domingo, 30 de noviembre de 2008

El mono número cien

Esta historia trata de monos. De monos y de conciencia colectiva pero, sobre todo, de monos. Comenzó hace medio siglo en una pequeña isla del sur de Japón. Allí, ante los ojos de un grupo de científicos, tuvo lugar un suceso extraordinario.

El macaco de cara roja, o mono de las nieves, es el único primate autóctono de Japón. Su frondoso pelaje le aísla del frío y le permite vivir en hábitats de montaña situados a gran altitud. Esto, unido a su afición a nadar por mar abierto, ha permitido al macaco japonés colonizar un gran número de islas del archipiélago y ocupar una variedad inusual de nichos ecológicos, desde la frondosa selva hasta las nevadas cimas de las montañas. Forman grupos de hasta medio millar de individuos y son conocidos, sobre todo, por su costumbre de darse relajantes baños en las fuentes de aguas termales. La imagen de un puñado de macacos metidos en una humeante charca en medio de la nieve es un clásico de los documentales de naturaleza.



Otra de las características a destacar de estos monos es su gran inteligencia. Están entre los primates más inteligentes. Este hecho es clave para entender la historia de los cien monos.

En la década de los cincuenta un equipo de científicos japoneses estudiaba una comunidad de macacos de cara roja en la isla de Koshima, en el sur del archipiélago japonés. Los investigadores, de vez en cuando, ofrecían fruta y otros alimentos a los monos. Un día, uno de los científicos dio una patata llena de tierra a uno de los macacos. No se sabe si por accidente o de forma intencionada la patata acabó en un charco de agua de mar. Al recuperar su regalo el macaco descubrió que el agua no solo había limpiado toda la tierra que recubría el tubérculo sino que también le había otorgado un sabor salado que lo hacía mucho más apetitoso. Desde ese día, cada vez que los científicos daban una patata a ese mono ocurría lo mismo. El animal corría hasta la orilla del mar y la lavaba a conciencia hasta que no tenía ni rastro de tierra. Luego, orgulloso de su descubrimiento, se zampaba la salada patata.


Pero fue al cabo de unos días cuando los científicos descubrieron algo mucho más asombroso. Al recibir sus regalos, eran varios los monos que cogían las patatas y se iban al mar a lavarlas. Al parecer, el descubridor de tan novedosa receta culinaria en el mundo de los monos había enseñado su técnica a algunos vecinos. Estos, a su vez, se la enseñaron a otros monos. Pronto, el lavar las patatas en agua de mar se convirtió en algo habitual en la colonia de monos.


Los científicos estaban maravillados. Si bien no es algo extraordinario entre los animales que un individuo enseñe a otro conocimientos adquiridos (cultura) si que es algo bastante raro. Que yo sepa existen al menos otras tres especies entre las que la transmisión cultural es habitual: el chimpancé, el bonobo y el ser humano; y es probable que también se dé el caso entre lobos y delfines (¿algún biólogo en la sala?).


Pero lo mejor estaba por llegar. Un suceso realmente único y extraordinario. Como he dicho la técnica de lavado de patatas descubierta por el macaco número uno pronto fue extendiéndose por toda la población. Hasta que el macaco número cien aprendió a lavar patatas. En ese momento se obró el milagro. De repente, y sin ningún tipo de enseñanza por parte de un colega, todos los macacos de cara roja aprendieron a lavar patatas. No me refiero a todos los macacos del grupo sino literalmente a todos los macacos de cara roja. Poblaciones de macacos situadas en la otra punta de la isla, incluso poblaciones de otras islas, adoptaron de la noche a la mañana la técnica del primer macaco.

Al llegar al macaco número cien, los monos, cual plutonio, habían alcanzado una especie de masa crítica mental y la idea se había instalado por arte de magia en las mentes de todos los miembros de la especie. Era una prueba irrefutable, ya que había un montón de científicos de testigos, de la existencia de la conciencia colectiva.


Como es lógico, la mayor parte de esta historia es mentira.


Suele ser bastante difícil seguir el rastro a una leyenda urbana hasta descubrir como se originó pero este caso es una excepción. La mentira de los cien monos tuvo un comienzo bastante marginal y, poco a poco, se fue abriendo paso hasta convertirse en un hecho probado para multitud de personas. La primera mención al fenómeno la encontramos en el libro de 1975 Rhythms of Vision: The Changing Patterns of Belief escrito por Lawrence Blair, un autor de tercera fila seguidor de las corrientes New Age. En esta primera versión ya encontramos todos los elementos de la historia: la isla japonesa, los científicos, las patatas y el macaco número cien que desencadena la mente colmena monesca. Cuatro años después volvemos a encontrar la misma historia, contada de forma idéntica, en el libro Lifetide: a Biology of the Unconscious” de Lyall Watson. Watson es un conocido autor de libros New Age, incluso ha participado en la realización de documentales para la BBC. Con su libro, la historia de los cien macacos recibió un importante impulso.

