Mark Russell
En marzo de 1989 el petrolero Exxon Valdez encalló en la costa de Alaska provocando una de las mayores catástrofes ecológicas que se recuerdan. El medio ambiente preocupaba cada vez más a la gente que, gracias a las noticias, comenzaba a conocer términos como efecto invernadero o capa de ozono. El CO2 producido principalmente por el uso de combustibles fósiles ya comenzaba a destacar como el más importante de los problemas a los que tendríamos que hacer frente.
Por fortuna, el mismo día en que se produjo el accidente del Exxon Valdez, dos científicos de la Universidad de Utah en Salt Lake City, Martin Fleischmann y Stanley Pons, anunciaron al mundo entero el fin de nuestros problemas energéticos. Habían conseguido, nada más y nada menos, que llevar a cabo un proceso de fusión fría en su laboratorio y lo comunicaron a los medios en una multitudinaria rueda de prensa. Anteriormente habían ofrecido la primicia al Financial Times y al Wall Street Journal que abrían sus ediciones esa misma mañana con la impresionante noticia de esta nueva fuente de energía limpia y casi infinita.
En principio parecía sorprendente el hecho de que dieran a conocer de este modo el fruto de sus investigaciones. Normalmente, los descubrimientos son compartidos con un grupo de colegas que puedan aportar una visión distinta y detectar algo que se les pueda haber pasado por alto a los investigadores. Luego se suelen publicar en revistas especializadas que hacen que el artículo sea examinado por un grupo independiente de científicos especializados en ese área concreta antes de sacarlo a la luz. Por supuesto esto no es obligatorio, algunas investigaciones son publicadas en revistas más generalistas como Nature o en forma de libros, incluso pueden ser dadas a conocer a través de conferencias en universidades. Pero hacer una rueda de prensa parecía más propio de actores o deportistas que de científicos. Además, Fleischmann y Pons habían dado muy pocos detalles sobre el modo en que habían llevado a cabo su experimento. Esto provocó un cierto rechazo inicial que no tardó en ser superado por la ambición de sumarse a un experimento semejante. Cientos de laboratorios en todo el mundo se lanzaron a la caza de la fusión fría intentando repetir el experimento de Utah.
Gary Taubes comparó el fenómeno provocado en torno a la fusión fría con la apuesta de Pascal. Blaise Pascal era un matemático del siglo XVII y su apuesta era la siguiente: “Apuesta a que Dios existe. Poco tienes que perder si estás equivocado pero si aciertas, lo ganas todo” Los físicos apostaron a que le fusión fría era cierta no por las pruebas que tenían, que eran escasas, sino por que si acertaban la ganancia sería infinita. Nada menos que los problemas ambientales y energéticos de todo el planeta resueltos de un plumazo.
Lamentablemente no tienen nada que ver los beneficios que nos pueda reportar una determinada idea con su veracidad.
Ascenso...
La fusión consiste en la unión de dos núcleos atómicos dando lugar a un solo átomo y emitiendo enormes cantidades de energía en el proceso. La energía que recibimos del Sol es causada por la fusión de núcleos de hidrógeno. El problema es que para fusionar dos núcleos atómicos necesitamos acercarlos mucho, venciendo la repulsión de sus cargas, para que entre en juego la interacción nuclear fuerte y se unan en un sólo núcleo. En el Sol, las altísimas temperaturas provocan violentas colisiones entre los núcleos de hidrógeno que facilitan el proceso de fusión. Aquí, en la tierra, necesitaríamos temperaturas aun mayores pues hay mucha menor presión que en el Sol... y no conocemos ningún material con el que poder fabricar un recipiente que soporte semejantes temperaturas. Se han llevado a cabo procesos de fusión usando una botella magnética, un cilindro que usa campos magnéticos para contener el proceso de fusión. Sin embargo, la energía necesaria para llevar esto a cabo es mucho mayor de la obtenida por la fusión; no parece una fuente de energía muy rentable.
Fleischmann y Pons afirmaban haber conseguido la fusión con un vaso lleno de agua pesada (agua donde el deuterio ocupa el lugar del hidrógeno ordinario), dos electrodos, uno de ellos de paladio, y una batería. Eso es todo. Si era verdad, esta nueva fuente de energía limpia y segura estaba al alcance de un laboratorio de instituto. ¡Energía gratis para todos! Y no eran dos charlatanes lo que afirmaban tal cosa. Fleischmann era un químico de renombre con una reputación intachable, incluso era miembro de Royal Society. Pons era el joven de la pareja, el que aportaba la sangre nueva y las ideas frescas al sabio y respetable Fleischmann. Quizá radique ahí el problema de toda esta historia, como muchos han señalado, Fleischmann necesitaba a alguien que le diera una segunda opinión, que le corrigiese cuando se equivocaba y confiaba en que Pons era esa persona. Pons, por su parte, tenía una fe ciega en su tutor y era incapaz de ver con ojos críticos el trabajo del venerable químico, dando por buenas todas sus conclusiones. Entre uno y otro cubrían las imperfecciones de su famoso descubrimiento.
El método propuesto por los dos científicos para llevar a cabo la fusión era muy sencillo y no requería temperaturas extremas. Al hacer pasar corriente por el electrodo de paladio, éste absorbe los átomos de deuterio que se van pegando a su estructura. Los dos químicos afirmaban que los núcleos de deuterio acababan tan cerca unos de otros que vencían la repulsión y se fundían.
