miércoles, 7 de noviembre de 2007

En tránsito

Guillaume Joseph Hyacinthe Jean-Baptiste Le Gentil de la Galaisière es el encargado de inaugurar este blog sobre grandes infortunios.

Se conoce como tránsito de Venus el periodo durante el cual el Sol, Venus y la Tierra están alineados. Durante unas horas se puede ver a Venus como un pequeño disco negro que cruza la superficie del Sol. Kepler, observando la trayectoria de Venus, predijo que estos tránsitos se producirían con periodos de 130 años siendo el próximo en 1631. En realidad, la frecuencia de los tránsitos de Venus no es siempre de 130 años y, además, se presentan por parejas en periodos de ocho años: al tránsito de 1631 le siguió otro en 1639. La importancia de estos fenómenos radica en que se podían usar para medir una Unidad Astronómica (UA) o, lo que es lo mismo, la distancia entre el Sol y la Tierra. Conociendo esta distancia sería posible también deducir la masa aproximada del Sol. Para tomar estas medidas es necesario recurrir al paralaje, que es el ángulo que forman las visuales de un mismo objeto desde posiciones distintas. No es mas que el efecto que se produce cuando cerramos y abrimos, de forma alterna, los ojos y vemos desplazarse el objeto que miramos. El ángulo formado por las dos líneas de visión y el objeto observado es el paralaje y con él podemos conocer la distancia que nos separa del objeto en cuestión. Claro está que para medir distancias astronómicas no nos basta con abrir y cerrar un ojo, pero si que puede realizarse si se comparan las medidas tomadas por dos observadores situados en lugares alejados del globo. Si, por ejemplo, un astrónomo en Alaska y otro en Islandia observaran el tránsito de Venus no tendríamos problemas en medir el paralaje, siempre que conociéramos exactamente la distancia entre los dos astrónomos y, además, sus observaciones estuvieran sincronizadas.


Los tránsitos del siglo XVII pasaron sin pena ni gloria. El de 1631 no fue observado ya que en Europa era de noche, mientras que el de 1639 solo fue observado y anotado por el clérigo y astrónomo inglés Jeremiah Horrocks que hubo de abandonar su sermón del domingo para presenciar el fenómeno. Fue precisamente Horrocks quien descubrió que los tránsitos sucedían por parejas. Sin embargo, en el siglo XVII, todavía no se conocían con exactitud las medidas del globo terrestre ni se disponía de relojes con la precisión suficiente para mantenerlos sincronizados a un océano de distancia.



Esta situación era muy distinta para los tránsitos del siglo XVIII. Jean Picard había medido el radio terrestre en 1670 con un error de tan solo 0,44% respecto a las medidas actuales con lo que los mapas eran más precisos y ya se podía conocer con gran exactitud la posición geográfica de un observador. La medición del tiempo también había dado un enorme salto cualitativo en el periodo que separaba un tránsito de otro. El relojero británico John Harrison, en su afán por resolver el problema de la longitud (esto daría para varias entradas más) había desarrollado en 1737 un cronómetro náutico de extraordinaria precisión. Por si esto fuera poco, Edmund Halley había propuesto a la Royal Society un método preciso para medir la UA mediante el paralaje durante el transito de 1761.



La situación era la idónea y una autentica fiebre del tránsito se adueñó de los filósofos naturales. Durante los tránsitos de 1761 y 1769 multitud de paises pero sobretodo Francia e Inglaterra mandaron observadores a todos los puntos del globo: Sumatra, Santa Helena, Siberia, Viena, La India, Isla Rodríguez, Pondicherry, California... Se podría decir que fue el primer proyecto científico internacional. En total se consiguieron 70 observaciones del transito en 1761 y 150 en 1769 gracias a las cuales Johann Encke calculó la distancia al Sol en 153,5 millones de kilómetros (actualmente una UA son 149,597 millones de kilómetros). Entre toda esta marabunta de astrónomos viajando por el mundo en arriesgadas expediciones hubo grandes éxitos y grandes fracasos que quizá merezcan una futura entrada en este blog. La Royal Society de Londres preparó la mejor organizada de estas expediciones, a bordo del Endeavour y capitaneada por James Cook , su destino era Tahití. Sin embargo, nos centraremos en el mayor gafe entre todos estos aventureros: Guillaume Le Gentil.



Le Gentil nació en Francia el 11 de septiembre de 1725. Como buen ilustrado sus intereses nunca se vieron constreñidos por la astronomía si no que cultivo varias ramas de la ciencia como la zoología o la antropología. Su gran aporte a la historia de la ciencia fue el descubrimiento de la galaxia enana M32, la primera de su clase en ser observada.



