LA ERA DEL RAYO
Si existe un fenómeno que ha servido al cine y a la literatura de ficción para representar el poder de la ciencia sin duda ese ha sido el rayo. Es prácticamente imposible encontrar una película de ciencia ficción en la que el extraterrestre de turno no amenace a la humanidad con su poderosa arma de rayos: rayos de la muerte, rayos controladores, rayos que disminuyen el tamaño, rayos que lo aumentan, rayos desintegradores... Lo cierto que es que el paulatino descubrimiento de las diferentes longitudes de onda del espectro electromagnético era una fuente de maravillas a la altura de cualquier serie B de marcianos. Los rayos X, capaces de atravesar materiales opacos, o las microondas que, al igual que el rayo calórico de los extraterrestres en pijama de “Invasores de Marte”, eran capaces de producir calor agitando moléculas de agua, hacían pensar a la gente que existía un rayo para cualquier ocasión, tan solo había que descubrirlo.
Un físico del presente que pudiera viajar a la Francia de comienzos del siglo XX contemplaría esta “fiebre del rayo” en todo su esplendor. Se encontraría además con uno de los más versátiles y maravillosos rayos descubiertos por la ciencia: el rayo N.
Retrocedamos hasta 1895. El físico alemán Wilhelm Conrad Roentgen se encontraba haciendo experimentos con un tubo de rayos catódicos cuando descubrió algo asombroso. Roentgen observó como una plancha de bario cercana emitía luz fluorescente cada vez que el tubo entraba en funcionamiento a pesar de que el físico lo había cubierto con cartón negro. Sin duda, algún tipo de radiación estaba atravesando el cartón. Roetgen no tenía ni idea de que tipo de rayos podrían estar causando el fenómeno por lo que decidió llamarlos X en espera de una mejor definición. Así nacieron los rayos X. Más tarde, Roetgen comprobó que la nueva radiación podía usarse para impresionar fotografías de cuerpos colocados dentro de otros de distinta densidad. La primera fotografía realizada gracias a los rayos X fue de la mano de la mujer de Roetgen, en ella se veían claramente los huesos y el anillo de boda.
Heinrich Rudolf Hertz, máxima autoridad de la época en electromagnetismo, se propuso descubrir si los rayos X eran ondas o partículas (hoy sabemos que la radiación electromagnética puede comportarse como una onda o como una partícula), para ello intentó polarizarlos. Según la teoría clásica, los rayos X solo podrían polarizarse si fueran ondas. Sin entrar en detalles acerca del experimento de Hertz, baste decir que su objetivo era medir la intensidad de la chispa producida por unos electrodos dispuestos a lo largo de ejes ortogonales y que el científico no obtuvo éxito en sus mediciones.
EL RAYO MARAVILLOSO
En 1903, un físico francés llamado René-Prosper Blondlot, profesor en la universidad de Nancy, repitió el experimento de Hertz con una pequeña variación. En lugar de medir la intensidad de la chispa Blondlot iba a medir su luminosidad. En este pequeño detalle esta la clave de todo el asunto de los rayos N. Mientras que la intensidad podía ser medida con relativa precisión, la luminosidad era algo completamente subjetivo que Blondlot solo podría medir a ojo. Así, llegó a la conclusión de que, en efecto, los rayos X se polarizaban. Pero no fue esa la mas asombrosa de sus afirmaciones. Blondlot observó que los rayos que producían el aumento de luminosidad en la chispa, siempre observado a ojo, se desviaban al atravesar un prisma de cuarzo. Los rayos X no se desvían al atravesar un prisma de esas características por lo que Blondlot, sin poner en duda nunca la precisión de sus observaciones, anunció el descubrimiento de un nuevo tipo de rayos. Los llamó rayos N en honor a su universidad.
Inmediatamente el nuevo rayo causó sensación entre los físicos franceses de la época. Fueron observados por cuarenta científicos y estudiados por más de cien. Casi trescientos artículos sobre los rayos N fueron publicados entre 1903 y 1906. Entre las características de la nueva radiación estaba el poder de atravesar multitud de materiales como los metales y otros, opacos al resto del espectro. Se podían almacenar en algunos cuerpos como el cuarzo, el hierro y el agua de mar, que así se convertían en emisores de rayos N. El aluminio, la madera, el papel y la parafina eran "malos almacenadores" de rayos N. Además, eran emitidos por el Sol y por el cuerpo humano, incluso tras la muerte.
Pero esto no es todo. Los rayos X habían encontrado pronto un lugar en la fisiología y la medicina y, por supuesto, los rayos N no iban a ser menos. Blondlot descubrió que la agudeza visual de las personas aumentaba cuando el sujeto se encontraba en presencia de una fuente de rayos N. A.Charpentier, profesor de biofísica en la misma universidad que Blondlot , descubrió que jugaban un papel fundamental en el funcionamiento del cuerpo humano. El cerebro los emitía en diversas zonas en función de su actividad cerebral. También disminuían cuando el paciente era anestesiado e incluso se llegó a afirmar que ese era el efecto principal de la anestesia: disminuir la emisión de rayos N del paciente y que esto era lo que producía la sedación. Junto a E.Meyer, Charpentier publicó que los rayos N servían para medir la eficacia de algunos fármacos ya que habían observado que el corazón emitía mas rayos cuando el paciente tomaba digitalina, un fármaco para el músculo cardiaco. Un tal doctor Fabre publicó un estudio en el que establecía una relación entre la emisión de rayos N y las contracciones de una parturienta. Al parecer los rayos aumentaban su intensidad al ritmo de estas.
