martes, 10 de junio de 2008

Franco y la gasolina en polvo



Los que fueran aficionados a El Informal seguro que se acuerdan de aquel genial sketch en el que, parodiando un anuncio real de Ruiz Mateos, nos presentaban el agua en polvo Riflorsa. Ésta consistía en unos maravillosos polvos gracias a los cuales, al echarlos en un vaso de agua, obteníamos un vaso de agua.

Algo parecido le sucedió a Franco con la gasolina en polvo. El caudillo era especialmente propenso a dejarse engatusar. Le colaron con facilidad el motor a base de agua como solución a los problemas de suministro de combustible o las piscifactorías de delfines para paliar el hambre. También llegó a anunciar en 1939, en sus discursos, el descubrimiento de yacimientos de oro y petroleo que acabarían con la pobreza en España. Años después de este anuncio España seguía teniendo una economía tercermundista y la gente seguía pasando hambre. Por supuesto nadie encontró ni rastro de tales yacimientos.


El caso más curioso e irrisorio fue el de la gasolina en polvo. En 1940 llegó a la Corte del Faraón un exiliado austriaco que afirmaba estar en posesión de una fórmula secreta que cambiaría el mundo. Albert Elder von Filek, que así se llamaba el oportunista en cuestión, afirmaba ser perseguido por las multinacionales del petroleo. A cambio de cobijo le ofrecía al dictador la exclusividad para explotar su descubrimiento. Franco tendría en su poder algo que haría temblar al mundo y convertiría a España en potencia mundial, la formula de la gasolina en polvo.


Elder von Filek se presentó ante Franco deshaciéndose en halagos y manifestando su admiración. Afirmaba ser seguidor del caudillo desde sus años en África. A los dictadores les suelen poner bastante los aduladores y Franco no fue una excepción. Pronto otorgó su crédito a aquel oportunista que besaba el suelo que pisaba. Filek hizo creer a Franco que su propio coche oficial funcionaba con aquella mezcla maravillosa. Al parecer el compuesto secreto consistía en algunas plantas y minerales pulverizados que debían añadirse al agua para convertirla en combustible. Además, Franco estaba de suerte, después de “analizarla con rigor” Filek afirmó que el agua del Jarama era perfecta para mezclar con su compuesto.


Franco, entusiasmado, le cedió unos terrenos junto al río donde poder construir una factoría. Incluso se proyectaron unos enormes depósitos que debían contener el preciado combustible mágico. También se le concedieron diez millones de pesetas (una fortuna en 1940) para el desarrollo de su empresa y en los periódicos se anunció a toda página la buena nueva de que, gracias a Franco, España iba a tener gasolina ilimitada. Este es el momento en que Von Filek debía haber arramblado con todo cuanto pudiera de los diez millones y haber puesto pies en polvorosa. Los dictadores suelen ser fáciles de engañar, no hay más que recordar a Stalin y su lysenkismo o a Hitler y su obsesión por lo paranormal. Después de todo, unas personas que se llaman a si mismos salvadores de la patria, lideres del proletariado o caudillos por la gracia de Dios, mucho sentido común no pueden tener. Pero, por mucho que sean victimas perfectas, hay que andarse con mucho tacto para timar a alguien que te puede mandar ejecutar al instante. Filek no supo, o quizá no pudo, escapar a tiempo y la estafa fue descubierta. Tanto él como el chófer de Franco, que fue acusado de complicidad, fueron condenados a la cárcel.


No he conseguido encontrar información sobre Filek y su cómplice tras su entrada en prisión. Quizá no llegaron a salir nunca. Si algún lector sabe algo del tema estaría bien conocer el destino de este caradura. No se puede negar que el tipo tenía valor para planear algo así. O eso o era completamente estúpido.




Bowen, Wayne H., Spain during World War II, p.126

Preston, Paul., El gran manipulador




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sábado, 7 de junio de 2008

La serpiente del Nilo

Los años cincuenta fueron muy duros para la industria del cine. La Edad Dorada se había terminado y comenzaban los problemas en el paraíso.


Primero fue la ley antimonopolio. Durante cuatro décadas los grandes estudios de Hollywood habían controlado no sólo la producción de películas sino también su distribución y exhibición. Todos los beneficios iban a parar al mismo sitio, el bolsillo de los directivos de los cinco grandes estudios; que además eran los que decidían que producciones se estrenaban en cada sala y cuando. Esto cambió en 1948 cuando el Tribunal Supremo estadounidense decretó que estas prácticas eran ilegales al constituir un claro ejemplo de monopolio. Las compañías hubieron de dividirse en empresas distintas que, por separado, se encargaban de distribuir o exhibir películas. Además, desde ese momento cualquiera podía ser propietario de una sala de cine o montar su propia red de distribución independiente y llevarse un trozo del pastel.


Pero había algo peor. En una sola década un extraño invento se había extendido por todo el país. En 1940 pocos sabían lo que significaba la palabra televisión mientras que en 1950 no eras nadie si no tenias una en tu sala de estar. El aumento de televisores entre las familias medias norteamericanas fue proporcional al descenso de espectadores en las salas de cine. Los estudios le declararon la guerra a esta competencia inesperada y decidieron además luchar en su propio terreno. ¿Qué podían ofrecer en Hollywood que la televisión fuera incapaz de igualar? Los fabricantes de sueños lo tenían claro: ellos podían ofrecer espectáculo. La televisión era una pequeña pantalla en blanco y negro donde todo se veía minúsculo. El cine ahora tenía color y los formatos de pantalla eran cada vez mayores hasta el punto de cubrir toda la zona de visión de los espectadores. Las televisiones disponían de un pequeño altavoz con apenas potencia. El cine tenía el stereo. En la televisión podías ver programas y series rodadas prácticamente a base de planos cortos. En el cine podías ver Los Diez Mandamientos, con efectos especiales nunca antes vistos, o perderte en las llanuras del lejano oeste viendo Centauros del desierto. Las producciones se hacían cada vez con mayor presupuesto, más largas, con decorados más impresionantes y con secuencias más espectaculares.