El 26 de marzo de 1760 una fragata francesa partió del puerto de Brest con rumbo a Pondicherry, territorio localizado en el Golfo de Bengala y que, por aquel entonces, pertenecía al Imperio Colonial Francés. A bordo de ese barco viajaba un personaje cuyo equipaje consistía en libros, relojes y extraños instrumentos de medición, así como varios telescopios, se trataba de Le Gentil que pretendía observar y medir el tránsito desde un lugar privilegiado.



Sin embargo, una larga cadena de hechos confabularon para amargar el viaje de este dedicado científico. Unos años antes, María Teresa I de Austria, madre de María Antonieta, había reclamado Silesia, en poder de Prusia desde 1748. Federico II el Grande, siguiendo a pies juntillas aquello de que la mejor defensa es un buen ataque, decidió ganar la mano a la archiduquesa y el ejército prusiano invadió Sajonia y Bohemia (aunque tuvo que retirarse al poco). Así comenzaba la Guerra de los Siete Años. Como es tradición en Europa multitud de países decidieron unirse a la fiesta, si a esto sumamos las colonias, nos encontramos con una de las primeras guerras mundiales con todas las de la ley cuyo fin último era una lucha por las colónias. Gran Bretaña, Hannover y Portugal se pusieron de parte de Federico mientras que Francia, Sajonia, Rusia, Suecia y España apoyaban a los austriacos. La guerra se libró en tres frentes principales: Europa, América y, para desgracia de Le Gentil, La India.

Cuando el barco en el que viajaba Le Gentil llegó a Isla Mauricio, frente a Madagascar, los viajeros fueron informados de que Pondicherry estaba bajo asedio de los ingleses, que impedían las comunicaciones tanto por mar como por tierra. El viaje era imposible. Le Gentil se resignó a medir el tránsito desde Mauricio a pesar de que esas medidas carecerían de valor al ser coincidentes con las que su colega Pingré tomaría desde Isla Rodríguez. La suerte pareció sonreír al astrónomo francés cuando una fragata procedente de Francia llegó a Mauricio, portaba unos documentos que debían ser entregados con la máxima urgencia en Pondicherry y su tripulación estaba dispuesta a intentar burlar el bloqueo inglés. Le Gentil vio en esta fragata su oportunidad para hacer la observación que le había hecho cruzar medio mundo y, ni corto ni perezoso, hizo valer su salvoconducto, que la Academia Francesa le había proporcionado, para obtener un pasaje en el barco. Salieron de Mauricio en marzo, justo cuando comenzaba la temporada de monzones. Casi tres meses, en medio de huracanes y tormentas, le costó a la fragata alcanzar la costa sureste de La India. Allí les informaron de que Pondicherry era ahora propiedad de los ingleses. No les quedó mas remedio que dar media vuelta y volver a Mauricio. Por el camino, con cielo limpio y despejado, Le Gentil observó impotente el tránsito de Venus. En alta mar, con el movimiento del barco y sin referencias geográficas, el científico no podía tomar ninguna medida ni hacer ningún cálculo útil. Tan solo le quedó observar, desde la cubierta del navío, al pequeño disco negro pasearse por delante del Sol como si se estuviera burlando de sus desdichas.



Pero nadie dijo que el camino de la ciencia fuera fácil. Obstinado y paciente, Le Gentil se propuso quedarse por la zona preparando el siguiente tránsito, que tendría lugar ocho años después. En Mauricio y en Madagascar estudió la fauna y la flora, así como a los indígenas, tomando abundantes notas. También realizó varios cálculos y se convenció de que la mejor zona para la observación del tránsito serían las Filipinas, bajo dominio español. La suerte pareció presentársele, por fin, bajo el nombre del Buen Consejo, un navío de guerra español en ruta de Cádiz hasta Manila y que hizo escala en Mauricio. En él se embarcó Le Gentil tan solo para ver como el gobernador español sospechaba de sus cartas de presentación y le impedía la estancia en Manila creyéndolo un espía de Francia. El astrónomo infatigable retomó los planes originales y se embarcó en un navío portugués con destino a Pondicherry que, ahora que la guerra había acabado, estaba de nuevo en manos francesas. Allí arribó en marzo de 1768.