Pero fue en 1982 cuando la mentira alcanzó el estatus de noticia. Ese año se publicó el libro “The Hundredth Monkey” de Ken Keyes. Keyes era una especie de Danielle Steel de la Nueva Era. Especializado en temas de autoayuda y crecimiento personal sus libros solían estar entre las listas de los más vendidos. Tras el libro del gurú Keyes, la leyenda pasó a formar parte de forma oficial de la mitología New Age. Es citada de forma recurrente cuando se tratan temas como el poder de la mente o la percepción extrasensorial. El showman (aunque el se denomina científico) Rupert Sheldrake ha esgrimido el fenómeno de los cien monos como defensa de su teoría de los Campos Mórficos y de la existencia de la telepatía.

En este caso no es complicado probar la falsedad del mito. Elaine Myers y Michael Shermer acudieron a los archivos de la revista Primates, donde fueron publicadas las investigaciones originales, para descubrir que había sucedido en realidad en la isla de Koshima.


Nada más empezar encontraron el primer error. No eran patatas sino batatas lo que los científicos regalaban a los monos. No es un fallo significativo pero no importa, solo es el primero. En 1952 fue observado el primer macaco lavando las batatas en el mar. En 1962, diez años después, el número de monos que tenían esta costumbre era de treinta y seis. Podemos observar como, lejos de la explosión de cultura hasta alcanzar la masa crítica, el habito de lavar batatas fue extendiéndose de forma bastante gradual. Los científicos describen como la costumbre es enseñada por los monos adultos y aprendida por los jóvenes. El aprendizaje por parte de los adultos era muy escaso por lo que la costumbre iba generalizándose cuando unas generaciones sustituían a otras, de forma bastante lenta.


¿Y los monos de otras islas? Es cierto que en otras islas, años después, fue observado el mismo fenómeno cuando otros grupos de investigadores daban batatas a los monos. A esto podemos dar, como mínimo, tres explicaciones:


a) Tal y como hizo el primer mono, otros monos en otras islas podrían haber descubierto el fenómeno por su cuenta y difundido el hábito entre sus compañeros. Después de todo estamos hablando de una de las especies animales más inteligentes y lavar una batata no es que sea resolver una ecuación de tercer grado (sin desmerecer a los macacos)


b) Los macacos de cara roja son bastante viajeros. Incluso marineros. Con relativa frecuencia se observa como los macacos nadan de una isla a otra. Ya sea en solitario o en grupo usando maderos y troncos a modo de balsa, los monos de las diferentes islas mezclan sus poblaciones a menudo. Con que uno solo de los viajeros tuviera el hábito de lavar patatas habría bastado para enseñar la técnica a las nuevas generaciones de otra colonia de monos. Auténtico mestizaje cultural macaco.


c) La explicación del mono número cien.


Tenemos al menos dos explicaciones mundanas para un fenómeno que resuelven el problema sin recurrir a lo paranormal. ¿Para qué necesitamos la tercera explicación? Incluye elementos sobrenaturales, datos falsos y plantea muchísimas más preguntas de las que responde.


Por supuesto, la tercera explicación es la que ha alcanzado notoriedad y la que mas literatura ha generado. Contiene un elemento clave que la hace muy atractiva a las corrientes New Age: la utilidad del no hacer nada. El fenómeno del mono número cien ha sido usado como soporte para los experimentos en los que se pretendía bajar los indices de criminalidad rezando y pensando de forma positiva. ¿Para que mover el culo y resolver un problema si lo único que hace falta es concentrarse, sonreír y tener buen rollo? Tras la defensa del poder de la mente lo único que se esconde es un deseo de no usar el poder del cuerpo. La toma de conciencia (expresión que cuanto más popular se hace menos entiendo) está cada día más sobrevalorada.