Pero todo era inútil. Los estudios seguían perdiendo dinero y las grandes superproducciones no hacían más que aumentar la deuda. Spyros P. Skouras, presidente de la Fox, se había visto obligado a vender gran parte de los terrenos propiedad del estudio para conseguir liquidez, pero no era más que un parche. Necesitaba un éxito fácil en taquilla. Dio órdenes de que se repasaran todas las antiguas producciones de la compañía para hacer un remake de alguna de ellas sin tener que gastar dinero en pagar guionistas o derechos de autor. Y encontraron esa película.


Skouras estaba encantado. La película había sido todo un éxito de la Fox en 1917 por lo que todos esperaban que su remake disfrutara de igual aceptación en 1959. Joan Collins se encargaría de dar vida a la protagonista en esta pequeña producción que contaba con dos meses de tiempo de rodaje. La película, de tan sólo dos millones de dólares de presupuesto, se iba a titular Cleopatra.





Wanger

Lo primero que había que encontrar era un buen productor. Skouras ofreció la producción varios candidatos pero todos se negaron en redondo. A nadie le parecía una idea atractiva. Cuando el proyecto parecía estancado llegó a oídos de los directivos de la Fox el rumor de que un veterano productor llevaba años empeñado en hacer una versión de Cleopatra. Se llamaba Walter Wanger y se había encargado de producir grandes clásicos durante la época dorada hasta que un curioso incidente lo había apartado de la primera línea unos años atrás. Cuando se encontraba en lo más alto de su carrera (acababa de ganar un Oscar por Juana de Arco) Wanger sorprendió a su mujer en la cama con su agente y no dudó un segundo antes de sacar su pistola y volarle a tiros los testículos al amante. Fue acusado de intento de asesinato y se pasó varios meses en la cárcel. Desde entonces no produjo más que series B y pequeñas producciones. No era el productor que habría elegido Skouras pero era el único que tenía. Wanger se convirtió en el productor de Cleopatra, su obsesión durante años.


En cuanto Wanger echó un vistazo a los detalles del proyecto se dio cuenta de que aquella no era la película con la que había soñado. Llevaba mucho tiempo deseando hacer Cleopatra y no estaba dispuesto a producir una película del montón llena de decorados de segunda mano y actores desconocidos. Con su propio dinero contrató a un famoso diseñador de producción para que hiciera unos bocetos de como sería Cleopatra si le dejaban rodarla tal y como él quería. Con los dibujos bajo el brazo se presentó ante los directivos de la Fox y consiguió que aumentaran el presupuesto a cinco millones de dólares.


Pero no era solo un problema de presupuesto. Wanger quería volver a hacer una película con mayúsculas, una que la gente recordara durante décadas. Y para eso necesitaba una estrella. Joan Collins estaba bien, en el poco tiempo que llevaba en el cine ya había protagonizado algunas producciones de peso, pero... no era una estrella. Walter Wanger quería no sólo una estrella, quería a la estrella del momento. Wanger quería que su Cleopatra fuera Elizabeth Taylor.



Taylor

Skouras no estaba tan convencido. Liz Taylor ya había comenzado a practicar su curiosa afición de coleccionar matrimonios. Ya iba por el cuarto, Eddie Fisher, que además era el mejor amigo de su anterior marido, Michael Todd. Eddie había sido el padrino de boda de Taylor y Todd por lo que su aventura con la actriz no fue muy bien vista por la opinión pública. Sobretodo porque, aunque Taylor había enviudado, Fisher aún estaba casado con Debbie Reynolds cuando empezaron su romance. La prensa rosa comenzó a referirse a la actriz inglesa como “la destrozahogares”. Ahora que la producción iba camino de convertirse en algo grande ni Skouras ni el resto de directivos de la Fox estaban convencidos de que contratar a una actriz controvertida fuera una buena idea, pero Wanger ya había tomado su decisión.


Cuando la Taylor recibió la llamada de Walter Wanger se encontraba rodando De repente el último verano, papel por el que no recibiría más que elogios. La idea de rodar Cleopatra le pareció estúpida por lo que se aseguro de exigir unas condiciones imposibles de satisfacer para que los de la Fox la dejaran en paz y se buscasen otra estrella. Taylor dijo que sólo trabajaría en la película si se rodaba fuera de EE.UU., se contrataba también a Eddie Fisher y se utilizaban cámaras con objetivos Todd-AO de 70 mm, un sistema panorámico inventado por su anterior marido y del que ella era propietaria. En cuanto al sueldo se aseguró de pedir una cantidad desorbitada, algo que nunca antes había cobrado ningún actor, quería un millón de dólares.


¡Hecho!, respondió Wanger.



Mamoulian


El reparto de Cleopatra se completó con Peter Finch en el papel de Julio Cesar, Stephen Boyd como Marco Antonio y Keith Baxter como Octavio. Para dirigir el film Wanger pensó en su amigo Rouben Mamoulian. Mamoulian había dirigido un buen número de buenas películas durante los años treinta, aunque la mayoría de ellas eran dramas bastante intimistas y nunca se había enfrentado a la tarea de dirigir una gran producción. Ya que Elizabeth Taylor había exigido que el rodaje no fuera en los Estados Unidos, los decorados fueron construidos en los estudios Pinewood, en Londres. Las reproducciones de Roma y Alejandría eran de tal envergadura que causaron escasez de mano de obra y materiales de construcción en Gran Bretaña.


