batalla. Como había supuesto el rey francés, muchos nobles retiraron su apoyo al nuevo monarca; más que por creyeran que era un usurpador, lo abandonaban por considerarlo débil e indigno. Tras un par de años, cuando Juan ya había demostrado su ineptitud y con gran parte de su pueblo en contra, Felipe sacó del armario a Arturo, revindicó los derechos del niño al trono, prestó apoyo a su causa y se lanzó a la guerra contra Inglaterra. Arturo duró muy poco. Juan consiguió capturarlo en la batalla de Mirebeu. Ordenó que le cortaran la polla y, con ella, cualquier aspiración que pudiera tener a la corona. El chico murió de la conmoción.

Pero a Felipe II le importaba poco Arturo y sus aspiraciones, que no eran más que una excusa para comenzar la guerra. Su objetivo era recuperar gran parte de las tierras inglesas en el continente. Sobre todo quería volver a tener en sus manos Normandía. Tras una campaña relámpago en la que arrebató a Juan todas las fortalezas menores de la zona, en 1203 se lanzó al asalto del castillo Gallardo.

Fin del capítulo primero

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martes, 30 de junio de 2009

Y, sin embargo, no se mueve. 2


Y, sin embargo, no se mueve 2
Tres tramposos




La verdad es muy bonita

Bruce Willis (El último Boyscout)


¡Lisa! En esta casa se respetan las leyes de la termodinámica

Homer J. Simpson


Castillo de Weissenstein, Suiza, 1721

Movimiento Perpetuo no asalariado

Daniel Schumacher no sabía muy bien como se había metido en aquella situación. Él, que no era más que un simple bibliotecario, se encontraba de pronto de viaje por Europa con la misión de recopilar todo el saber disponible en temas de ciencia que hubiera en el mundo y llevarlo a su país. Y todo por la manía que le había entrado a su señor con aquello de modernizar el país.


Pedro I el Grande estaba poniéndolo todo patas arriba. Primero se había empeñado en incorporar a las mujeres a la vida pública. ¡Incluso les recomendaba que dejaran de cubrirse la cabeza! Más tarde le dio por popularizar eso que llamaban prensa y que ponía al alcance de cualquiera el conocimiento que antes tenían unos pocos. Finalmente, el zar puso su ojos en un creciente grupo de gente que medraba en Europa y que en los últimos tiempos estaban haciendo bastante ruido, sobretodo en Francia e Inglaterra. Se llamaban a si mismos filósofos naturales y se habían propuesto descubrir como funciona el mundo. Lo curioso es que, al parecer, lo estaban consiguiendo.


Schumacher observó todos los cambios que sacudían su país con la seguridad y la tranquilidad que le proporcionaba el hecho de saber que, fuera cual fuera la siguiente locura que se le ocurriese al zar, al último que iba a elegir para llevarla a cabo era a un bibliotecario. Se equivocó. Pedro I necesitaba a alguien inteligente y educado para fisgonear en los círculos científicos europeos; pero, por desgracia, su afición a las fiestas, a las orgías y a competiciones que incluían trenzas, alcohol y lanzamiento de hachas, le había llevado a rodearse de una corte poco interesada en la filosofía natural. Debió pensar entonces que quién puede ser más inteligente y educado que un bibliotecario. Como Terry Pratchett, Pedro I debía pensar que si pones a la gente junto a un montón de libros el suficiente tiempo; al final, el conocimiento acaba fluyendo de unos a otros. Y así acabó Daniel Schumacher, bibliotecario de la corte que, en efecto, era inteligente y tenía una solida formación aunque no en ciencias, de gira por Europa, entrevistando a científicos, metiendo las narices en las recién creadas Academias y acumulando todo el saber que podía para llevarlo a Rusia. Hasta que llegó a un remoto castillo en Suiza.



Pedro I había proporcionado al bibliotecario una lista de tareas entre las que estaban comprar libros, invitar a los científicos a visitar Rusia o “traer un maestro que pueda hacer experimentos”. Una de las tareas era visitar a un tal Orffireus y ver si su máquina perpetua, esa de la que tanto se hablaba, podría tener alguna utilidad para Rusia.

