sábado, 15 de diciembre de 2007

El Gran Chapucero

Una cebra no necesita correr más que una leona sino más que las otras cebras.


Jorge Wagensberg




Uno de los argumentos preferidos por los creacionistas es la armonía que impera en la naturaleza; la perfecta forma en que todos los seres vivos están construidos para cumplir su papel en el ciclo de la vida evidencia la presencia de un ser superior. Un creador debe haberse encargado del trabajo pues es imposible que un sistema tan preciso y funcional haya surgido de otro modo. Algunos creacionistas disfrazaron sus ideas de ciencia para poder exigir que sean enseñadas en las escuelas y, en lugar de creacionismo, las llamaron Diseño Inteligente. La diferencia es nula, para los partidarios de D.I. los seres vivos presentan pruebas de haber sido diseñados por un ser superior: el Gran Relojero, Dios. Según ellos, si nos encontramos con un reloj debemos presuponer la existencia de un relojero que lo haya fabricado y extienden esta metáfora a la naturaleza. ¿Acaso un ojo humano no es una perfecta máquina en la que cada uno de sus componentes funciona con precisión y exactitud? El ojo es el ejemplo preferido por los creacionistas; argumentan que pone en entredicho la evolución y prueba la existencia de un diseñador. Ya que medio ojo no tiene sentido alguno, debió ser creado en su forma actual en lugar de haber evolucionado gradualmente. En realidad, medio ojo o, por ejemplo, un grupo de células fotosensibles puede que no tenga sentido para un creacionista, pero para el organismo que se vale de ellas para detectar la sombra o el movimiento de un depredador suponen la diferencia entre ser devorado o escapar, pero volveremos al ojo más adelante.


En realidad la figura del Gran Relojero no funciona en absoluto como símil de la evolución. El Gran Chapucero sería mucho más acertado. Mas que un pulcro diseñador que hace engranajes precisos, la evolución se asemeja a un manitas que corta, pega, mueve, alarga o encoge las piezas con las que hace su trabajo y muy pocas veces diseña realmente algo nuevo.


Darwin comprendió esto muy pronto y lo usaba para defenderse del creacionismo. Mientras otros científicos exhibían los grandes aciertos de la evolución ante los críticos, él se centraba en poner de relieve las redundancias, los apaños, los órganos vestigiales e incluso las imperfecciones. Después de todo, pocos creacionistas estaban dispuestos a admitir que su omnipotente Dios, a la hora de crear a los seres vivos, se había comportado, en lugar de como el Perfecto Diseñador Cósmico, como una especie de Pepe Gotera divino.


En este artículo no voy a mostrar el traspiés de ningún científico ni el fraude de algún oportunista. Las chapuzas que voy a mostrar son responsabilidad única y exclusiva de la maravillosa naturaleza.




1. ¡Necesito un dedo!


Hacía mucho, mucho tiempo había un oso que necesitaba con urgencia un pulgar. Como ocurre con la mayor parte de los animales del orden Carnívoros, este oso tenía los dedos de sus patas adaptados para la carrera, dispuestos hacia delante. Pero nuestro oso, amante de la contemplación, no perdía el tiempo persiguiendo a sus presas o pescando salmones, ni siquiera buscando bayas en los arbustos. Prefería sentarse plácidamente, a varios miles de metros de altitud, donde ningún depredador pudiera importunarle, y pasarse el día masticando brotes de bambú, sumido en sus pensamientos. Sean cuales sean las meditaciones de un panda.


Para este tipo de vida, los osos panda no pueden sacarle mucho partido a sus dedos de antiguo depredador. Mucho mejor sería tener un pulgar con el que poder coger fácilmente las ramas de bambú... y el panda lo tiene. Si existiera un relojero divino encargado de diseñar al panda no habría necesitado pensar mucho. ¿Un pulgar oponible? Fácil, nosotros mismos tenemos uno y su funcionalidad nos parece tan clara que a veces olvidamos que este dedo no era usado para coger cosas por la mayoría de los vertebrados que lo tenían antes que nosotros. Un diseñador habría puesto al panda un pulgar como el nuestro con el que poder llevarse a la boca su apreciado bambú.