Cuando Mamoulian echó mano al guión para comenzar a planear el rodaje se llevó una desagradable sorpresa... ¡Era el guión de una película muda! A nadie se le había ocurrido adaptar el guión. A toda prisa se contrato a Nunnally Johnson para que rehiciera por completo la historia adaptándola al cine sonoro. Pero Johnson no era barato. Era uno de los guionistas más importantes de Hollywood con películas como Las uvas de la ira o Las tres caras de Eva en su currículum. Por escribir Cleopatra, Nunnally Johnson cobraría 140.000 dólares. La Fox lo envió a Londres para que se pusiera de acuerdo con Mamoulian en como enfocar la historia. Pero Mamoulian no quería saber nada del guionista, él tenía su propio colaborador, Sidney Buchman, y entre los dos pensaban reescribir por completo el guión. Así que Johnson se guardó sus 140.000 dólares en el bolsillo y se volvió a su casa sin haber escrito una sola línea.


Por fin, en octubre de 1960 estaba todo listo para empezar a rodar. O casi. Elizabeth Taylor sufría de una grave neumonía y tan solo se puso delante de las cámaras para las pruebas de vestuario, poco después su estado se agravó y fue ingresada en un hospital de Londres. La traqueotomía que los médicos tuvieron que hacerle le dejó una fea cicatriz en el cuello que puede ser vista en varios planos de la película.


Con los más de setenta vestidos que se hicieron para la actriz (uno de ellos cubierto de adornos de oro de 24 quilates) y los espectaculares decorados el presupuesto se había disparado. El gasto diario ascendía a 100.000 dólares y el equipo no podía permitirse detener la producción por más que la estrella agonizara en un hospital. Mamoulian organizó el trabajo de modo que rodarían las escenas en las que no aparecía Cleopatra mientras la actriz estaba convaleciente.


En ese momento, al comenzar a rodar, fue cuando el equipo de producción se dio cuenta de lo estúpidos que habían sido. Estaban intentando recrear Egipto en Londres y en invierno. Rodar en interiores era imposible ya que en casi todas las escenas de interior aparecía Cleopatra y rodar en exteriores implicaba esperar durante días hasta que les tocara alguno medianamente soleado. La lluvia estaba destruyendo los templos y estatuas de los decorados y debían ser repintados cada día. Las palmeras se secaban y eran sustituidas regularmente.


Las escenas en las que no aparecía Cleopatra se estaban agotando, Elizabeth Taylor seguía sin aparecer y Mamoulian se desesperaba cada vez más. Cada día se reescribían páginas enteras del guión para hacer desaparecer a Cleopatra de más y más escenas y poder seguir rodando. La película se estaba convirtiendo en una absurda versión de Cleopatra en la que no aparecía Cleopatra por ningún lado. Por fin, en enero de 1961, Liz Taylor apareció en el set de rodaje pero, lejos de mejorar, las cosas aun fueron a peor.


La actriz pensaba que Mamoulian era un impresentable y se negaba a trabajar con él. El director, por su parte, tenía la sartén por el mango y no estaba dispuesto a plegarse ante las exigencias de una diva. Él era amigo íntimo del productor y había levantado el proyecto desde abajo, estaba claro que aquella actriz consentida no iba a subírsele a la chepa. Llamó a Skouras para que tomara cartas en el asunto y pusiera a la Taylor en su sitio. De otro modo, el rodaje no podría continuar. Skouras en seguida fue consciente de la gravedad del asunto y se apresuró a solucionar el problema. Despidió a Mamoulian.


Tras dieciséis semanas y ocho millones de dolares gastados, Skouras tenía en su poder unos quince minutos de planos rodados.



Mankiewicz

Elizabeth Taylor se dio cuenta de que era ella quien imponía las condiciones. El presupuesto se había disparado y ya no había marcha atrás. Cleopatra debía ser una superproducción y Liz Taylor iba a ser la protagonista pasara lo que pasara. No podían despedirla ahora. Exigió cobrar horas extras, suplementos, dietas... Todo esto sumado al millón de dolares inicial. También impuso al nuevo director que iba a hacerse cargo del proyecto: Joseph Leo Mankiewicz, con quien ya había trabajado en De repente, el último verano.


Mankiewicz era el director estrella del momento, una especie de Spielberg de la época. Era el autor de grandes películas como Eva al desnudo, La condesa descalza, De repente, el último verano o Carta a tres esposas. Que Mankievicz dirigiera o escribiera una película era una garantía de éxito, tanto de crítica como de público. La Academia de Hollywood le había premiado ya con cuatro Oscars. Cuando le llamaron para ofrecerle la dirección de Cleopatra rechazó la oferta al instante. Skouras le ofreció una cantidad enorme de dinero para que aceptara el proyecto. No se ha hecho público lo que Mankievicz cobró por dirigir la película pero se sabe que la cifra es de varios millones de dólares.


Lo primero que hizo Mankievick al incorporarse a la producción fue decirle a Skouras y Wanger lo que todo el mundo sabía pero nadie se atrevía a decir. Era completamente imposible rodar Cleopatra en Londres. Si los jefazos de la Fox querían una buena película había que cambiar de sitio. Liz Taylor también presionó para que todo el equipo se trasladara hacia localizaciones más cálidas y al final los estudios aceptaron. Los decorados que habían costado millones de dólares fueron destruidos y se desechó el material grabado por Mamoulian. Había que empezar de cero.


Hollywood era la opción más sensata para rodar, el clima era bueno y la Fox disponía de toda la infraestructura necesaria, pero el contrato de Liz Taylor incluía una clausula que impedía rodar en Estados Unidos. Finalmente se optó por trasladar al equipo a los estudios Cinecittà, en Roma. Varios actores abandonaron la producción en esta etapa por problemas de agenda ya que habían firmado por un par de meses únicamente, esto no supuso un problema ya que no se iba a usar el material rodado por Mamoulian. Entre las nuevas incorporaciones destacaban Rex Harrison como Cesar y Richard Burton como Marco Antonio.