Incluso surgieron los obligatorios oportunistas. Gustave Le Bon afirmaba haber descubierto los rayos N siete años antes y P. Audollet afirmaba que Charpentier le había robado el descubrimiento de que los seres vivos los emitían. A estas reclamaciones se unieron también los estafadores de lo paranormal como el espiritista Carl Huter. Para despejar las dudas sobre la autoría del descubrimiento la Academia de las Ciencias Francesa le otorgó a Blondlot en 1904 el premio Leconte, dotado con 50.000 francos. El comité que había elegido a Blondlot para recibir el galardón estaba formado por el gran matemático Poincaré y el premio Nobel Becquerel.
EL RAYO QUE CESA
Pero no todo olía bien en los rayos N... La gran mayoría de físicos fuera de Francia, y alguno dentro, no habían conseguido reproducir los experimentos de Blondlot. No podían ver los rayos N. La respuesta que Blondlot daba a los escépticos era: "Algunas personas pueden observar a primera vista y sin dificultad el aumento de la luminosidad producida por los rayos N en una pequeña fuente de luz; para otros, estos fenómenos están fuera de su alcance visual y sólo después de cierto periodo de ejercicio logran verlo con claridad y observarlo con seguridad. La pequeñez de estos efectos, y la delicadeza de sus condiciones de observación, no deben obstaculizar el estudio de una radiación hasta ahora desconocida." Por si esto no fuera suficiente Blondlot también descubrió la existencia de los rayos N1, una especie de anti-rayos N que cuando estaban en presencia de aquellos disminuían su luminosidad dificultando la observación.
Los rayos N1 fueron la gota que colmó el vaso. Si un gran número de físicos europeos se habían mostrado cautelosos con el primer descubrimiento de Blondlot, con el nuevo se manifestaron abiertamente escépticos. Alguien tenía que descubrir que estaba pasando en el laboratorio de Blondlot y en los de tantos otros de sus compatriotas. Heinrich Rubens, que llevaba tiempo buscando los rayos N sin ningún resultado por encargo del gobierno alemán, le propuso a R. W. Wood, en un congreso en Cambridge, su plan para desvelar el misterio. Rubens no podía haber encontrado a nadie mejor, Wood era un eminente físico norteamericano especialista en óptica pero, sobretodo, era un caza fraudes. Se había especializado en desenmascarar médiums y videntes y había puesto al descubierto numerosos fraudes en Estados Unidos adquiriendo cierta fama. A mediados de septiembre de 1904 Wood visitó el laboratorio de Blondlot.
Wood preparó una serie de trampas a Blondlot y a su ayudante, M. L. Wirtz. En primer lugar se presentó hablando exclusivamente en alemán para dar a los científicos franceses una falsa impresión de privacidad cuando hablaran entre ellos, sin embargo Wood entendía y hablaba el francés perfectamente. El primer test que propuso a Blondlot fue identificar si se producía un aumento de luminosidad o no mientras él interrumpía aleatoriamente la fuente de los rayos; el científico galo afirmó contemplar este aumento cuando los rayos no estaban llegando a su destino y al revés, cuando Wood los dejaba pasar Blondlot no detectaba mas luminosidad. Wood, no dijo nada de sus observaciones y siguieron adelante. La siguiente prueba con la que Blondlot pretendía convencer al americano fue colocar un archivador metálico, emisor de rayos N, tras la cabeza de un observador; el sujeto afirmaba ver con claridad las manecillas de un reloj situado a gran distancia lo que probaba que los rayos aumentaban la capacidad visual del ser humano. Wood pidió entonces que se repitiera el experimento y, sin que nadie lo viera, sustituyó el archivador metálico por una estantería de madera que, según la teoría, era un mal conductor de rayos N. El sujeto volvió a afirmar que veía las manecillas con muchísima claridad. Por último, se realizó un experimento en el que los rayos N debían ser detectados por Wirtz después de ser refractados por un prisma de aluminio. Wood usó la oscuridad que el experimento requería para quitar el prisma y guardárselo en el bolsillo, con lo cual Writz no debería ver el efecto de los rayos pues estos no llegaban a su destino. Sin embargo, los vio. Wood quitaba y ponía el prisma del mecanismo, comprobando que las observaciones de Wirtz eran independientes de este hecho, hasta que el ayudante de laboratorio sospechó algo y le dijo a Blondlot en francés: "Creo que el americano ha tocado algo. No puedo ver el rayo." Pero en ese momento Wood ya había dejado el prisma en su sitio y Wirtz debería haber visto el rayo. La última prueba consistía en colocar dos cajas ópacas exactamente iguales una al lado de la otra y averiguar cual de ellas contenía un emisor de rayos en su interior. Los científicos franceses se negaron a realizarla.
Wood escribió esa misma noche, en el tren de camino a París, un artículo para la prestigiosa revista científica Nature relatando todas sus experiencias con los rayos N en el laboratorio de Blondlot. Los pocos que aun creían en el fenómeno fuera de Francia quedaron convencidos del fraude. Wood sostuvo que el autor del engaño era Wirtz y que Blondlot había pecado de ingenuo, por lo menos al principio. Poco tiempo después se publicó una traducción al francés del artículo que supuso el fin de la carrera de René-Prosper Blondlot, que abandonó el trabajo de investigación y cayó en la locura en sus últimos años.
EPÍLOGO
Blondlot escribió un artículo contestando a Wood. En él defendía a capa y espada las observaciones de su ayudante. Sin embargo, al hacerlo se cubría las espaldas pues dejaba muy claro que el autor único de las observaciones era Wirtz. Antes de retirarse donó a la universidad de Nancy un cheque que cubría el sueldo de Wirtz hasta su jubilación.
1 comentario:
Vaya, qué curioso detalle eso del cheque para asegurarle el sostén a su ayudante embustero. Eso sí que es lealtad.
Una historia muy interesante.
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