Pero, como he avisado, la naturaleza es bastante más chapucera. El pulgar del panda no es un verdadero pulgar, ni siquiera es un dedo. El panda tiene los cinco dedos de sus patas delanteras en la posición típica de oso, apuntando hacia el frente. Su pulgar no es un sexto dedo real sino que está formado por un hueso de la muñeca, llamado sesamoide radial, hipertrofiado y cubierto por varios músculos que le dan movilidad. Vemos como la selección natural, en lugar de hacer brotar un nuevo dedo a los pandas prefirió, en sentido figurado, claro, partir de una parte del oso usada para otros fines y modificarla hasta convertirla en un falso pulgar. Una auténtico remiendo que además conlleva que el panda tenga que cargar con un par de falsos pulgares en sus patas traseras a pesar de que no los usa para nada. Probablemente, sea genéticamente más complejo modificar los sesamoides de las patas delanteras y no hacerlo con las traseras que, simplemente, modificar ambos. Y, puesto que esos pulgares inútiles traseros no consumen demasiada energía ni molestan físicamente al oso, no hay ningún problema en dejarlos. ¿Alguien puede imaginarse a un diseñador haciendo algo así?



2. Voy doblado

Un diseñador se sentiría orgulloso de la manta raya. Con su forma aplastada este animal es perfecto para su hábitat bentónico, descansa sobre el vientre y sus ojos sobresalen del dorso.



Pero no sucede lo mismo con los lenguados. Como las rayas, éstos tienen una forma aplastada y un modo de vida similar, deslizándose sobre el fondo marino. Pero los lenguados, así como las platijas y los rodaballos, no descansan sobre el vientre sino sobre uno de sus lados. Las rayas descienden de los tiburones que presentan un cuerpo ya de por si aplastado, así que evolucionaron simplemente tendidas sobre el vientre. Pero los lenguados descienden de peces óseos que están comprimidos de forma lateral así que, cuando adoptaron la vida bentónica, en lugar de tenderse sobre el vientre se tendieron sobre un costado. Sus ojos están desplazados de forma grotesca hasta ocupar los dos el mismo lado de la cabeza y su boca se abre en vertical.



3. Dolor de cuello

Una jirafa puede llegar a los 5 metros de altura. Su largo cuello es lo más característico del animal y cualquiera podría pensar que tiene muchas mas vértebras en el cuello que nosotros. Es lo que habría hecho un diseñador competente.



Sin embargo, como ya vamos intuyendo, la evolución prefiere modificar lo que ya tiene antes que hacer auténticas innovaciones. La jirafa tiene exactamente las mismas vértebras en el cuello que el resto de los mamíferos, incluidos nosotros: siete. El hecho es que la selección natural ha optado por alargar y reforzar las siete vertebras existentes en lugar de añadir unas cuantas más.




4. ¿Flotar o respirar?


A Darwin le gustaba mucho recalcar el reciclaje de órganos tan típico en la naturaleza, comprendía que era una baza contundente a favor de su teoría y en contra del creacionismo. Uno de sus ejemplos favoritos, pues lo cita seis veces en El origen de las especies, es el pulmón. Darwin se dio cuenta de que el pulmón y las vejigas natatorias de los peces eran homólogos y, puesto que estaba seguro de que los vertebrados terrestres descendían de los peces, dedujo que el pulmón había evolucionado a partir de la vejiga natatoria.

A pesar de que su línea de razonamiento era acertada, Darwin estaba equivocado. Sí, es cierto que las vejigas natatorias y los pulmones son órganos homólogos. También es cierto que los vertebrados terrestres descienden de los peces. Pero el caso es que es la vejiga natatoria la que evolucionó a partir del pulmón y no al revés. Los primeros vertebrados tenían un sistema respiratorio compuesto de branquias para extraer oxígeno del agua y de pulmones para respirar aire de la superficie. Todavía existen hoy en día muchos peces que conservan los pulmones. A partir de estos primeros peces evolucionaron los vertebrados terrestres, perdiendo las branquias y conservando los pulmones para respirar en tierra. Paralelamente, otra rama evolucionaba partiendo de estos antiguos peces, los teleósteos. Éstos conservaron las branquias para respirar bajo el agua y modificaron sus pulmones convirtiéndolos en vejigas natatorias. Los teleósteos son los mas abundantes de los peces y son los animales que uno asocia inmediatamente a la palabra pez, de ahí que Darwin los tomara por nuestros antepasados cuando en realidad son una rama paralela.