Si en la Fox ya pensaban que Cleopatra era un despilfarro (aun sin tener un solo plano útil todavía) es porque no se imaginaban lo que les esperaba en Italia. Se volvieron a construir todos los decorados y, como en Londres, la magnitud de la obras era tal que el sector de la construcción italiano tuvo problemas de escasez de materiales. El director artístico se empeño en construir el foro romano tres veces más grande que el auténtico ya que éste no le parecía suficientemente impresionante. Se hicieron más de 20.000 trajes nuevos, así como miles de espadas, petos, adornos... Y cada día había que mandar hacer atrezzo nuevo ya que habían robos de material a diario. Wanger se vio desbordado por la magnitud del proyecto y era Mankiewicz quien se encargaba de la mayor parte del trabajo de producción, además de escribir y dirigir la película. Pese a su reticencia inicial, Mankiewicz, una vez aceptado el trabajo, se implicó de lleno, empeñado en convertir la película en su mayor obra maestra.

Uno de los primeros problemas con los que tuvo que lidiar fue con una huelga de la mitad de sus figurantes. En concreto la mitad femenina. Las bailarinas y cortesanas llevaban tan poca ropa que tenían que estar constantemente sacándose de encima a los trabajadores italianos. La situación se hizo insostenible y se negaron a continuar con los ensayos hasta que se les asegurara que los italianos permanecerían lejos de ellas.


Cuando comenzó el rodaje las cosas no fueron mejor. Mankiewicz dejó de lado el guión anterior y comenzó a escribirlo todo de nuevo. Pero se le echó el tiempo encima, Liz Taylor ya estaba lista, los decorados estaban completos y él no tenía un guión. Rodaba por el día y escribía el guión por las noches. La película se iba rodando conforme se escribía en lugar de preparar un plan de rodaje, multiplicando aún más el ya elevado gasto. En los rodajes las escenas se suelen agrupar por localizaciones o disponibilidad de actores. Por ejemplo, si un actor tan solo aparece en tres escenas -al principio, por la mitad y al final de la película-, estas escenas se podrían rodar todas la misma semana con lo cual solo habría que pagar al actor una semana de sueldo. En Cleopatra no era así. Ya que no había posibilidad de parar el rodaje, las escenas iban rodándose conforme Mankiewicz las escribía. Todo el mundo debía estar contratado todo el tiempo. La mayoría de actores pasaban el tiempo viajando por Europa mientras esperaban que llegara el momento de entrar en acción.


El dinero, literalmente, desaparecía. Skouras no se atrevía a presentar los gastos ante el consejo de dirección de la Fox. Intentó convencer al contable para que utilizara la famosa técnica del doble libro de contabilidad: el real y el que enseñaría a los directivos. Pero al parecer el contable era de firmes principios y se negó al fraude. Al día siguiente, Skouras tenía un nuevo contable. Éste no tenía tantos escrúpulos y en la Fox se tragaron por completo el engaño. Y Skouras pudo seguir derrochando.


Cuando la cosa estaba más o menos estabilizada, estalló la bomba. Liz Taylor y Richard Burton se liaron. El ya caótico rodaje se convirtió en objetivo de decenas de paparazzi que se escondían por todos lados intentando pillar alguna instantánea del escándalo del momento. Y consiguieron cientos. Burton y Taylor no ocultaron en ningún momento la aventura, ni a la prensa rosa ni a sus parejas. La mujer de Burton abandonó Roma para volver a Estados Unidos mientras que Eddie Fisher, completamente destrozado al ver a su mujer besarse con Burton en sus propias narices, vagaba por Cineccità hablando solo, borracho y en pijama hasta que Mankiewicz lo mandó a casa. La prensa comenzó a cargar contra Elizabeth Taylor, sacando a relucir de nuevo su (merecida, todo hay que decirlo) fama de destrozahogares. Hasta el Vaticano emitió una nota avisando que aquella mujer era inmoral y sus películas no debían ser vistas por un buen católico. En la Fox comenzaron a morderse las uñas. Estaban gastando más dinero del que se había gastado nunca en una producción cuya estrella principal estaba siendo linchada públicamente. Pero a los pocos días se dieron cuenta de que no tenían de que preocuparse. La gente adoraba a Liz Taylor y adoraban su romance con Burton. Las revistas con fotos de la pareja se agotaban al momento y todo el mundo estaba deseando ver la película que había originado el romance. En la Fox suspiraron aliviados.

En mayo de 1962 fue rodada la famosa escena de la entrada de Cleopatra en Roma. En realidad debía haberse rodado seis meses antes pero el director de fotografía advirtió que, tal como habían sido construidos los decorados, las sombras harían imposible el trabajo hasta medio año más tarde. Con esta escena, por fin, terminaba el trabajo de Elizabeth Taylor en el film. Y el de Walter Wanger. Skouras consideró que ya que era Mankiewicz el que hacía la mayor parte del trabajo era absurdo mantener a Wanger allí. El productor, que había soñado con producir esa película durante toda su vida, suplicó que le dejasen quedarse en el rodaje pagándose el mismo el hotel y manutención. Ya no tenía nada que ver con la producción pero era incapaz de abandonar su sueño.


Mankiewicz, que recurrió al uso de drogas para calmar sus ataques de nervios, había estado prácticamente paralizado durante días ya que se pinchó por error en el nervio ciático. Tras estar al borde del colapso nervioso, el director pensó que ahora podría trabajar con tranquilidad en las escenas que faltaban. Liz Taylor se había ido y los paparazzi con ella. En comparación con lo que sucedía días atrás, Cinecittà era un remanso de paz. No se podía imaginar que pronto iba a vérselas con un titán de Hollywood. Zanuck volvía a casa.