El efecto del centésimo mono (Wikipedia, inglés)


Shermer, Michael, Por qué creemos en cosas raras, pp 58-60 1997 (En el primer capítulo, Shermer hace un magnífico análisis del fenómeno)


Carroll, Robert Todd, The Skeptic´s Dictionary, pp 165 y 166, 2003



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lunes, 17 de noviembre de 2008

Sexismo oral

Sexo, lengua, estudios de género y otras imposturas, 3


En el último ranking del Foro Económico Mundial sobre igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres España ha caído siete puestos. Del décimo lugar hemos pasado al decimoséptimo. Y esta posición es engañosa. Es demasiado optimista. Que España se encuentre entre los veinte países con mayor igualdad sexual se debe principalmente al número de ministras y a la aprobación de leyes de igualdad, pero no a la eficacia de esas leyes. Esa posición no hace justicia a la situación real de las mujeres. Si tenemos en cuenta solo la igualdad salarial, el último escollo a superar para lograr la igualdad total en occidente, nos encontramos con que España ocupa la posición número 124, por detrás de los Emiratos Árabes (puesto 40), Surinam (puesto 101) o Zimbawe (puesto 34)


La causa de este fracaso no es difícil de encontrar. A pesar del esfuerzo derrochado en prohibir anuncios, hacer estudios sobre el machismo en los videojuegos, en la televisión, en la literatura y hasta en los edificios, resulta que en asuntos reales e importantes estamos al nivel del tercer mundo. Creo que fue Richard Feynman quien dijo que ninguna tecnología exitosa podía basarse en las teorías erróneas. En los dos artículos anteriores he hablado sobre la precaria (siendo amables) base intelectual que sustenta los estudios de género. No es de extrañar que la puesta en práctica de esas teorías resulte ser un fracaso absoluto.


Un ejemplo claro de como el feminismo de género se equivoca en la teoría y se equivoca en la práctica lo encontramos en su reivindicación estrella: la erradicación del sexismo en el lenguaje, encarnado en el malvado masculino genérico.


No creo que sea discutible que el habitual masculino genérico que encontramos en las lenguas romances tuvo un origen sexista. La elección del sexo masculino y no el femenino para designar la generalidad debió obedecer a un claro desequilibrio de poder en favor del varón. La pregunta es: ¿sigue el masculino genérico conservando algún tipo de carga sexista? ¿Perjudica en algún modo a la igualdad plena entre hombres y mujeres? Quien así lo crea debería presentar las pruebas que le llevan a estas conclusiones ya que hasta ahora nadie las ha encontrado.


Si no nos nombran no existimos” reza una campaña del Instituto de la Mujer contra el masculino genérico. De lo que se deduce que millones de mujeres deben su existencia a las campañas contra el lenguaje sexista. Habría que recordar a estas falsas feministas que grandísimas escritoras, artistas, científicas o políticas han gozado de una relativamente corpórea existencia a pesar del masculino genérico. Algunas, como en el caso de las escritoras, han existido incluso usando, con gran maestría, el masculino genérico en sus obras.


Si hay algo que ha caracterizado las campañas contra el masculino genérico ha sido que todas han fracasado estrepitosamente. La obsesión con que el uso del masculino es un agravio contra las mujeres ha impedido que las promotoras de estas campañas se dieran cuenta de que, antes que machista, el masculino genérico es cómodo. ¿Quien puede prescindir de un vosotros o un nosotros? Ni la más acérrima defensora de la igualdad en el lenguaje puede asegurar que no usa a diario el masculino genérico sin darse cuenta de ello. Y no está siendo machista ni negando la existencia a las mujeres por ello.


Y cuando todas estas campañas en contra de un supuesto lenguaje sexista fracasan, el feminismo de escaparate le echa las culpas a su malvado enemigo: la RAE. Cuando, no nos engañemos, la RAE ni pincha, ni corta, ni debería hacerlo. No es un símil muy original el que voy a usar pero es el que más se ajusta a la realidad. Las lenguas están vivas. El lenguaje de la gente será el que a la gente le dé por usar en un determinado momento, por más que intenten impedirlo RAEs o Institutos de la Mujer. A lo mejor el castellano acaba evolucionando y convirtiéndose en una lengua completamente neutra, como el marain de las novelas de Ian Banks. Algo así podría suceder, las lenguas cambian, pero lo que está claro es que ni la RAE podría impedir que sucediera tal cosa, ni el Ministerio de Igualdad podría forzar ese cambio.


Personalmente no creo que un cambio así pueda darse a corto plazo. Si algo funciona la gente tiende a seguir usándolo. Sobretodo teniendo en cuenta las horrorosas alternativas. De la @ mejor no hablar. Un texto que usa arrobas y no es un correo electrónico no merece ser leído. El uso de la terminación doble separada por una barra (alumnos\as) solo tiene sentido en formularios y similares. Y la duplicación de términos simplemente es absurda. Nadie usa dos palabras cuando con una puede decir lo mismo. Por supuesto que en ocasiones el uso del masculino genérico puede dar lugar a error, es lógico, pero el lenguaje ofrece suficientes recursos para salvar esas situaciones y la confusión no es habitual. La mayor parte de las veces, simplemente, el masculino genérico funciona bastante bien y lo usamos sin ser conscientes de ello.


