Parte 2: los señores
Un muro vale tanto como los hombres que lo defienden
George R. R. Martin
George R. R. Martin
Roger de Lacy no era un gran señor, eso lo tenía asumido. Su título de barón era más simbólico que otra cosa, ya que su baronía se reducía a un pueblucho perdido y minúsculo al norte de Cheshire. Roger nunca se consideró a si mismo más que un soldado y durante toda su vida sirvió fielmente a la corona inglesa. Cuando recibió la orden de convertirse en castellano de Château-Gaillard, Roger, pese a sus escasos veinte años, ya era un veterano que había demostrado con creces su eficacia y su lealtad. Entre otras muchas batallas, Roger había luchado en Acon al lado de Ricardo y, allí, sus hombres le otorgaron el apodo de Infierno Lacy.
El 10 de agosto de 1203, Infierno Lacy y los 180 hombres que formaban la guarnición del castillo se despertaron rodeados por un ejército francés de más de seis mil soldados. Aunque la diferencia de fuerzas era grande, Lacy no pensó en ningún momento en rendir la plaza. Un hombre sobre una muralla, vale por muchos bajo ella y aquel formidable castillo era muy fácil de defender con pocas tropas. Si los franceses se decidían por un asalto frontal, tendrían que avanzar bajo las murallas por una estrecha franja de tierra hasta llegar a la puerta, y durante todo el camino una lluvia de flechas, piedras y fuego caería sobre sus cabezas. La única opción era sitiar el castillo.
Felipe ordenó montar un campamento fortificado a los pies de la fortaleza. Se construyeron zanjas defensivas y empalizadas alrededor del mar de tiendas y estandartes que era el ejército francés, de los bosques cercanos se empezó a traer madera para la construcción de armas de asedio y ambos ejércitos, el de doscientos hombres y el de seis mil, se prepararon para el sitio, uno de los más largos y crueles que se verían en toda la Edad Media.
Roger de Lacy no temía al ejército de Felipe. Los sótanos del castillo contenían provisiones suficientes para que él y sus hombres aguantaran el asedio durante más de un año. Tiempo más que suficiente para que el rey Juan enviara refuerzos. Roger confiaba en su rey, no le quedaba otra opción. No tenía tierras en el continente, ni sabía nada de aquella región que todos deseaban y que él debía proteger. Él solo era un soldado inglés, cuyas posesiones en las islas (aunque fueran unas tierras casi sin valor) y las de toda su familia dependían de su lealtad al trono, se sentará en él quien se sentara. Le habían encomendado mantener aquel castillo y, ya podía tener al mismo Felipe Augusto con miles de hombres a sus puertas, que Infierno Lascy iba a defender Château-Gaillard con uñas y dientes.
La ayuda llegó, un par de meses después de que comenzara el asedio, y fue una grata sorpresa para los defensores descubrir a quien había enviado el rey en su ayuda: el mismísimo Guillermo Marshal, según algunos “el más grande caballero que jamás ha existido”
Guillermo Marshal, como hijo menor en una familia de nobles menores, no tenía muchas expectativas. Cuando no era más que un niño, el rey escoces Stephen lo tomó como rehén para rendir el castillo de su padre. Frente a las murallas, puso un cuchillo en el cuello del joven Guillermo y amenazó con cortarle la garganta si las puertas del castillo no se abrían. El padre de Guillermo gritó su respuesta desde lo alto del muro: “Todavía tengo el martillo y el yunque con los que forjar más y mejores hijos que ese” Por fortuna para Guillermo, Stephen no cumplió su amenaza, pero el niño descubrió que para su familia no era nadie y tendría que buscarse la vida por sus propios medios.