Johann Bessler, alias Orffireus, era un extraño personaje que había paseado su móvil perpetuo por toda Europa. Se decía que su invento era auténtico ya que nadie había logrado descubrir trampa alguna, pero lo cierto era que Bessler nunca había permitido a nadie examinar el interior de su “rueda eterna”. Cada vez que algún escéptico entrometido insistía en examinar su máquina, Orffireus la destruía y se mudaba a otra ciudad donde volvía a construir su maravilloso invento. Con el tiempo, estos cambios de domicilio eran cada vez más frecuentes. Orffireus, enemigo de la falsa modestia, publicó un libro titulado «El célebre móvil perpetuo de Orffireus» y aseguró que solo dejaría examinar su rueda a quien le pagara una elevada suma de dinero.


El lugar donde Daniel Schumacher esperaba encontrar a Orffireus era el castillo de Weissenstein, una de cuyas salas era el último lugar conocido donde se había construido el móvil perpetuo. Por desgracia, Schumacher llegó tarde. Cuando el bibliotecario apareció por el castillo, la máquina no era más que un montón de astillas. El físico holandés Willem Jacob's Gravesande había mostrado un inquietante interés en conocer los mecanismos internos de la rueda de Orffireus y éste decidió destruirla y cambiar de nuevo de residencia.


Aunque Schumacher no pudo ver el móvil perpetuo si que llegó a tiempo de entrevistar a Orffireus, que todavía no había abandonado Weissenstein, con intención de averiguar que interés podría tener para el zar el famoso invento. Schumacher aseguró al inventor que su patrón podría gastarse mucho dinero en una máquina semejante pero que antes debían mostrársele pruebas de su funcionamiento. La respuesta fue clara: «Ponga en un lado 100 000 rublos y en el otro yo pongo la máquina» (Brodianski, Móvil perpetuo antes y ahora)


Antes de volver a Rusia Schumacher tuvo tiempo de entrevistar a Christian Wolff sobre la veracidad de las afirmaciones de Orffireus y de su máquina. Las opiniones negativas del Wolff quedaron reflejadas en el informe que presentó al zar. También en dicho informe figura la sensata opinión del propio bibliotecario sobre el asunto: «De este escrito Su Majestad Imperial puede ver que este móvil perpetuo no es muy perfecto»


Es posible que, años después, una vez el zar le había concedido el honor de ser el primer director de la recién creada Academia de las Ciencias de San Petersburgo, Schumacher tuviera noticia del destino de Orffireus. De ser así, probablemente no se habría extrañado al conocer que el inventor había caído en desgracia tras descubrirse que su famosa rueda era un fraude. Sus criados y su mujer lo denunciaron públicamente. Ellos eran quienes, instalados en la habitación contigua a la máquina, giraban una rueda que, conectada mediante ejes ocultos, hacia moverse la máquina. La razón por la que decidieron contar la verdad era que Orffireus nunca había compartido con ellos el dinero que ganaba exponiendo su invento. Ni siquiera les pagaba un sueldo por el trabajo extra.

El caso de Orffireus podría servir como ejemplo de la primera ley de la termodinámica aplicada al mundo laboral: el trabajo no es gratis.



California, 1966

El motor semestral de Mr. Papp y el físico impertinente




Puede que Mr. Papp fuera un tramposo más en la larga lista de inventores de máquinas perpetuas pero no se puede negar que tenía estilo. A la hora de hacer una puesta en escena impactante Mr. Papp no tenía rival.