5. He visto cosas que vosotros no creeríais

He dejado para el final la baza maestra de los creacionistas, el órgano que mas evidencia da de la existencia de un diseñador: el ojo. Ni siquiera es una idea original sino que se apoya en argumentos del propio Darwin, que en El origen de las especies decía:

Parece completamente absurdo, lo confieso con franqueza, suponer que el ojo, con todos sus inimitables dispositivos para acomodar el foco a diferentes distancias , para admitir diferentes cantidades de luz, y para la corrección de las aberraciones esférica y cromática, pueda haberse formado por selección natural.


Para desgracia de los partidarios del Diseño Inteligente el ojo no es el mejor ejemplo que podrían haber elegido como pieza clave de sus argumentos. Darwin poco después de escribir su anterior frase ya se había convencido del papel de la selección natural en el diseño del ojo: “El ojo, hasta día de hoy, me produce escalofríos, pero cuando pienso en las finas gradaciones conocidas, la razón me dice que debo vencer a los escalofríos



Conocemos perfectamente la historia del ojo que, además, ha evolucionado de forma independiente en más de cincuenta ocasiones con resultados muy distintos y usando métodos completamente diferentes. Al contrario de lo que opinan los defensores del DI, medio ojo, como hemos visto, si que sirve para algo, incluso un cuarto de ojo o una centésima de ojo. Un simple y pequeño grupo de células fotosensibles son un importante avance, aunque tan solo sea por que le permiten al animal distinguir entre el día y la noche. Richard Dawkins, en Escalando el monte improbable, desarrolla las historias evolutivas de varios tipos de ojos, incluyendo el de los vertebrados, que tanto fascina a los creacionistas por su perfección.


¿Perfecto, dicen? Echamos un vistazo de cerca. Las fotocélulas de nuestros ojos apuntan hacia atrás, hacia el cogote en lugar de hacia el lugar por donde entra la luz. Como son transparentes, la luz las atraviesa y a pesar de estar colocadas al revés pueden desarrollar su función correctamente. Sin embargo, la consecuencia de esta curiosa disposición es que los nervios que las conectan al cerebro salen hacia delante, por el interior del ojo, hasta unirse formando el nervio óptico y atravesar la retina y esto si que tiene consecuencias: el punto ciego. El lugar donde el nervio óptico abandona la retina no puede contener fotocélulas y, por lo tanto, crean en nuestra visión una zona donde realmente no vemos nada. El cerebro extrapola información del resto de la imagen y rellena el punto ciego de modo que no vemos un agujero negro delante nuestra, pero tampoco vemos la realidad sino la suposición que hace el cerebro basándose en el resto de datos que le llegan.


Si el ojo hubiera sido diseñado, su creador habría colocado las células correctamente y los nervios saldrían hacia atrás sin mayor consecuencia, de hecho muchos invertebrados tienen sus fotocélulas situadas de la manera lógica. Pero como hemos visto, la naturaleza hace lo que puede con lo que tiene y le encantan los remiendos.







Evolución del ojo humano (en inglés):





Aunque un órgano puede no haber sido formado originalmente para un propósito determinado, si ahora sirve a ese propósito, podemos decir de forma justificada que ha sido elaborado especialmente para él. Así, en toda la naturaleza, casi cualquier parte de cada ser viviente probablemente haya servido, en alguna versión ligeramente modificada, a diversos fines, y haya actuado dentro de la maquinaria vital de muchas formas específicas primitivas y disjuntas.

Charles Darwin



FUENTES

DARWIN, CHARLES, El origen de las especies, 1859

DAWKINS, RICHARD, El gen egoísta, 1976

DAWKINS, RICHARD, Escalando el monte improbable, 1996

GOULD, STEPHEN JAY, Ocho cerditos, 1993

GOULD, STEPHEN JAY, El pulgar del panda, 1980



3 comentarios:

Jorge dijo...

Gran artículo, sí senor. Por qué la gente no observa más la naturaleza, y menos los libros sagrados?

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X(

El Eséctico dijo...

Excelente artículo, de principio a fin.

Anónimo dijo...

Yo le doy las gracias todos los dias al creador por haberme dotado de pezones para alimentar a mi futura prole (soy hombre)