Guillermo carecía de títulos, tierras, dinero... lo único que tenía era su talento. Un talento para luchar, según algunos sobrehumano, al que consagró toda su vida. Sirvió como soldado en multitud de batallas hasta que, a los veinte años, fue hecho prisionero por Leonor de Aquitanía, madre de Ricardo y Juan. La reina, impresionada por las palabras que escuchó sobre el valor y la destreza de aquel joven, no solo le perdonó la vida sino que lo nombró caballero. Desde entonces, poniendo su espada al servicio de unos y otros, pero nunca contra la familia que lo había armado, Guillermo se ganó la vida como caballero errante. En pocos años amasó una fortuna gracias a los rescates que obtenía de los parientes de sus prisioneros en batalla y a los premios en los torneos. En el siglo XII los torneos todavía no eran la pantomima en la que se convertirían siglos después, eran enfrentamientos brutales en los que no era raro acabar tullido o muerto. Los participantes, además del premio que obtenían si ganaban, tenían derecho a quedarse con las armas y monturas de los adversarios vencidos. De Guillermo se decía que participó en más de quinientas justas y no perdió jamás. Puede que no fueran tantas, pero lo que sí que es cierto es que Guillermo fue de los pocos caballeros que se hicieron ricos en los torneos, llegando a igualar a Ricardo Corazón de León como protagonista de leyendas y canciones.
Al comienzo de la guerra entre Juan y Felipe, Guillermo se puso de parte de Juan Sin Tierra. Hay quien dice que si Juan no hubiera contado con el prestigio y la fama de la Flor de la Caballería, como llamaban a Guillermo, nunca habría conseguido hacer triunfar su causa. En 1203, Juan lo puso al mando del ejército encargado de romper el sitio de Château-Gaillard.
Gullermo Marshal hizo lo que pudo pero el espectáculo que ofreció a Infierno Lacy y a sus hombres, que lo observaron todo desde las murallas, no fue el que éstos esperaban. Atacó a los franceses por el río y los atacó por tierra; y en ambos frentes fracasó.
La flota no tuvo en cuenta el macareo del Sena (le mascaret), una especie de marea fluvial en forma de ola que solo se da en unos pocos ríos. Cualquier capitán de la zona hubiera sabido de este fenómeno, pero el hombre que puso Juan al mando de sus barcos no reaccionó a tiempo ante la gran ola que venía corriente arriba y las barcazas inglesas acabaron desperdigadas. La mayoría terminó en manos francesas aunque unas pocas pudieron huir.
En tierra no le fueron mejor las cosas al ejercito de caballeros comandados por Guillermo. Felipe II había dirigido la construcción del campamento de asedio francés (aunque luego abandonó la zona para dedicarse a otros asuntos) y se aseguró de que su ejército tuviera las mejores defensas. Las tropas de Guillermo cargaron varias veces, siempre con el mismo resultado. La caballería inglesa se estrellaba una y otra vez contra el muro que formaba la infantería francesa, o caían en las zanjas defensivas, o sus caballos se empalaban en las estacas que rodeaban el campamento. Finalmente Guillermo y sus hombres huyeron de la zona sin haber cumplido con su misión. El asedio continuaba y los franceses prácticamente no habían tenido bajas.
Para empeorar las cosas, días después, en una acción nocturna llevada a cabo por unos pocos hombres, las tropas de Felipe Augusto se hicieron con el control de la isla fortificada que dominaba el río. Desde allí comenzaron una ofensiva contra Les Andelys. Los habitantes del pueblo, asustados abandonaron sus casas y se dirigieron en masa al castillo a buscar protección. Con la isla y el pueblo en sus manos, los franceses recuperaban el control del Sena. Ahora Château-Gaillard había pasado a ser un objetivo secundario. Sin embargo, Felipe no estaba dispuesto a abandonar el castillo. Con la zona entera en sus manos podía limitarse a esperar a que la guarnición se rindiera o se muriera de hambre, pero el rey francés tenía un interés personal en aquella fortaleza. Era la joya de Ricardo, su castillo inexpugnable y Felipe II no iba a descansar hasta conquistarlo.