La historia de Mr. Papp comienza en el mar, una noche de verano de 1966, a escasa distancia de las costas francesas. Un barco pesquero que salía a faenar del puerto de Brest se encontró con una balsa hinchable a la deriva. Al acercarse descubrieron que estaba ocupada por un hombre al que se apresuraron a subir a bordo. El náufrago iba vestido como un piloto de la segunda guerra mundial, incluyendo el casco y las gafas, y se presentó como Josef Papp, ingeniero canadiense (aunque luego se descubrió que era húngaro). Cuando los pescadores le interrogaron sobre su situación, el naufrago relató como acababa de escapar por los pelos de una muerte segura ya que su submarino había sufrido un accidente. Los marineros preocupados le preguntaron por el resto de la tripulación pero Mr. Papp se apresuró a tranquilizarlos: no había ninguna tripulación. Josef Papp aseguró que acababa de cruzar el Atlántico en solitario, en un viaje de tan solo trece horas de duración, a bordo de un submarino a reacción que había construido en el garaje de su casa.


La prensa no tardó en dar una gran cobertura al caso Papp. Poco importó lo increíble que resultaba el submarino que afirmaba haber construido y que, según él, alcanzaba los 500 km/h. Tampoco se tuvo en cuenta el hecho de que los marineros que lo rescataron encontraron dos billetes de avión en la chaqueta del ingeniero. Eran para el vuelo Montreal-París. Ida y vuelta. Y el de ida había sido usado. Ni siquiera se prestó atención a los pasajeros del vuelo que reconocieron a Mr. Papp y afirmaron haber viajado con él de Canada a Francia. La verdad no importó demasiado a la prensa, la historia que contaba Josef Papp era mucho más interesante.


Una vez convertido en celebridad, Mr. Papp anunció al mundo su nuevo invento: el motor eterno. Bueno, eterno, lo que se dice eterno no era. Más bien semestral. Pero a efectos prácticos podemos tratarlo como una máquina de movimiento perpetuo. Según Papp, un coche equipado con uno de sus motores podría funcionar durante seis meses a pleno rendimiento antes de necesitar repostar. El repostaje consistía en la inyección de una mezcla de gases directamente en los cilindros y otorgaba al vehículo seis meses más de autonomía.


Eran los años sesenta y Mr. Papp supo adaptar a la perfección el fraude del movimiento perpetuo a los nuevos tiempos. Por primera vez encontramos elementos que luego serían comunes en este tipo de fraudes. Papp hacía hincapié en las virtudes ecológicas de su motor. Según él, su máquina no producía ningún tipo de contaminación atmosférica y los gases que necesitaba para funcionar se obtenían de manera sencilla sin destruir el medio ambiente. Además del ecologismo, otro movimiento hijo de los sesenta era clave en la historia del ingeniero: el conspiracionismo. Papp aseguraba haber estado negociando la venta de su motor con algunos fabricantes de automóviles pero, a pesar del interés que tenían varias marcas en adquirir su producto, las compañías petroleras habían presionado para que las creaciones de Papp no encontraran comprador.


Mr. Papp, con los medios dando cobertura a todo lo que decía, anunció al mundo su motor perpetuo semestral y fijó una fecha para la presentación oficial de su invento. Sería ese mismo año en California. Cualquiera podría asistir a la puesta de largo del motor y, tras ese día, las compañías petroleras no podrían seguir negando la existencia de la máquina que iba a cambiar el mundo. Lo que no sabía Josef Papp era que en California iba a encontrarse con la horma de su zapato.

Un grupo de estudiantes de física de Caltech se enteraron de las hazañas de del ingeniero del submarino a reacción y decidieron acudir a la presentación de su motor. Para horror de Mr. Papp los estudiantes convencieron a uno de sus profesores para que fuera con ellos.


El día en cuestión llegó y Mr. Papp y su invento se encontraron rodeados por decenas de interesados. Estudiantes, inversores, ingenieros y simples curiosos rodeaban al inventor y al coche en marcha que, en teoría, funcionaba gracias al maravilloso motor semestral. Entre todos ellos había una persona que estaba poniendo de los nervios a Josef Papp. Había llegado con los estudiantes de física y no paraba de burlar las medidas de seguridad para meter su nariz por todas partes. Además, mientras que el resto de la gente manifestaba su asombro, el entrometido no hacía más que formular preguntas incómodas del tipo: ¿Cómo es que, siendo un motor de combustión, suena como un motor eléctrico? ¿Qué encontraré si sigo esos cables que salen del coche y entran en esa construcción? ¿Puedo desenchufar ese cable? ¿Por qué solo va a estar funcionando un par de horas el coche? ¿Podría dejarlo en marcha un poco más?


