Elizabeth Ovitz se ganaba la vida viajando de pueblo en pueblo junto a sus hermanos, todos músicos y comediantes. Su padre, el rabino Shimshon Isaac Ovitz, era una persona importante y respetada en Transilvania. Murió cuando Elizabeth tenía nueve años dejando a sus hijos y a su joven esposa sin ninguna fuente de sustento. Su madrastra fue quien decidió que Elizabeth y sus ocho hermanos recibieran educación musical, esperando así que dispusieran de un modo de ganarse la vida. La banda formada por la familia viajaba por los países de Europa central, bajo el nombre de la Liliput Troupe, interpretando jazz y realizando actuaciones. La razón del nombre escogido para la banda se debía a que siete de los nueve hijos del rabino Ovitz habían heredado una característica importante de su padre. Eran enanos. En concreto, padecían pseudoacondroplasia, lo que causaba la pequeñez de sus extremidades.
Precisamente, ser portadora de esta rara mutación fue el motivo de que su doctor depositara en Elizabeth especial atención. Según lo describían sus colegas era un hombre amable, atractivo y sumamente educado. Además, se decía que su carrera no había hecho más que comenzar. Su propio mentor, Von Veurscheur, le había recomendado aceptar su nuevo destino para aprovecharse de las ventajas que se pondrían a su alcance o como él dijo “las extraordinarias oportunidades de investigación”
Este médico, sumamente interesado en el caso de Elizabeth Orvitz y sus hermanos, se llamaba Josef Mengele, oficial médico de la zona del campo de Auschwitz conocida como Pabellón Gitano.
Elizabeth se casó en 1942 con Yoshko Moskovitz, un representante teatral que estaba loco por ella. Diez días después de la boda Moskovitz fue detenido y obligado a formar parte de un batallón de trabajo. Elizabeth no volvería a verlo hasta después de la guerra. Pese al peligro que suponía, los Orvitz continuaron con sus actuaciones, aunque con identidades falsas. Consiguieron escapar a los nazis hasta 1944, año en que finalmente fueron capturados en Hungria.
Los hermanos, apiñados en un vagón junto a decenas de personas, llegaron a su destino, el Pabellón Gitano de Auschwitz. Una vez los portones fueron abiertos y los prisioneros obligados a bajar, Elizabeth contempló una imagen que se repetía con cada tren que llegaba y que han descrito con escalofríos todos los que aun viven para recordarla. Un erguido oficial, con su uniforme impecable y ni un solo pelo fuera de sitio, se paseaba entre los confundidos recién llegados. Con él caminaban algunos subordinados, igual de estirados pero un paso por detrás. Siempre con una sonrisa en el rostro y excelentes modales, Mengele comunicaba a los soldados en que fila debía ir cada hombre, mujer o niño. Había dos filas, izquierda y derecha. Elizabeth no volvió a ver a ninguno de los elegidos para formar la fila izquierda. De los edificios a los que fueron conducidos surgían oscuras columnas de humo. La máquina de matar que era Auschwitz funcionaba en esos días a pleno rendimiento.
Pero la familia Osvitz tuvo “suerte”. Mengele quedó inmediatamente impresionado por su malformación y los mandó a la fila derecha sin dudarlo; se sentía especialmente fascinado por Elizabeth con quien siempre era amable e incluso bromeaba. Los Ovitz vivían separados, en su propia celda para que no fueran aplastados por el resto de internos. Conservaban sus ropas y comían a diario la misma comida que los soldados. A cambio de estos privilegios pagaron un precio muy alto, convertirse en los cobayas favoritos de Mengele durante siete meses. El médico estaba encantado con los Ovitz y llegó a decir: “Ahora tendré trabajo para los próximos veinte años; ahora la ciencia tendrá un tema interesante en el que pensar” Se enorgullecía de disponer de ellos para sus experimentos y preparaba conferencias para sus superiores en las que, mientras él exponía sus demenciales teorías, los hermanos permanecían desnudos exhibidos sobre una tarima.
Las prácticas de Josef Mengele no pueden ser descritas mejor que en estas palabras de la propia Elizabeth:
Los experimentos más terribles de todos eran los ginecológicos. Sólo los sufrían las que estaban casadas. Nos ataban a la cama y comenzaba la tortura sistemática. Nos inyectaban cosas en el útero, nos extraían sangre, nos hurgaban, nos agujereaban y nos sacaban muestras. El dolor era insoportable. El médico que dirigía los experimentos se compadeció de nosotras y solicitó a sus superiores que los detuvieran para no poner en peligro nuestras vidas. Resulta imposible expresar el intolerable dolor que padecíamos y que continuaba durante muchos días después de que los experimentos hubieran cesado.
No sé si nuestro físico influyó en Mengele o si los experimentos ginecológicos sencillamente se completaron. En cualquier caso, los detuvieron y comenzaron otros. Nos extrajeron líquido de la médula espinal y nos enjuagaron los oídos con agua extremadamente fría o caliente, lo que nos hacía vomitar. Posteriormente comenzó la extracción de pelo, y cuando ya estábamos a punto de derrumbarnos, iniciaron dolorosas pruebas en las regiones del cerebro, la nariz, la boca y las manos. Todas esas pruebas están totalmente documentadas con ilustraciones.