“Los físicos han concentrado sus esfuerzos en las altas temperaturas; nadie ha pensado en usar una presión elevada” decía Fleischmann. Sin embargo, esto es completamente falso. Las altas concentraciones de hidrógeno en los metales son de sobra conocidas y, por ejemplo, en el titanio se pueden conseguir concentraciones de isótopos de hidrógeno tres veces mayores a las conseguidas por Fleischmann y Pons en su electrodo de paladio. Y son estables, no se fusionan. Robert L. Park, físico de la universidad de Maryland, se lamentaba: “¿Cómo es posible que Pons y Fleischmann hayan estado trabajando en la idea de la fusión fría durante cinco años, según afirman, sin ir a la biblioteca a enterarse de todo lo que ya se sabe acerca del hidrógeno en los metales?”
Sin embargo, como hemos, dicho las ganancias serían muy altas si la fusión podía conseguirse de ese modo por lo que apostar por la pareja revelación de la química parecía lo apropiado. Laboratorios de primera línea centraron todos sus esfuerzos en conseguir los efectos que Fleischmann y su ayudante habían descrito en la rueda de prensa. Las revistas de todo el mundo anunciaban la fusión fría como la gran esperanza en lo que respecta a nuestros problemas energéticos y de medio ambiente. Se celebraron congresos sobre fusión fría, se concedieron ayudas millonarias, se destinaron fondos que se estaban empleando en otras ramas a la persecución de la fusión de los núcleos de deuterio sin necesidad de temperaturas infernales...
Pero...
...y caida
¿Dónde están los frutos de tanto esfuerzo y dinero invertido en la fusión fría?
En ningún lado. Actualmente los físicos se sonrojan al tocar el tema y es prácticamente tabú recordar como muchos de ellos gastaron parte de sus energías y subvenciones en perseguir el unicornio de los dos químicos de Utah. Los resultados que decían haber obtenido Fleischmann y Pons no pudieron ser reproducidos en ningún otro laboratorio y la fusión fría se desvaneció poco a poco aunque, como veíamos en el caso de la homeopatía, siempre queda algo. Hoy en día quedan algunos defensores de este fenómeno que incluso celebran congresos anuales y tienen una revista dedicada al tema con el fantasioso título de Infinite Energy.
El caso de la fusión en la universidad de Utah se empezó a esclarecer relativamente rápido pues existía una forma muy fácil de determinar si lo que se había observado era fusión o no: observar los efectos secundarios. Cuando los núcleos de deuterio se unen forman helio-4, compuesto de las mismas partículas que el helio ordinario pero más inestable. El helio obtenido mediante fusión suele desprenderse de un neutrón, quedando convertido en helio-3, que si es estable. Por lo tanto, como consecuencia de la fusión, deberían haber obtenido helio-3, así como grandes cantidades de radiación en forma de neutrones que abandonarían la pila al desprenderse del núcleo.
Era evidente que no se estaba produciendo la expulsión de neutrones en las cantidades que se darían de haber fusión y la prueba de que esto no estaba sucediendo era simplemente que Pons y Fleischmann estaban vivos y no retorciéndose en una dolorosa muerte debido al exceso de radiación. Pero, ¿y el helio-3? ¿Existía está prueba de la fusión en la pila de los dos químicos? Varios laboratorios gubernamentales y otros tantos privados se ofrecieron a analizar los cátodos usados en la fusión fría de Utah. Sin embargo Fleischmann no dejó a ninguno de ellos realizar esta prueba y se la encargó a la empresa Johnson-Mathey, la misma que le había suministrado el paladio.
Pons y Fleischmann anunciaron que acudirían al próximo congreso de física de Santa Fe con los resultados de las pruebas en la mano, demostrando al mundo entero la realidad de su portentoso descubrimiento... Pero los dos químicos nunca aparecieron por el congreso, parece ser que el ataque de un terrible mapache privó a la humanidad de la energía infinita. La excusa que dieron para no aparecer por Santa Fe fue que cuando estaban realizando la prueba, un mapache se coló en el laboratorio y mordió los cables del transformador dejándolo sin suministro eléctrico y echando al traste con las pruebas para encontrar helio. Un estudiante de instituto habría pensado en una excusa mejor. Los dos químicos prometieron repetir la prueba y presentar los resultados en la mayor brevedad posible.
El tiempo fue pasando, los resultados de la prueba no llegaban y las expectativas levantadas por todo el asunto se iban desvaneciendo. Finalmente, Pons decidió no publicar nunca los resultados de estas pruebas y la única explicación que dio fue que no habían sido los esperados. La fusión fría acababa de morir... aunque aun daría algún coletazo que otro.
EPÍLOGO
Stanley Pons fue despedido y vive recluido, alejado del ámbito académico y de cualquier laboratorio, en una granja aislada en el sur de Francia.
Martin Fleischmann no se habla con su pupilo. Se dedica a contarle a todo el mundo que él tenía razón y que la fusión fría es real... solo que las malvadas compañías petroleras, mediante una maquiavélica conspiración, se encargaron de boicotear su descubrimiento.