Mr. Papp estaba desquiciado. Él quería impresionar a la prensa y aquel físico entrometido no hacía más que ponerlo en evidencia. El profesor no era otro que Richard Feynman y estaba consiguiendo que Papp se arrepintiera de haber elegido California para presentar su motor. En un momento dado, poco antes de que llegara la hora prevista para poner fin al acto de presentación, Josef Papp desapareció en el interior de un edificio y el infierno se desató. Una gran explosión convirtió en chatarra el motor semestral. Varias personas resultaron heridas, dos de ellas de gravedad, y una murió a causa del impacto de una de las piezas del motor que le atravesó el pecho.


La investigación posterior no consiguió determinar la causa de la explosión. Mr. Papp acusó a Richar Feynman de trabajar de forma encubierta para las petroleras y haber saboteado su invento. Feynman, por su parte, escribió un artículo relatando lo sucedido y expresando sus sospechas de que el autor de la explosión había sido el propio Josef Papp que veía así reforzada su tesis conspiracionista.


Mr. Papp y su motor se fueron disolviendo en el olvido con el paso del tiempo aunque hoy en día aun existen varios grupos de defensores del inventor. Afirman que Papp se llevó a la tumba su secreto y nunca podremos disfrutar de su motor ya que alguien (lease petroleras, CIA, Illuminatis, masones, o cualquier otro grupo a gusto del consumidor conspiranóico) se había encargado de eliminar los registros de sus patentes. Lo cierto es que las patentes de Josef Papp no han sido eliminadas, siguen a disposición de cualquiera en la Oficina de Patentes Americana: Patente 1, Patente 2, Patente 3. Después de treinta años siguen esperando a que alguien consiga hacerlas funcionar.


Nueva Orleans, 1984

El astronauta que acabó con el movimiento perpetuo


El Superdome de Nueva Orleans es un gran estadio con capacidad para casi setenta mil espectadores. Suele ser escenario de acontecimientos deportivos, conciertos o actos políticos durante las campañas electorales. Recientemente su nombre se hizo popular debido al papel que jugó durante el desastre causado por el Katrina. En su interior se refugiaron miles de personas y, pese a sufrir considerables daños, el edificio aguantó.



En 1984 un mecánico llamado Joseph Newman alquiló el Superdome durante una semana completa. Cada día, miles de personas acudían a ver al hombre destinado a cambiar el rumbo de la historia. Newman estaba librando una cruzada y necesitaba la ayuda de la opinión publica. Los espectáculos en el Superdome eran la culminación de una campaña que había consistido en apariciones en televisión, radio y numerosas entrevistas en periódicos y revistas. En el Superdome, Newman aparecía ante su público subido en un coche y daba varias vueltas saludando a la gente que no dejaba de aplaudirle. Después detenía el vehículo y pronunciaba la frase que hacia enloquecer al público: “Este coche podría estar dando vueltas de forma indefinida. ¡No necesita combustible!”


La historia de Newman era una buena historia para la prensa. El clásico enfrentamiento de David contra Goliat que encanta a los medios. Joseph Newman aseguraba haber descubierto un motor que no necesitaba combustible. Su máquina, afirmaba, producía mas energía de la que consumía. Era la clase de descubrimiento que pondría al mundo patas arriba, una revolución energética mucho más importante que cualquiera de las precedentes. Pero había un problema: la Oficina de Patentes no quería aceptar el diseño de Newman.


Desde principios del siglo XX la Oficina de Patentes de los Estados Unidos no admite diseños de móviles perpetuos. Era una cuestión práctica, el aluvión de este tipo de diseños durante el siglo XIX fue tal que en la oficina de patentes decidieron establecer una norma para cerrar el grifo. Solo serían aceptadas patentes de este tipo si el inventor en cuestión era capaz de mostrar su máquina en funcionamiento. El motor de Papp consiguió eludir esta regla ya que no era un móvil perpetuo propiamente dicho al necesitar una inyección de gas cada seis meses. Pero el invento de Newman fue rechazado.