Cuando no estaban en el laboratorio, Mengele se comportaba con total naturalidad con los Ovitz. El más pequeño de la familia no llegaba a los dos años y estaba desnutrido y lleno de heridas por las extracciones de sangre, sin embargo, Mengele lo cogía entre sus brazos, jugaba con él y se llamaba a si mismo su tío.
No sé cuanto tiempo habría pasado hasta que Mengele hubiera considerado necesario ejecutar a alguno de los Ovitz para diseccionarlo como acababa haciendo con muchos de sus pacientes, o extrayéndoles los ojos, o inyectándole extrañas sustancias en la cabeza para cambiar el color de su pelo, o dejándolos paralíticos tras hurgar en su médula espinal. Pero el Ángel de la Muerte, como le llamaban, recibió noticias de la próxima caída de Alemania y abandonó el campo. Diez días después las tropas soviéticas llegaron a Auschwitz y liberaron a los prisioneros. Tras siete meses, los Ovitz eran la única familia que había entrado en Auschwitz y salido de allí con todos sus miembros vivos.
Elizabeth Ovitz volvió a recorrer los caminos con la compañía familiar una vez acabada la guerra. Pero el dinero escaseaba cada vez más y tuvieron que viajar a Estados Unidos. La situación allí no era mucho mejor y Elizabeth vivió sus últimos años en Israel, lugar al que nunca consiguió adaptarse.
Mengele consiguió escapar a Sudamérica, probablemente gracias a las Rat Lines1. Vivió en Argentina trabajando de juguetero con una identidad falsa. Cuando fue descubierto por un cazanazis e Israel solicitó la extradición, el gobierno de Argentina negó tener conocimiento de la residencia de Mengele y lo ayudó a escapar. Ni el Mossad ni ninguno de los numerosos investigadores dedicados a la caza de criminales de guerra nazis consiguió volver a encontrar a Mengele. En 1979 murió en una playa de Brasil.
El nombre de Mengele se suele citar como ejemplo de los horrores a los que se llega en nombre de la ciencia. No niego que no existan científicos que realicen prácticas fraudulentas, que tengan conductas sádicas o hagan experimentos de moralidad cuestionable. Pero no es el caso de Mengele. Mengele era un demente pero no era un científico. Sus prácticas no tenían el más mínimo sentido, eran absurdas, salidas de una pesadilla; llegó a intentar crear unos siameses artificiales uniendo los sistemas circulatorios de dos gemelos. En su locura, Mengele se hizo fabricar un par de ojos de cristal copia exacta de los de Elizabeth para su colección, compuesta tanto de ojos de cristal como reales de diversas tonalidades. Nadie sabe la finalidad de esta colección de horrores. La contribución de Mengele a la ciencia es similar a la de un niño que quema hormigas con una lupa y sus experimentos carecen del más mínimo valor científico. Mengele sólo era un sádico asesino al que su gobierno proporcionaba víctimas, financiación e instrumental.
Fuente
Leroi, Armand Marie, Mutantes, 2004
http://en.wikipedia.org/wiki/Josef_Mengelehttp://en.wikipedia.org/wiki/Auschwitz_concentration_camp
http://www.auschwitz.dk/
http://www.candlesholocaustmuseum.org/
1 Rat Lines era como se conocían las vías de escape que los servicios de inteligencia del Vaticano proporcionaban a criminales de guerra nazis.
7 comentarios:
Un post excelente. Suerte.
Ayer salió en la 2 un reportaje escalofriante sobre el destino final de muchos de los dirigentes nazis. También nombraron a Mengele, y sacaron imágenes de algunos de sus "experimentos". Horrible hasta para que me ponga a describirlo aquí por si no lo viste.
También nombraron algunas cosas que aquí no se dicen apenas:
El Vaticano fue el único estado europeo que siguió apoyando y ayudando a los nazis tras su derrota.
El judio que le localizó: Simon Wiesenthal. El argentino que le ayudó: juan Domingo Perón
los yankis aprendieron bien de estos mal nazidos, a saber cuantos como ese tiene la CIA en Sudamérica. irak o afganistán.. y si no científicos, militares, lo mismo da que da lo mismo.
Adjunto una noticia de El Mundo sobre este tema...
http://www.elmundo.es/elmundo/2008/03/16/internacional/1205700505.html
Gracias lordvader :-)
Fernadno, si que lo vi. Además fue precisamente justo después de colgar el artículo. Había imagenes escalofriantes en el documental. Luego hicieron otro sobre Hitler y el ocultismo que me pareció bastante mas flojo.
Lo del Vaticano y lo de Perón tienes razón que los nombro solo de pasada, pero es que quien me interesaba era más Elizabeth que Mengele, de quien, al fin y al cabo, hay cientos de cosas escritas (y peliculas)
Muy buen post.
Coincido con lo de Mengele, no era un científico sino un simple enfermo mental con aires de Frankenstein y sustento.
Por qué será que no me extraña que muchos nazis eligieran Argentina como destino. Hay cientos de casos documentados de HDP que se hicieron la américa en nuestro bendito país.
hay una película interesante llamada "los niños del brasil", en la que precisamente uno de los personajes principales es el Dr. Mengele y su experimento en cuestión: la clonación del mismo Hitler
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