Por su parte, tras el contraataque francés, Roger de Lacy se encontraba ante el mayor dilema de su vida. Ante las puertas de su castillo tenía a dos mil civiles, los refugiados de Les Andelys, pidiendo que los dejasen entrar.
El 10 de agosto de 1203, Infierno Lacy y los 180 hombres que formaban la guarnición del castillo se despertaron rodeados por un ejército francés de más de seis mil soldados. Aunque la diferencia de fuerzas era grande, Lacy no pensó en ningún momento en rendir la plaza. Un hombre sobre una muralla, vale por muchos bajo ella y aquel formidable castillo era muy fácil de defender con pocas tropas. Si los franceses se decidían por un asalto frontal, tendrían que avanzar bajo las murallas por una estrecha franja de tierra hasta llegar a la puerta, y durante todo el camino una lluvia de flechas, piedras y fuego caería sobre sus cabezas. La única opción era sitiar el castillo.
Felipe ordenó montar un campamento fortificado a los pies de la fortaleza. Se construyeron zanjas defensivas y empalizadas alrededor del mar de tiendas y estandartes que era el ejército francés, de los bosques cercanos se empezó a traer madera para la construcción de armas de asedio y ambos ejércitos, el de doscientos hombres y el de seis mil, se prepararon para el sitio, uno de los más largos y crueles que se verían en toda la Edad Media.
Roger de Lacy no temía al ejército de Felipe. Los sótanos del castillo contenían provisiones suficientes para que él y sus hombres aguantaran el asedio durante más de un año. Tiempo más que suficiente para que el rey Juan enviara refuerzos. Roger confiaba en su rey, no le quedaba otra opción. No tenía tierras en el continente, ni sabía nada de aquella región que todos deseaban y que él debía proteger. Él solo era un soldado inglés, cuyas posesiones en las islas (aunque fueran unas tierras casi sin valor) y las de toda su familia dependían de su lealtad al trono, se sentará en él quien se sentara. Le habían encomendado mantener aquel castillo y, ya podía tener al mismo Felipe Augusto con miles de hombres a sus puertas, que Infierno Lascy iba a defender Château-Gaillard con uñas y dientes.
La ayuda llegó, un par de meses después de que comenzara el asedio, y fue una grata sorpresa para los defensores descubrir a quien había enviado el rey en su ayuda: el mismísimo Guillermo Marshal, según algunos “el más grande caballero que jamás ha existido”
Guillermo Marshal, como hijo menor en una familia de nobles menores, no tenía muchas expectativas. Cuando no era más que un niño, el rey escoces Stephen lo tomó como rehén para rendir el castillo de su padre. Frente a las murallas, puso un cuchillo en el cuello del joven Guillermo y amenazó con cortarle la garganta si las puertas del castillo no se abrían. El padre de Guillermo gritó su respuesta desde lo alto del muro: “Todavía tengo el martillo y el yunque con los que forjar más y mejores hijos que ese” Por fortuna para Guillermo, Stephen no cumplió su amenaza, pero el niño descubrió que para su familia no era nadie y tendría que buscarse la vida por sus propios medios.
Guillermo carecía de títulos, tierras, dinero... lo único que tenía era su talento. Un talento para luchar, según algunos sobrehumano, al que consagró toda su vida. Sirvió como soldado en multitud de batallas hasta que, a los veinte años, fue hecho prisionero por Leonor de Aquitanía, madre de Ricardo y Juan. La reina, impresionada por las palabras que escuchó sobre el valor y la destreza de aquel joven, no solo le perdonó la vida sino que lo nombró caballero. Desde entonces, poniendo su espada al servicio de unos y otros, pero nunca contra la familia que lo había armado, Guillermo se ganó la vida como caballero errante. En pocos años amasó una fortuna gracias a los rescates que obtenía de los parientes de sus prisioneros en batalla y a los premios en los torneos. En el siglo XII los torneos todavía no eran la pantomima en la que se convertirían siglos después, eran enfrentamientos brutales en los que no era raro acabar tullido o muerto. Los participantes, además del premio que obtenían si ganaban, tenían derecho a quedarse con las armas y monturas de los adversarios vencidos. De Guillermo se decía que participó en más de quinientas justas y no perdió jamás. Puede que no fueran tantas, pero lo que sí que es cierto es que Guillermo fue de los pocos caballeros que se hicieron ricos en los torneos, llegando a igualar a Ricardo Corazón de León como protagonista de leyendas y canciones.