Zanuck

Darryl Francis Zanuck era uno de los fundadores de la 20th Century Fox y uno de los padres de Hollywood. Durante la década de los cincuenta había estado alejado de la dirección de los estudios produciendo películas en Europa y ahora volvía a Hollywood con El día más largo debajo del brazo. Y bastante cabreado con Cleopatra.


La perdida de dinero debida al rodaje en Italia era tal que la Fox había suspendido el resto de producciones. El día más largo era la última que les quedaba por estrenar, luego su destino estaría atado al de Cleopatra. Si Cleopatra triunfaba, la Fox se salvaba. Si no...


Zanuck había solicitado un millón de dólares para acabar de rodar El día más largo y los directivos se lo habían negado ya que todo el capital se destinaba a Cleopatra. Así que cuando llegó a Estados Unidos, Zanuck poco menos que echaba humo por las orejas. Convocó a toda la junta directiva de los estudios y en una famosa reunión se hizo con el control de la compañía. Skouras entró a la reunión siendo presidente de la 20th Century Fox y salió de allí siendo un don nadie. Zanuck, tras diez años retirado del gobierno de la Fox, se volvía a hacer con las riendas. Y no estaba dispuesto a consentir que una películita de romanos arruinase su empresa.


Lo primero que hizo Zanuck fue estrenar por todo lo alto El día más largo con lo que consiguió el dinero suficiente para subsistir unos meses más. Lo segundo fue llamar a Joseph L. Mankiewicz. Zanuck le dio al director dos meses para volver a Estados Unidos con la película acabada y, además, le dijo que desde ese mismo día ni un solo dólar más iba a ser invertido en Cleopatra. Mankiewicz hizo lo que pudo para rodar las batallas con lo que tenía y sin salirse de los plazos. Si le faltaba algún plano siempre podría arreglar las cosas durante el montaje...


Cuando comenzó el montaje de la película los estudios Fox estaban desiertos. Cleopatra era la única producción en curso y los encargados de ayudar a Mankiewicz a montarla eran los únicos que acudían cada día a los estudios. El director quería montar dos películas de más de tres horas cada una. La primera, Cesar y Cleopatra, estaría inspirada en la obra de Bernard Shaw; mientras que la segunda, Marco Antonio y Cleopatra bebería de la obra de Shakespeare y sería estrenada meses después. Pero cuando Zanuck se enteró de esto se apresuro a pararle los pies a Mankiewicz. Cleopatra debía ser una sola película. El romance de Liz Taylor y Richard Burton seguía ocupando las primeras páginas de las revistas y Zanuck no quería arriesgarse a estrenar una película en la que Burton solo aparecía unos pocos minutos y esperar meses para la siguiente, cuando Taylor podía haberse cansado ya de Burton; o los medios de los dos. Había que aprovechar el tirón de la pareja.


Mankiewicz hizo caso y montó una sola película... Una sola película que duraba seis horas y media. Vamos, que se limitó a juntar las dos que tenía pensadas en una sola. Sin cortar nada. Zanuck, en un ataque de ira, despidió a Mankiewicz diciéndole que ya no lo necesitaba. Él mismo podía montar la película. O eso creía. Al enfrentarse a los cientos de latas llenas de película Zanuck no supo ni por donde empezar. Allí había horas y horas de material. Se pasó días intentando encajar las piezas de aquel puzzle pero no solo era incapaz de montar una buena película sino que era incapaz de sacar algo coherente de allí. Puede que Zanuck fuese estricto con sus empleados pero no era estúpido. Llevaba toda su vida trabajando en el cine y sabía lo que había que hacer en una situación como aquella. Levanto el teléfono y llamó al que iba a ser contratado como montador de Cleopatra. Joseph L. Mankiewicz. Días después de despedirlo, resignado, Zanuck le ofreció un nuevo contrato como montador para que sacara una película comprensible de entre los kilómetros de película que tenían. Eso sí, no podía durar seis horas.


Mankiewicz trabajó todo lo que pudo para acortar su primer montaje y, sacrificanto partes importantes de la historia, consiguió reducirla a cinco horas. Pero Zanuck lo envió de vuelta a la sala de montaje. Seguía siendo demasiado larga. Desesperado, Mankiewicz asumió que ya era imposible que Cleopatra fuera la obra maestra que él tenía en mente. Había que sacrificar demasiado material para hacer más corta la película. Hizo lo que pudo para sacar algo decente de la moviola y consiguió montar una Cleopatra de cuatro horas de duración. Zanuck la seguía viendo demasiado larga pero aceptó.


Por fin, tras años desde su amago de inicio en Londres, Cleopatra fue estrenada en junio de 1963. El éxito fue impresionante, algo nunca visto. Y la Fox casi desaparece del mapa por bancarrota. Por más gente que fuera a verla, el gasto había sido tal que fue imposible amortizar la producción. No existía el vídeo ni el DVD en los años sesenta y las únicas ganancias provenían de la exhibición en salas pero como Cleopatra duraba tanto solo se podía hacer un pase al día con lo que los beneficios se dividían por dos o tres. En un último intento de rentabilizar la película Zanuck le quitó mas de una hora de metraje dejándola en tres. Cleopatra era ahora tan solo una sombra incongruente de lo que Mankiewicz tenía en la cabeza. La propia Elizabeth Taylor renegó del film al ver como eliminaban algunas de sus escenas preferidas. Los costosos decorados apenas aparecían ya que los pasajes claves, aquellos que no se podían eliminar, sucedían en su mayor parte en interiores.