Newman denunció a la Oficina de Patentes pero perdió. El juez decidió aprender termodinámica por su cuenta durante el juicio y llegó a la conclusión de que el motor de Newman era un móvil perpetuo y por lo tanto no tenía derecho a patente a no ser que demostrara su funcionamiento. Newman inició entonces su campaña publicitaria por diversos medios de comunicación. Quería conseguir los apoyos necesarios para que el Congreso de los Estados Unidos forzara a la Oficina de Patentes a aceptar su invento. Y los consiguió.


Joseph Newman se presentó para hablar ante el Congreso el 29 de julio de 1986 de la mano del senador por Misissipi Thad Cochran y con el apoyo de varios senadores más. Después de perder su anterior juicio Newman modificó la teoría según la cual funcionaba su dispositivo. Ahora aseguraba que no era un móvil perpetuo lo que había inventado. Explicó a los congresistas que su máquina sí que consumía energía, de hecho se devoraba a si misma según la ecuación de Einstein (E=mc2), debido a lo cual podía permanecer en funcionamiento miles de años sin poder ser considerado un móvil perpetuo estrictamente hablando. Aunque esto no era más que una argucia para burlar la norma de la Oficina de Patentes la mayoría de los congresistas eran incapaces de apreciar la trampa. Su formación era en derecho o en economía y no tenían ni idea de formulas, móviles perpetuos o máquinas que se devoraban a si mismas. Lo único que veían era a un amable y sincero mecánico al que la gente adoraba y cuyo invento supondría un ahorro de miles de millones de dólares. Además su creación estaba avalada por un informe del ingeniero electrónico William Schuyler.

Fue entonces cuando un astronauta carraspeó y pidió la palabra. John Glenn, antiguo heroe de la NASA y primer americano en órbita, era por aquel entonces senador por Ohio y, probablemente, el único en toda la sala con los conocimientos necesarios para olerse el engaño de Newman. La pregunta de Glenn dejó a Newman sin habla por primera vez en toda su comparecencia:

-Se trata de un problema bastante sencillo -dijo-. Se mide la energía de entrada y la energía de salida, y se mira cual de las dos es mayor. ¿Estaría el señor Newman de acuerdo con esto? Si lo está -continuó Glenn sin esperar respuesta-, ¿qué laboratorio le gustaría que hiciera las mediciones?”

Robert L. Park, Ciencia o vudú


La única respuesta que Newman consiguió articular consistió en algunos balbuceos sobre el insulto que tal prueba supondría para los científicos que ya habían examinado su invento. A pesar de todo, no fue la pregunta de Glenn lo que hizo que el Congreso rechazara la petición de patente de Newman sino una carta que pasaron al astronauta en la que quedaba probada la relación personal de Joseph Newman con William Schuyler, que había realizado el informe favorable a su máquina. Como ya he dicho, la mayoría de congresistas eran abogados y no tenían la mas mínima idea de física, pero sabían oler un conflicto de intereses a kilómetros. No fueron las leyes de la termodinámica las que desbarataron el negocio de Newman, sino las leyes federales.




EPÍLOGO

Los tramposos del movimiento perpetuo han sido muchos y siguen apareciendo en los medios regularmente. Después de prometer la solución a los problemas energéticos de la humanidad en algún informativo veraniego suelen caer en el olvido, incapaces de mostrar sus inventos en funcionamiento (Vease el caso Steorn)


Brodianski, V.M., Movimiento perpetuo antes y ahora

Cronología de las máquinas de movimiento perpetuo

Orffireus

Artículo de Feynman sobre el incidente de Mr. Papp

Relación de inventores de móviles perpetuos

Kilty, Kevin T., Perpetual Motion

Kaku, Michio, Física de lo imposible

Park, Robert L., Ciencia o vudú



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