Pero supongamos que los Estudios de Género tienen razón. Supongamos que el masculino hace que nuestra representación mental de la realidad esté despoblada de mujeres y que todos los que lo usan acaban pensando como malvados falócratas. Aun en ese caso, el feminismo de género seguiría errando al aportar soluciones. Son los cambios en la sociedad los que hacen cambiar el lenguaje y no al contrario. Es la cultura la que dota de significado a las palabras y no éstas últimas las que moldean la cultura. Pensemos en los eufemismos. Tullido, paralítico, lisiado, inválido, minusválido, discapacitado, persona dependiente... Todos estos términos han ido usándose a lo largo del tiempo, siendo sustituidos “oficialmente” cada vez que adquirían connotaciones negativas. No recuerdo cual es el políticamente correcto esta temporada pero apuesto a que no durará mucho. La gente no puede evitar cargar negativamente una palabra que describe algo que uno nunca querría que le sucediese. Y eso, que no tiene nada en absoluto que ver con la discriminación, no va a cambiar por más veces que se cambie la palabra. No se moldea a la gente cambiando el lenguaje, sobretodo porque la gente, la mayor parte del tiempo, habla como le da la gana.

Visto que el Instituto de la Mujer se basa en teorías dudosas para detectar el sexismo y ofrece soluciones imposibles a problemas inexistentes, cabría preguntarse si no es el momento de que la causa de la mujer recupere un feminismo a la altura de las circunstancias. España está a la cabeza en igualdad educativa, sanitaria y de acceso al mundo laboral. Pero estos logros se consiguieron durante la década de los ochenta y han crecido desde entonces de forma constante. El último desafío importante al que debía enfrentarse el feminismo en España era la igualdad salarial. Y ha fracasado estrepitosamente.


La brecha salarial entre hombres y mujeres que desempeñan el mismo oficio es en España de las mayores del mundo. Esa es la realidad, pero el Instituto de la Mujer ha decidido que es mucho mejor invertir en propaganda que en realidad. Se financian estudios demenciales y se hacen afirmaciones contundentes sin apoyarse en una base científica de ningún tipo. Es un feminismo de salón, lejos de sus orígenes combativos, que se dedica a discutir sobre cosas que no interesan lo más mínimo a nadie y no mueve un dedo para solucionar los problemas reales.


Lo peor de todo es que esa obsesión por buscar sexismo en todas partes está comenzando a parecerse bastante a una caza de brujas. Cuando absolutamente todo (anuncios, palabras, libros, películas, series, ¡edificios!) es examinado con lupa en busca de sexismo que denunciar se acaba inventando discriminación allí donde no la hay y olvidándose de la real. Los estudios financiados por este feminismo no están diseñados para buscar sexismo, están diseñados para encontrarlo. Y si no lo hay, se inventa.


En los comentarios del artículo anterior, Orayo enlazó un estudio sobre el sexismo en los videojuegos. El videojuego Lemmings, donde el jugador ha de evitar que decenas de asexuados y diminutos lemmings se suiciden, es acusado de sexista ya que los oficios que estos desempeñan son masculinos. Los lemmings pueden ser constructores, paracaidistas, carpinteros o ingenieros. ¿Consideran los autores del estudio que esos oficios son masculinos? Eso sí es sexismo, no el videojuego.


No solo se encuentra sexismo allí donde no existe sino que es denunciado allí donde debe haberlo. Los videojuegos de la saga GTA son presentados como si hubieran sido hechos por el mismísimo diablo. Se olvida en este estudio que esos juegos pertenecen al género negro. Un género que se caracteriza por sus personajes al margen de la ley. Un género para adultos poblado de atracadores, asesinos, psicópatas y todo tipo de delincuentes. Y se pone el grito en el cielo por que los personajes son machistas... Es ficción, con personajes de ficción y situaciones de ficción. Cuando el comportamiento machista de personajes de obras ficticias, sean libros, películas o videojuegos, es denunciado hemos perdido el norte por completo.


Por último, una curiosa coincidencia. Este feminismo impostor se asocia, por desgracia, a los movimientos de izquierdas por eso sus defensores probablemente desconozcan que tienen unos aliados inesperados que usan sus mismos argumentos. Comparemos:


El masculino genérico para referirse a las mujeres debe dejar de ser empleado pues daña la realidad social misma de las mujeres”

El término matrimonio para referirse a las familias homosexuales debe dejar de ser empleado pues daña la realidad social misma de la familia”


La estupidez, más que la política, hace extraños compañeros de cama.



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