Cleopatra recaudó 14 millones de dólares en su primer año. Pero había costado mas de 44. La 20th Century Fox estuvo apunto de desaparecer y tuvo que sobrevivir produciendo pequeñas series B. Los estudios permanecieron en números rojos hasta el estreno, en 1965, de Sonrisas y lágrimas. Mankiewicz acabó con la salud destrozada. El que era el director más famoso de Hollywood en su momento no volvió a rodar nada hasta cinco años después. Y aun así tan solo hizo cuatro películas tras Cleopatra. Peor aun le fue a Walter Wanger. Cleopatra fue su último trabajo para la industria del cine. Nunca más se le dejó producir otra película.





Cleopatra: the Film That Changed Hollywood, 2001

http://movies.nytimes.com/gst/movies/filmography.html?p_id=188017&mod=bio

http://waldorfconference.com/skouras.html






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martes, 20 de mayo de 2008

Mentiras 2. La Luna nos influye

Selene. Nuestra señora de las tinieblas. Lunáticos. Las mareas. Los lunes y los meses. Los lunares. 77.347.700.000.000.000.000 toneladas de roca girando a nuestro alrededor a 3.700 kilómetros por hora. Con permiso del Sol, la Luna es el astro que más ha fascinado a los hombres de todas las épocas y lugares. Un trozo de la misma Tierra arrancado en una violenta colisión con un planeta del tamaño de Marte hace 4.000 millones de años.


La influencia que el satélite natural terrestre tiene sobre las personas no es menor que su importancia mitológica o astronómica. Todo el mundo sabe que la Luna afecta a los partos y a los crímenes. Las noches de Luna Llena la gente se comporta de modo extraño y suceden cosas que son raras en otras noches... ¿No?


Existen tres argumentos estrella para defender el influjo de la Luna sobre los seres humanos. Los creyentes en la astrología suelen presentarlos en bloque pese a que dos de ellos son excluyentes entre si. Vamos a verlos uno a uno.

Primer argumento. La menstruación:


El ciclo menstrual de la mujer es de 28 días, es decir, un ciclo lunar. Si hasta la menstruación depende de la Luna, ¿cómo no va a influir ésta en otros aspectos de nuestra vida?”


Éste es, sin duda, el más endeble de los tres argumentos por lo que demostrar su falsedad resulta bastante fácil. Para empezar el ciclo menstrual en la especie humana tiene una duración de entre 23 y 35 días, no de 28. Los famosos 28 días no son más que la media. Por otro lado, aunque todas las hembras de la especie humana tuvieran un ciclo de 28 días exactos resulta que estos ciclos no son coincidentes ni con los de otras mujeres ni con las fases lunares. Por si esto fuera poco, al examinar los ciclos menstruales de otros primates descubrimos duraciones medias del ciclo menstrual diferentes a las de la especie humana y, si lo que examinamos son los ciclos estrales del resto de mamíferos las diferencias son mayores aún.


Segundo argumento. Las mareas:


Está demostrado que la Luna es la principal causante de las mareas. Si nuestro satélite es capaz de mover enormes masas de agua líquida, ¿no seran mayores sus efectos sobre los seres humanos que estamos compuestos en un 75% de agua?”


Bueno, las mareas no sólo son causadas por la Luna sino que el Sol y la rotación terrestre juegan un papel no menos importante. Pero supongamos que únicamente la Luna es responsable de las mareas y examinemos la frase “nuestro satélite es capaz de mover enormes masas de agua líquida”. Hay dos palabras clave en el anterior enunciado para entender como la gravedad lunar causa las mareas, estas palabras son “enormes” y “líquido”. El agua es lo de menos, a la gravedad le importa un pimiento si es agua o amoniaco. A la gravedad lo que le interesa es la masa y la distancia.


La atracción gravitatoria que unos cuerpos ejercen sobre otros aumenta con la masa y decrece con la distancia. La gravedad lunar afecta en mayor medida a la corteza terrestre sobre la que se encuentra que al núcleo por el simple hecho de que la corteza terrestre está más cerca de la Luna. Ésto afecta tanto a los continentes como a los océanos; el que no existan mareas terrestres se debe a que las masas continentales son sólidas.


Decir que la Luna debería afectarnos por estar nuestros cuerpos compuestos, en gran medida, por agua no tiene fundamento alguno. No más que el horóscopo o la astrología en general. Sólo se me ocurre un caso en que la Luna influiría notablemente sobre la fisiología de un ser vivo. Y es un caso sacado de una novela de ciencia ficción. En Solaris, Stanislaw Lem describe una forma de vida alienígena cuyo cuerpo es un inmenso océano que cubre la superficie del planeta que da título a la novela. Es de suponer que, para una organismo así, la Luna y las mareas serían una parte fundamental de su vida. En nuestros cuerpos en cambio, con unas ridículas decenas de kilogramos de peso, el efecto de la gravedad lunar no tiene la más mínima relevancia.


Tercer argumento. El Departamento de Policía de Nueva York:


Está claro que la Luna condiciona el comportamiento de la gente. En las noches de Luna Llena es cuando más crímenes suceden. Los agentes de policía o los bomberos de cualquier ciudad pueden dar prueba de ello. Los dementes pierden más aun los estribos, la gente hace cosas raras y el trabajo se multiplica para los guardianes del orden cuando la Luna esta llena. Y si a quien preguntas es a las matronas de un hospital éstas te dirán que esas noches los nacimientos se disparan”

¿Qué sucede las noches de Luna Llena? Pues básicamente lo mismo que el resto de noches. Es cierto que es común escuchar esas afirmaciones de boca de policías. En especial, los agentes de policía de Nueva York son famosos por odiar trabajar en esas noches debido al importante aumento de criminalidad.


También es cierto que si lo que la gente dice y la realidad fueran intercambiables yo no tendría material para escribir este blog. En varias de las entradas anteriores queda claro que los testimonios son las pruebas con menor valor que existen. Da igual que el testimonio en cuestión provenga de un profesional competente o de un experto en la materia. La gente miente, imagina, fábula o simplemente selecciona los sucesos que más se ajustan a la idea que él tiene de la realidad y olvida el resto. Así que antes de dar por buenas las afirmaciones de algunos policías, bomberos y matronas es mejor saltarse los intermediarios y echar un vistazo directo a la realidad.