Al comienzo de la guerra entre Juan y Felipe, Guillermo se puso de parte de Juan Sin Tierra. Hay quien dice que si Juan no hubiera contado con el prestigio y la fama de la Flor de la Caballería, como llamaban a Guillermo, nunca habría conseguido hacer triunfar su causa. En 1203, Juan lo puso al mando del ejército encargado de romper el sitio de Château-Gaillard.
Gullermo Marshal hizo lo que pudo pero el espectáculo que ofreció a Infierno Lacy y a sus hombres, que lo observaron todo desde las murallas, no fue el que éstos esperaban. Atacó a los franceses por el río y los atacó por tierra; y en ambos frentes fracasó.
La flota no tuvo en cuenta el macareo del Sena (le mascaret), una especie de marea fluvial en forma de ola que solo se da en unos pocos ríos. Cualquier capitán de la zona hubiera sabido de este fenómeno, pero el hombre que puso Juan al mando de sus barcos no reaccionó a tiempo ante la gran ola que venía corriente arriba y las barcazas inglesas acabaron desperdigadas. La mayoría terminó en manos francesas aunque unas pocas pudieron huir.
En tierra no le fueron mejor las cosas al ejercito de caballeros comandados por Guillermo. Felipe II había dirigido la construcción del campamento de asedio francés (aunque luego abandonó la zona para dedicarse a otros asuntos) y se aseguró de que su ejército tuviera las mejores defensas. Las tropas de Guillermo cargaron varias veces, siempre con el mismo resultado. La caballería inglesa se estrellaba una y otra vez contra el muro que formaba la infantería francesa, o caían en las zanjas defensivas, o sus caballos se empalaban en las estacas que rodeaban el campamento. Finalmente Guillermo y sus hombres huyeron de la zona sin haber cumplido con su misión. El asedio continuaba y los franceses prácticamente no habían tenido bajas.
Para empeorar las cosas, días después, en una acción nocturna llevada a cabo por unos pocos hombres, las tropas de Felipe Augusto se hicieron con el control de la isla fortificada que dominaba el río. Desde allí comenzaron una ofensiva contra Les Andelys. Los habitantes del pueblo, asustados abandonaron sus casas y se dirigieron en masa al castillo a buscar protección. Con la isla y el pueblo en sus manos, los franceses recuperaban el control del Sena. Ahora Château-Gaillard había pasado a ser un objetivo secundario. Sin embargo, Felipe no estaba dispuesto a abandonar el castillo. Con la zona entera en sus manos podía limitarse a esperar a que la guarnición se rindiera o se muriera de hambre, pero el rey francés tenía un interés personal en aquella fortaleza. Era la joya de Ricardo, su castillo inexpugnable y Felipe II no iba a descansar hasta conquistarlo.
Planta del Castillo Gallardo
Por su parte, tras el contraataque francés, Roger de Lacy se encontraba ante el mayor dilema de su vida. Ante las puertas de su castillo tenía a dos mil civiles, los refugiados de Les Andelys, pidiendo que los dejasen entrar.
Fin del capítulo sengundo
1 comentario:
¡Ostras! ¡Guillermo Marshall es un caballero de leyenda! Llegaron a existir y todo, es increíble cómo a veces la realidad supera la ficción. Me imagino que sería el equivalente a un campeón deportivo de hoy en día. Hasta se hizo rico con ello... qué poco hemos cambiado en algunas cosas.
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