Fue bien recibido por el gobernador y se pusieron a su disposición todas las comodidades. Además, disponía de un año entero para prepararse. Construyó su observatorio en un antiguo fortín y dedicó parte del tiempo a realizar estudios de la fauna y las gentes de la zona, como había hecho en Mauricio. Por fin, llegó el tan esperado día, el 4 de junio de 1769. En la zona había brillado el sol durante un mes entero, sin embargo, cuando Le Gentil se despertó el día del tránsito descubrió como unas espesas y oscuras nubes cubrían por completo el cielo. A las nueve de la mañana las nubes se disiparon dando inicio a un día soleado y resplandeciente pero Venus había abandonado el disco solar unos minutos antes con lo que Le Gentil no pudo ni siquiera observar el fenómeno. Estas son sus propias palabras:

Estuve mas de dos semanas presa del abatimiento y casi no tenía animo para coger mi pluma y continuar mi diario; y varias veces cayó de mis manos cuando llegaba el momento de informar a Francia sobre el destino de mis operaciones... Éste es el destino que a menudo espera a los astrónomos. Había atravesado más de diez mil leguas ; parecía que había cruzado tales grandes extensiones marinas, exiliándome de mi tierra natal, sólo para ser el espectador de una nube fatal que se situaba delante del Sol en el preciso momento de mis observación para quitarme los frutos de mis esfuerzos y mis fatigas.



Aunque el sufrido astrónomo no pudiera imaginárselo sus desgracias no hacían más que empezar. Pocos días después del tránsito Le Gentil enfermó de disentería y no le quedó mas remedio que permanecer otro año mas en La India, postrado en cama y medio loco por la fiebre. En cuanto recuperó las fuerzas consiguió pasaje en un barco que lo llevaría a Isla Mauricio. Una vez allí no le fue difícil embarcarse hacia su amada Francia. Sin embargo, el barco en el que viajaba fue sorprendido por un huracán al doblar el cabo de Buena Esperanza y a punto estuvo de naufragar. Sobrevivieron, pero el navío quedó tan destrozado que tuvieron que dar media vuelta hacia Madagascar. Persistente, Le Gentil se volvió a embarcar, esta vez en una fragata de guerra española con destino a Cádiz. Fueron sorprendidos por las tormentas de nuevo en Buena Esperanza pero consiguieron doblar el cabo y llegar en 1771 a Cádiz desde donde, sabiamente, Le Gentil decidió continuar el viaje por tierra.

Cuando el estoico francés puso el pie en su patria habían transcurrido once años y medio desde su partida. Durante todo este tiempo y a causa de las múltiples vueltas del astrónomo, llegaron a Francia rumores de su muerte por lo que ya se había firmado su acta de defunción y le habían dado su plaza en la Academia Francesa a otro. Por si esto fuera poco, sus hijos se habían repartido ya su herencia. Y así acaba el relato del hombre que inaugura este blog, un astrónomo que hipotecó más de una década de su vida en un intento por contribuir a la medición del universo.

Cualquier corrección o comentario a este texto será bienvenido.




EPÍLOGO

No todo fueron desgracias para Le Gentil. Comenzó un proceso legal kafkiano en el que el astrónomo no pedía más que se le devolviera su identidad. El mismo rey de Francia intervino a su favor en el litigio. La Academia le devolvió su puesto y se hizo bastante famoso tras la publicación de su diario. Fue reconocida su labor como astrónomo, antropólogo y naturalista. Se casó con una mujer de alta cuna con quien tuvo una hija y vivió aparentemente feliz otros 21 años. Murió el 22 de octubre de 1792 a la edad de 67 años.



4 comentarios:

Gonzalo dijo...

Enhorabuena por tu blog, espero que dure mil años y lo visite mucha gente, la verdad es que es muy interesante, por lo que mi pequeña aportación a tu blog será difundirlo por todos mis contactos;

Suerte y ya tienes a un fiel seguidor.

Anónimo dijo...

Hoy acabo de descubrir tu blog (gracias a una entrada en menéame) y me estoy leyendo todos los posts. Me encanta, me encanta, me encanta. No pares nunca. Un saludo

Anónimo dijo...

Hola Ramon.
Hoy acabo de terminar de leer en orden inverso todas las entradas (desde 'la noche que murió Tulsa').
No puedo decir mas que es mi blog preferido, y creeme leo unos cuantos. Tanto la seleccion como la redaccion d e los temas me parece cojonuda. No pares nunca!
(Y ademas con logo anticreacionista)
Pastafarian Power!!!!

Thor dijo...

Despues de leer todos tus articulos primero quiero hacer u a reflexion de que hay momentos en el tiempo en que la humanidad o parte de ella somos credulos de algo que no es real, en fin quiero agradecer tu tiempo y dedicacion para difundir tan preciosos conocimientos, salu2