Y la realidad dice cosas muy distintas a los testimonios. Resulta que si miramos las estadísticas nos encontramos con que ni la Luna Llena ni los ciclos lunares influyen en nada de lo que la gente afirma. La Luna no afecta a los cultivos. No guarda relación con los partos ni con la menstruación. La criminalidad no aumenta lo más mínimo las noches de Luna Llena. No hay más asesinatos ni más incendios ni más violaciones. El pelo no crece más deprisa y los accidentes de tráfico no aumentan. Ni siquiera es a la Luna a lo que aúllan los lobos.


A la hora de buscar causas casi mejor si bajamos la vista hacia la Tierra y dejamos de usar a la Luna como excusa.


http://www.es.flinders.edu.au/~mattom/IntroOc/notes/lectura11.html

http://es.wikipedia.org/wiki/Marea

http://es.wikipedia.org/wiki/Menstruaci%C3%B3n

http://es.wikipedia.org/wiki/Ciclo_estral

http://organizaciones.bornet.es/ala/influencia_de_la_fase_lunar.htm

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jueves, 8 de mayo de 2008

La noche en que murió Tulsa

A comienzos del siglo XX, Tulsa era un pequeño pueblo de Oklahoma de poco más de 10.000 habitantes. Dos décadas después era una prospera ciudad en la que vivían 100.000 almas. Se había encontrado petroleo en Tulsa y eso bastó para convertirla en una de las ciudades con la renta per cápita más alta de los Estados Unidos. Las pequeñas casuchas se convirtieron en altos edificios comerciales y los coches a motor empezaron a llenar las calles. Fue tan impresionante y, sobretodo, tan rápido el enriquecimiento de los habitantes de Tulsa que sucedió algo inaudito: los negros también se hicieron ricos. Uno de los barrios más importante de la ciudad se llamaba Greenwood; pero, debido a que en él vivían unos 15.000 negros, todos ellos prósperos comerciantes, la zona era conocida como el Wall Street Negro.

Pocos países se han autoproclamado defensores de la libertad, la igualdad y la democracia con mayor frecuencia que los Estados Unidos. Pero mientras los americanos exportaban al mundo entero sus curiosas ideas sobre los significados de estas palabras, en casa las cosas eran bastante dificiles para mucha gente. Sobre todo si esa gente tenía la piel de distinto color. Que existiera un pequeño grupo de negros ricos en Tulsa no significaba que la ciudad fuera más abierta o tolerante que el resto del país. Lo que sucedió es que la explosión de riqueza fue tal que incluso salpicó a algunos afortunados negros. Pero no fue gracias a los blancos sino a pesar de ellos.


Los habitantes blancos de Tulsa seguían despreciando a aquellos que tenían un color de piel diferente. Los negros ricos eran acusados de poseer unos bienes que no merecían y que deberían estar en manos blancas. Cuando se paseaban en sus coches lujosos por Greenwood eran considerados unos engreídos que restregaban su éxito por la cara a los blancos tan solo para provocar. El odio crecía día a día y los crímenes raciales eran habituales y consentidos. Entre 1907 y 1920 más de veinte negros fueron cazados y linchados por turbas enfurecidas.


Un día, en 1921, un muchacho negro de tan solo 19 años pisó sin querer el pie a una chica blanca. Y el odio estalló.



La chica del ascensor


Sarah Page era una chica de diecisiete años que trabajaba como ascensorista en el edificio Drexel de Tulsa. Sarah Page era blanca. Dick Rowland, de diecinueve años, se ganaba la vida lustrando zapatos en la misma calle y aquella mañana, 30 de mayo de 1921, tenía un problema. Mejor dicho, tenía dos problemas: Dick Rowland era negro y se estaba meando. Los únicos baños para negros en manzanas a la redonda se encontraban en la última planta del edificio Drexler.


Que un negro usara los mismos servicios que un blanco era algo impensable. De igual modo que hacían distintas colas y usaban diferente transporte público, los negros de Tulsa, como los negros de la mayor parte de los Estados Unidos, usaban servicios especiales. Mientras que cualquier blanco de la zona podía entrar en la cafetería más cercana, o en cualquier otro comercio, para los negros la única posibilidad era el baño de la última planta del edificio más alto.


Rowland entró en el ascensor del edificio Drexler con intención de llegar hasta el último piso. Segundos después, según varios testigos, se escucharon unos gritos femeninos y Rowland salió corriendo del edificio. En el ascensor encontraron a Sarah Page llorando y gritando de forma histérica. Cuando le preguntaron que había sucedido, Sarah no dudó ni un instante. ¡Me ha asaltado un negro!, gritaba. Inmediatamente comenzó la caza del hombre.


Sarah Page fue conducida a la comisaria e interrogada por la policía de Tulsa. Cambió su versión varias veces, ofreciendo versiones cada vez más alejadas del asalto que había descrito al comienzo. Admitió que Rowland tan solo se había tropezado al entrar al ascensor y la sujetó del brazo para evitar caerse aunque, posteriormente, volvió a cambiar su versión de lo sucedido contando que Rowland le había pisado un dedo del pie en el que tenía un uñero y que ese era el motivo de los gritos. Puede que los policías no supieran exactamente cual era la versión verdadera pero lo que si tenían claro era que no había existido ningún asalto. No se admitió ninguna denuncia contra Rowland pero se ordenó a todos los agentes que se centraran en la búsqueda del sospechoso. El objetivo no era encarcelarlo sino protegerlo.

La prensa sensacionalista tardó poco en hincarle el diente al caso Rowland y el Tulsa Tribune del día siguiente, en una edición especial, incluía un editorial que llevaba por nombre Linchemos un negro esta noche, mientras que en primera plana destacaba el titular ¡¡Negro ataca chica blanca en un ascensor!!



Holocausto en Oklahoma

A Rowland lo detuvo la policía el día 31 en una calle de Greenwood. Tuvo suerte, los agentes no eran los únicos que buscaban al chico. Lo encerraron en la última planta del la Corte de Justicia de Tulsa y el jefe de policía ordenó a sus hombres montar guardia alrededor del edificio. En cuanto corrió la voz de que habían detenido al peligroso negro violador una multitud de blancos se comenzó a formar frente a la Corte de Justicia. Varios de ellos estaban armados y no escaseaban las caperuzas blancas y las antorchas entre la multitud. No se puede decir que en Tulsa no tuvieran experiencia en linchamientos, el asesinato de seres humanos a manos de una turba enfurecida era casi una tradición en Norteamérica. Sin ir más lejos, el año anterior un joven judío había sido sacado a rastras del mismo edificio en el que ahora estaba Rowland por una turba que lo mató en plena calle.

A medida que iba pasando el tiempo más blancos iban uniéndose a la masa. Algunos negros armados, unos veinticinco, acudieron para apoyar a los hombres del sheriff, situándose frente a los blancos. La tensión aumentaba cada minuto que pasaba, por más que jueces y predicadores acudieran al lugar a intentar calmar los ánimos. A las once de la noche, sin que se sepa aun de que lado llegó el primer disparo, comenzó la masacre. A esas alturas de la noche la turba estaba compuesta por más de dos mil personas que cargaron a tiros contra el edificio. Los negros huyeron hacia Greenwood mientras que la policía se encerró en la Corte de Justicia intentando impedir el acceso a los asaltantes. La muchedumbre enfurecida optó por dejar de lado a Rowland y perseguir a los negros hasta su barrio.


En Greenwood los rumores de lo que se avecinaba llegaron antes que la turba misma por lo que algunos tuvieron tiempo de armarse para defender sus casas mientras que otros prefirieron abandonar la ciudad a toda prisa. Los atacantes comenzaron a disparar apenas llegaron al barrio negro, aniquilando por igual a aquellos que se les enfrentaban y a los que huían.




A lo largo de aquella noche la Corte de Justicia fue asaltada en varias ocasiones por pequeños grupos pero el grueso de la turba se centró en destruir por completo el Wall Street Negro y a sus habitantes. Los incendios comenzaron alrededor de la una de la mañana y pronto se extendieron por toda la zona. Los negros eran sacados de sus casas y apaleados o tiroteados en mitad de la calle. A los que se negaban a salir, simplemente, los quemaban vivos en sus viviendas. Las jóvenes negras eran violadas en las calles de Greenwood por grupos de blancos.


Geoffrey Regan hace una escalofriante descripción de los sucesos de aquella noche:


La ley y el orden quedaron hechos pedazos, sin valor ninguno: 35 edificios de Greenwood fueron reducidos a cenizas y saqueados. Vehículos de todo tipo, conducidos por blancos, rugían por las calles arrastrando cadáveres de negros atados a los parachoques traseros. Un negro anciano y tullido fue arrastrado vivo detrás de un coche.


Conforme las hordas blancas pasaban por las zonas negras, las mujeres blancas les seguían con bolsas que llenaban con las joyas, la plata y las cortinas saqueadas de las propiedades negras. El mobiliario pesado y muchos pianos fueron destrozados, mientras que los coches se despiezaban o se les robaban los neumáticos. A la mañana siguiente casi todo Greenwood estaba en ruinas, con 1.115 casas quemadas y arrasadas, cinco hoteles, 31 restaurantes, un colegio, un hospital, una biblioteca y doce iglesias.

[...]

Un hombre del KKK fue entrevistado en su vejez, y afirmó que volvería a hacerlo.


La violencia y el ensañamiento llegaron a tal punto que seis biplanos de la Primera Guerra Mundial que había en un aeródromo cercano fueron robados y usados para bombardear la zona. Desde el aire, tiroteaban a los negros y arrojaban bombas caseras de queroseno.


Cuando, a las nueve de la mañana del día siguiente, la Guardia Nacional llegó al lugar ya no quedaba nada de Greenwood ni de sus habitantes. Los negros que no habían huido estaban muertos o encerrados en campos de detención improvisados. En una sola noche, el único barrio negro próspero de los Estados Unidos quedó reducido a cenizas. Viviendas, fábricas y comercios desaparecieron y fueron saqueados. Las estimaciones más aceptadas actualmente estiman que unos 20 blancos y más de 300 negros murieron aquella noche. Además del cerca de un millar de heridos de gravedad, casi todos ellos negros.

El genocidio de Tulsa se mantuvo oculto y se eliminó cualquier mención al mismo de los libros de historia estadounidenses. Hasta la década de los 80 el incidente no fue admitido de forma oficial. No se investigó lo sucedido hasta 1997. En 2003 se inició una causa contra el estado de Oklahoma en la que se exigía una compensación para la comunidad negra de Tulsa en forma de ayudas e infraestructuras para Greenwood. La causa fue desestimada.


Nadie fue detenido por lo sucedido en Tulsa aquella noche y, pese a las numerosas peticiones, nunca se ha autorizado la busqueda de las fosas comunes donde fueron arrojados los cientos de cadáveres.

http://en.wikipedia.org/wiki/Tulsa_Race_Riot

REGAN, GEOFFREY, Guerras, políticos y mentiras, 2004

http://www.thenation.com/doc/20010820/1921tulsa

http://www.cnn.com/US/9806/02/briefs/forefathers.sins/index.html

http://www.cnn.com/US/9908/03/tulsa.riots.probe/index.html

http://www.ok-history.mus.ok.us/trrc/freport.pdf


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